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lunes, 11 de enero de 2016

5to-II La generación del 98 Polémica de su real Existencia como tal




LOS ESCRITORES Y EL 98

La generación del noventa y ocho Azorín y Pío Baroja, seguidos por Unamuno,  Ramiro de Maeztu, Valle Inclán y Antonio Machado,  y ya a cierta distancia Benavente».

Más allá de unos Nombres, Muchos Nombres

Hubo una generación fin de siglo  en América,  con  figuras  coetáneas  como  Carlos  Reyles,  Mariano Azuela, Pedro César Dominici, Manuel Díaz Rodríguez, Emilio Coll, Alcides Arguedas,  Jaime  Mendoza,  Amado  Nervo,  Leopoldo  Lugones,  Ricardo  James Freyre, José Santos Chocano,  Julio Herrera  y Reissig,  Guillermo  Valencia,  Enrique Larreta, Horacio  Quiroga y José Enrique  Rodó, que realizaron  una impresionante  labor de modernización  literaria  del idioma  español.  Y si se habla  de España,  hay que recordar  a las figuras de la literatura  catalana,  desde Joan Maragall a Eugenio  D'Ors  y sus seguidores  del noucentisme.    Los del 98, como los del 14, miraron muy poco a Cataluña,  pues su atención  fue centralista,  ante todo y sobre todo.

Andrés Trapiello  acaba de publicar un libro-" muy clarificador,  pues además de poner  en cuestión  la existencia  de la tal generación  del 98, lo que ofrece  es un estudio  sereno  de escritores  de la época  que han quedado  olvidados,  cuyos méritos nadie les puede regatear, como Ciro Bayo, Silverio Lanza, Ruiz Contre­ ras, Alejandro  Sawa, Luis Bonafoux,  Manuel Bueno, Rafael Lleyda, José María Salaverría,  Vicente  Blasco  Ibáñez,  Gabriel  Miró,  Gabriel  y Galán,  Gómez  Carrillo,  Francisco  Villaespesa,  Antonio  de Zayas, Andrés  González  Blanco,  Corpus  Barga,  Enrique  de  Mesa,  Fernando  Fortún,  Felipe  Trigo,  Manuel  Ciges

Pedro Pascual Martínez

Es un juicio  demoledor el que hizo D. Benito Pérez Galdós sobre la mitificación del 98.

El pesimismo que la España caduca nos predica para preparamos a un deshonroso morir, ha generalizado en una idea falsa. La catástrofe del 98 sugiere a muchos la idea de un inmenso bajón de la raza y de su energía. No hay tal bajón ni cosa que lo valga. Mirando un poco hacia lo pasado, veremos que, con catástrofe o sin ella, los últimos cincuenta años del siglo anterior marcan un progreso de in­ calculable significación;(...) Va siendo ya general la idea de que se puede vivir sin abonarse por medio de una credencial a los comederos del Estado; de éste se espera muy poco en el sentido de abrir caminos anchos y nuevos a los negocios, a la industria y a las artes. El país se ha mirado en el espejo de su conciencia, horrorizándose de verse compuesto de un rebaño de analfabetos conducidos a la mi­ seria por otro rebaño de abogados. Del Estado se espera cada día menos; cada día más del esfuerzo de las colectividades, de la perseverancia y agudeza del individuo.'

Estas  palabras  las  escribió  Pérez  Galdós  en  1903, aún  en  plena  vitalidad creadora  y cuando ya se hablaba de la generación  del 98, a cuyo espíritu  se refería  despectivamente   el  novelista  grancanario.  Tiene  muchísima  importancia este juicio  porque los del 98 no solamente  fueron deudores  sino también  meros continuadores  de Pérez Galdós,  o lo tuvieron  muy en cuenta,  según  ellos  mis­ mos confesaron,  con lo cual dijeron  públicamente  que la tal generación  del 98 no existió.

Toda  generación  tiene  a la fuerza  que  tener un principio  y un final.  No  se puede defender  que toda la obra de los componentes  de una determinada  generación pertenece al tempus de ésta, porque llega un momento en que las circunstancias  que motivaron  su nacimiento,  desaparecen.  Los artículos  y libros publicados  por los componentes  del 98 en la primera  mitad de los años  30 del presente  siglo  poco  tenían  que  ver  con  sus trabajos  iniciales  de finales  del  siglo XIX  o comienzos  del XX.  Azorín,  Pío Baraja  y Ramiro  de Maeztu  firmaron, con el pseudónimo  de «Los Tres»,  su Manifiesto  en diciembre  de  1901, al que se suele dar la certificación  de partida de nacimiento  de la generación  del 98, en el que sostenían que no puede servir de base de unión de unos y otros el dogma religioso,  que unos sienten y otros no, ni el doctrinarismo  republicano  o socialista,  ni siquiera el ideal democrático,  (...) ese mejoramiento  sólo lo puede dar la ciencia,  única base inderruíble de la humanidad.  (...) hasta producir un movimiento  de opinión que pueda influir en los gobiernos  y despierte  las iniciativas  particulares  para aquellas  soluciones en que por fortuna se  pueda prescindir del Estado.'

La revista  «Juventud»,  fundada  por  Baroja  y Azorín,  que  vivió  muy  poco tiempo (l-X-1901  / 27-I1I-1902) fue  la tribuna pública de «Los Tres», en la que dieron a conocer su pensamiento  ellos y otros jóvenes  escritores  que se sumaron a la corriente de protesta regeneracionista,  base del espíritu del 98.

Ramiro de Maeztu se apartó pronto de los ideales literarios  y de medias  tintas de sus amigos y rechazó  su inclusión  en el grupo por ser un «concepto  impreciso y falso». Olvidó al ambiente  noventayochista  porque pensaba que «aquello durante varios años fue una tragicomedia  de despropósitos,  donde  sentíamos el espíritu del tiempo, pero no el de la tradición, por ignorarlo». Pío Baroja, en un buen número de páginas de sus Memorias," explica y razona que la tal generación del 98 no existió.

Yo siempre  he afirmado  que no creía que existiera  una generación  del 98. El invento fue de Azorín, y aunque no me parece de mucha exactitud,  no cabe duda que tuvo un gran éxito  (...). Una generación  que no tiene puntos  de vista comunes,  ni aspiraciones  iguales,  ni  solidaridad  espiritual,  ni siquiera  el  nexo  de  la edad, no es una generación.  La fecha tampoco es muy auténtica  (...). Yo, que aparezco en el elenco,  no había publicado  por esa época más que algunos  articulitos en periódicos  de provincias  (...). Tampoco  se sabe a punto fijo quiénes  formaban parte de esa generación  ( ...). En esta generación  fantasma  de  1898, formada  por escritores  que comenzaron  a destacarse  a principios  del siglo XX, yo no advierto la menor  unidad de ideas (...) Se ha dicho que la generación  seguía  la tendencia de Ganivet. Yo, entre los escritores  que conocí,  no había nadie que hubiese  leído a Ganivet.  Yo, tampoco. Ganivet,  en ese tiempo, era desconocido  (...). ¿Había  algo en común de la generación  del 98? Yo creo que nada (...). El 98 no tenía ideas, porque  éstas  eran  tan  contradictorias,   que  no  podían  formar  un  sistema  ni  un cuerpo de doctrina (...). El año 1898 no existía entre nosotros nada que tuviera carácter de grupo (...). Yo he intentado,  si no definir, caracterizar  lo que era esta generación  nuestra,  que se llamó de  1898, y que yo creo que podría  denominarse, por la fecha de nacimiento  de la mayoría  de los que la formaban,  de 1870, y por su época de iniciación  en la literatura  ante el público,  de  1900. Fue una genera­ ción excesivamente  libresca.  No supo, ni pudo vivir con cierta  amplitud,  porque era difícil en el ambiente mezquino  en el que se encontraba.  En general,  sus individuos pertenecían  en casi totalidad,  a la pequeña burguesía,  con pocos medios de fortuna.


Unamuno,  en  1916, cuando  la generación  del 98 era ya un recuerdo,  exprimió su alma para decir en un artículo  titulado  «Nuestra egolatría  de los del 98» que «los que en 1898 saltamos renegando  contra la España constituida  y poniendo al desnudo  las lacerías  de la patria  éramos,  quién  más, quién  menos,  unos ególatras»."  Dos años después,  Don Miguel  de Unamuno  expuso,  con la madurez que dan los años y el tiempo, su nítida definición  de lo que había sido la generación  del 98. «Sólo nos unían el tiempo y el lugar, y acaso un común dolor: la angustia  de no respirar  en aquella  España  que  es la misma  de hoy.  El que partiéramos  casi al mismo tiempo a raíz del desastre colonial no quiere decir que lo hiciéramos  de acuerdo».  Esto lo decía Unamuno  en 1918, en un artículo  publicado en «Nuevo Mundo»,  titulado «La hermandad  futura». Manuel Tuñón de Lara indica que mito hay, y mito por partida  doble,  al evocar  al grupo impropiamente  llamado «generación  del 1898. un mito elaborado  durante más de medio siglo, un doble mito, que nos ha presentado  una «generación  del 98» como expresión  de una concepción  del mundo y casi un cuerpo cerrado de doctrina,  lo cual está a mil le­ guas de la realidad.  Ha habido, en primer lugar, el mito «liberal» que, por adidura, ha mezclado institucionismo,  hombres del 98, laicismo y qué se yo más. Se ha repetido  hasta la saciedad,  sin poder apoyarse  en la menor prueba,  que los del 98 llegaron a gobernar en el 31 o por lo menos su espíritu. Lo peor de ese mito es su carácter  «ahistórico»,  al querer  proponer  como modelo contemporáneo   lo que fue una apertura intelectual hace casi setenta años."

La negación  de la existencia  de la generación,  más clara y terminante,  más coherente  y sincera,  la hizo el propio  inventor  del  término,  Azorín.  En  1913 publicó  cuatro  artículos  que en ese mismo  año recogió  en el libro  «Clasicos  y modernos»  con el título de «Generación  del 98». Es el entierro  perpetuo  de la generación  del 98, aunque  sus componentes   siguieron  vivos  y trabajando  muchísimo, pero ya como personalidades  individuales  y sin afán de grupo.


Existe  una  cierta  ilusión  óptica  referente  a la moderna  literatura  española  de crítica  social y política;  se cree  generalmente  que  toda esa copiosa  bibliografía «regeneradora»,  que todos esos trabajos  formados  bajo la obsesión  del problema de España,  han brotado  a raíz del desastre  colonial  y como una consecuencia  de él. Nada  más erróneo;  la literatura  regeneradora,  producida  de  1898 hasta  años después,  no es sino una prolongación,  una continuación  lógica,  coherente,  de la crítica  política  y social  que  desde  mucho  antes  de las guerras  coloniales  venía ejerciéndose.  El desastre  avivó, sí, el movimiento;  pero la tendencia  era ya antigua, ininterrumpida). No seríamos exactos si no dijéramos que el renacimiento literario de que hablamos  no se inicia precisamente  en 1898. Si la protesta  se de­ fine en ese año, ya antes había comenzado  a manifestarse La generación  de 1898, en suma, no ha hecho sino continuar  el movimiento  ideológico  de la generación  anterior;  ha tenido e! grito pasional  de Echegaray,  e! espíritu  corrosivo  de Campoamor  y el amor a la realidad de Galdós. Ha tenido todo eso; y la curiosidad mental por lo extranjero  y el espectáculo  de! Desastre -fracaso  de toda la política española-   han avivado su sensibilidad  y han puesto en ella una variante que antes no había en España.


Estas  palabras  de Azorín  fueron  un inmenso  jarro  de agua  fría,  aunque  la mayoría  de los escritores  y tratadistas  fueron insensibles  a esta ducha  azoriniana. y lo siguen  siendo.  Azorín  desmiente  que la literatura  del 98 naciera  en el
98 y se confiesa  mero seguidor y continuador  de lo que estaban haciendo los de antes, Echegaray,  Campoamor,  Galdós.


La Gloriosa Revolución  de 1868 supuso una crisis profundísima,  en cuya solución  se pusieron  grandes  esperanzas.  Al no haberse  resuelto  de forma ni medianamente  satisfactoria,  unido a la efímera  I República  y la llegada  de la Restauración  Canovista,  la situación  impulsó de forma imparable,  cada día con mayor fuerza en sus exigencias,  la aparición  de escritores  empeñados  en sacudir el sesteo permanente  de la burguesía  y la nobleza,  los cuales realizaron  la crítica despiadada  contra un régimen,  unos partidos  y unos políticos  que se repartían  a su gusto la tarta nacional  sin pensar si había otros ciudadanos  que también  que­ rían comer todos los días. Por poner unos pocos ejemplos de escritores  de diversas  tendencias,  Gumersindo  de  Azcárate  no esperó  a  1898 para  publicar  sus obras que eran agudas censuras  al régimen político,  ni tampoco lo hizo Francisco Giner de los Ríos para fundar (1876) la Institución  Libre de Enseñanza  y escribir una buena parte de su obra, ni Miguel de Unamuno  para entregar  (1895) su En  torno al casticismo  a los lectores,  ni «Clarín»  para escribir  sus artículos que  eran  críticas  demoledoras  a Cánovas  del Castillo  y dar  a conocer  La  Re­ genta, una de las novelas más importantes  de todos los tiempos en idioma español, la cual es la descripción  más certera, sarcástica y aguda de la sociedad  de la Restauración  Canovista,  de su burguesía,  de sus hipocresías,  sus caciquismos  y olvido  de los problemas  sociales.  Benito  Pérez Galdós  con  sus novelas  Fortunata y Jacinta  (1887) y Miau  (1888) hizo fotografías  realísimas  de la sociedad madrileña.


De la generación  del 98 se ha hecho un  mito construido  sobre un pedestal de arena mojada.  Desde hace cerca de un siglo se fundamenta  y hace coincidir  su nacimiento  como consecuencia  del final de la guerra  en Filipinas  y Cuba  y de las derrotas militares españolas  subsiguientes,  lo cual también derivó en una supuesta crisis institucional,  ante la que un pequeño  grupo de escritores jóvenes  se convirtió en la conciencia  crítica nacional del país para sacar a España de la modorra en que vivía. Es decir, que hasta que no llegan los del 98, los intelectuales y escritores  españoles  anteriores  se habían dedicado  a sestear y si existieron,  su obra pasó tan desapercibida  que no la conocieron  ni ellos.

Para empezar hay que dejar bien sentado que a los de la generación  del 98 la pérdida  del  imperio  ultramarino  español  les trajo  sin cuidado.  Fuera  de  algún escaso  artículo  periodístico  hecho  por  alguno  de ellos  de forma  ocasional,  ni uno de aquellos autores escribió un libro o un folleto sobre lo que significó  per­ der los archipiélagos  del Atlántico  y del Pacífico.  He reunido  las fichas de 435 obras  publicadas  por autores  españoles  sobre Cuba  desde  1868 a los primeros años del siglo XX, y ni una es de los componentes  del 98. Por lo tanto vincular la generación  del 98 con la pérdida  de las posesiones  cubana  y filipina,  no se tiene  en pie. Si a esto  se une  que  el Manifiesto  de «Los tres»  lo firmaron  en 1901, a tres años de la terminación  de la guerra en Cuba y Filipinas,  cuando  la contienda  era ya un lejano  recuerdo  en la memoria  colectiva  de los españoles, que todo el mundo quería olvidar, hay que llegar a la conclusión  de que la reacción de los del 98 fue con una espoleta muy retardada.


Las generaciones,  tal como hoy las conocemos,  empezaron  a estudiarse  en el primer  tercio del siglo XIX por pensadores  como A. Comte, J. S. MilI, J. Dromell, J. L. Giraud, A. A. Coumot,  G. Ferrari, G. R. Lümelin, W. Dilthey, L. Van Ranke,  O. Lorenz y alcanzó  su cenit con el alemán Julius Petersen,  quien  siste­ matizó los puntos clave de lo que constituye  una generación:  nacimientos  en fechas poco diferenciadas,  similar formación  intelectual,  mútuas relaciones,  participación  en actos organizados  por ellos,  acontecimiento  generacional  que aúne deseos  e intenciones,  personalidad  emblemática,  esclerosis  de la generación  anterior.  

Apenas  si alguno de esos aspectos,  sobre todo el último,  se da en la del 98, como  sus propios  componentes  explicaron.  No hay más que ver, por ejemplo, las obras escritas  y publicadas  por Benito  Pérez Galdós,  después  de  1898. En cuanto  a Unamuno,  nadie le reconocía  como personalidad  emblemática.  Lo dijo Azorín y lo recogió Baroja en sus memorias al citar unos párrafos  de un artículo  azoriniano  titulado  «1898»,  en el que  comentaba  el libro  «España»,  de Salvador  de Madariaga  y en el que  éste  dice  que  los maestros  del  98  fueron Costa,  Ganivet,  Ortega y Gasset y Unamuno.  Azorín desmiente  esta afirmación al decir que ninguno de los maestros citados  fue maestro de los escritores  de  1898. A Costa le teníamos por un político elocuente,  y nosotros  abominábamos   de la oratoria  y de la elocuencia.  A Ganivet  no le conocíamos;  le leímos mucho después.  Ortega no era maestro entonces;  lo fue más tarde; tenía Ortega en 1898 la bella edad de quince años. En cuanto a Unamuno,  no era entonces tampoco un maestro nuestro; lo fue también luego; era Unamuno  un buen camarada'

El que  fue maestro,  al menos  inicialmente,  fue Pérez  Galdós.  Miguel  de Unamuno  definió  con exactitud  el mundo  que Pérez Galdós  reflejó  en sus novelas, adelantándose  a los del 98. un mundo de pequeños  tenderos,  de pequeños  oficinistas,  de pequeños  usureros o más bien de prestamistas;  un mundo de una pequeñez  abrumadora  ( ...). La obra



La novelesca de Galdós es la pintura de una época y de una gente profundamente antiheróicas (...). Y es que había dado en ser realista, y la realidad que tenía delante era una muy triste realidad, una realidad anémicay fofa.

La continuidad,  el ser los del 98 meros seguidores  de Galdós, lo reafirmó  un autor de años posteriores,  Ramón Pérez de Ayala, al que se le incluye  en la generación  del 14, sucesora de la del 98, quien al hablar de la atmósfera  religiosa dijo que'esta atmósfera gravita sobre todos los escritores del 98, sensiblemente, evidentemente: Unamuno, Azorín, Maeztu, Grandmontagne, Valle IncIán, Baroja. Todos ellos (sé que esta afirmación 'todos ellos' me la repudiarán) son la prole fe cunda y diversa del patriarca Galdós. El sentido de la reverencia ante la vida (superación de la literatura amena) y la conciencia ética de España frente a la Humanidad (como conocimiento de propio y como deber) que representan ante todo los del 98, son herencias galdosianas y en nuestra literatura aparecen por primera vez con Galdós.


Conocer  hoy quiénes fueron los componentes  de la generación  del 98 es una tarea imposible,  porque  a medida  que han pasado  los años, cada experto,  cada tratadista,  cada estudioso  ha confeccionado  una lista distinta,  con lo cual lo que para unos es bueno, para otros no es que sea malo, es que no existe y el confusionismo  a que se ha llegado supera todo lo imaginable.  

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