LOS ESCRITORES
Y EL 98
La generación del noventa y ocho Azorín y Pío Baroja, seguidos
por Unamuno, Ramiro de Maeztu, Valle Inclán
y Antonio Machado, y ya a cierta distancia
Benavente».
Más allá de unos
Nombres, Muchos Nombres
Hubo una generación
fin de siglo en América,
con figuras coetáneas como Carlos
Reyles,
Mariano
Azuela, Pedro César Dominici, Manuel Díaz Rodríguez, Emilio Coll, Alcides Arguedas, Jaime Mendoza, Amado Nervo, Leopoldo Lugones,
Ricardo
James
Freyre, José Santos Chocano, Julio Herrera
y Reissig, Guillermo
Valencia,
Enrique Larreta,
Horacio Quiroga y José Enrique Rodó,
que realizaron una impresionante labor de modernización
literaria
del idioma
español. Y si se habla
de
España, hay que recordar a las figuras de la literatura catalana, desde Joan Maragall a Eugenio
D'Ors
y sus seguidores
del noucentisme. Los del 98, como los
del 14, miraron muy poco a Cataluña, pues
su atención fue centralista,
ante todo y sobre todo.
Andrés Trapiello acaba de publicar un libro-" muy clarificador,
pues además de poner en cuestión
la existencia de la tal generación del 98, lo que ofrece es un estudio
sereno
de escritores de la época que han quedado olvidados, cuyos méritos nadie
les puede regatear, como Ciro Bayo,
Silverio Lanza, Ruiz Contre
ras, Alejandro Sawa,
Luis Bonafoux, Manuel Bueno, Rafael
Lleyda, José María Salaverría, Vicente Blasco
Ibáñez,
Gabriel
Miró, Gabriel y Galán,
Gómez
Carrillo, Francisco Villaespesa, Antonio de Zayas, Andrés
González
Blanco,
Corpus
Barga,
Enrique
de
Mesa,
Fernando
Fortún,
Felipe
Trigo,
Manuel
Ciges
Pedro Pascual Martínez
Es un juicio
demoledor el que hizo D. Benito
Pérez Galdós sobre la mitificación del 98.
El pesimismo
que la España caduca nos predica para preparamos a un deshonroso
morir, ha generalizado en una idea falsa. La catástrofe del 98 sugiere
a muchos la idea de un inmenso
bajón de la raza y de su energía. No hay tal bajón ni cosa que lo valga. Mirando
un poco hacia lo pasado,
veremos que, con catástrofe
o sin ella, los últimos
cincuenta años del siglo anterior
marcan un progreso
de in calculable significación;(...) Va siendo ya general la idea de que se puede vivir sin abonarse por medio de una credencial a los comederos
del Estado; de éste se espera
muy poco en el sentido
de abrir caminos
anchos y nuevos
a los negocios, a la industria y a las artes. El país se ha mirado
en el espejo de su conciencia, horrorizándose de verse compuesto
de un rebaño de analfabetos conducidos a la mi seria por otro rebaño
de abogados. Del Estado se espera cada día menos;
cada día más del esfuerzo de las colectividades, de la perseverancia y agudeza del individuo.'
Estas palabras
las escribió Pérez Galdós en 1903, aún en plena vitalidad creadora y cuando ya se hablaba de la generación del 98, a cuyo espíritu
se refería despectivamente el
novelista grancanario. Tiene muchísima
importancia
este juicio porque los del 98 no solamente fueron deudores sino también meros
continuadores de Pérez Galdós, o lo tuvieron muy en cuenta, según ellos mis mos confesaron, con lo cual dijeron
públicamente
que la tal generación del 98 no existió.
Toda generación
tiene
a la fuerza
que tener un principio y un final. No se
puede defender que toda la obra de los componentes de una determinada generación pertenece
al tempus de ésta, porque llega un momento
en que las circunstancias que motivaron
su nacimiento, desaparecen. Los artículos y libros publicados por los componentes
del 98 en la primera
mitad de los años 30 del presente siglo poco
tenían
que
ver con sus
trabajos iniciales de finales del siglo XIX o comienzos del XX.
Azorín,
Pío Baraja y Ramiro
de Maeztu firmaron, con el pseudónimo de «Los Tres»,
su Manifiesto en diciembre de 1901,
al que se suele dar la certificación
de partida
de nacimiento de la generación
del 98, en
el que sostenían que no puede servir de base de unión de unos y otros el dogma religioso, que unos
sienten y otros no, ni el doctrinarismo republicano o socialista, ni siquiera
el ideal democrático, (...) ese mejoramiento sólo lo puede dar la ciencia,
única
base inderruíble de la humanidad.
(...) hasta producir un movimiento de opinión que pueda influir en los gobiernos y despierte
las iniciativas
particulares para
aquellas soluciones en que por fortuna se pueda prescindir del Estado.'
La revista «Juventud», fundada
por Baroja y Azorín,
que
vivió
muy
poco
tiempo (l-X-1901 / 27-I1I-1902) fue
la
tribuna pública de «Los Tres», en la que
dieron a conocer su pensamiento ellos y otros jóvenes escritores que se sumaron a la corriente de protesta regeneracionista, base del espíritu del 98.
Ramiro de Maeztu se apartó pronto
de los ideales literarios y de medias
tintas de sus amigos
y rechazó su inclusión
en el grupo por ser un «concepto impreciso y falso». Olvidó
al ambiente noventayochista
porque pensaba
que «aquello durante
varios años fue una tragicomedia de despropósitos, donde sentíamos el espíritu del tiempo,
pero no el de la tradición, por ignorarlo».
Pío Baroja, en un buen número de páginas de sus Memorias," explica y razona que la tal generación
del 98 no existió.
Yo siempre he afirmado
que no creía que existiera
una generación del 98. El invento fue de Azorín, y aunque no me parece de mucha exactitud,
no cabe duda
que tuvo un gran éxito (...). Una generación que no tiene puntos de vista comunes, ni aspiraciones iguales, ni solidaridad espiritual,
ni siquiera el nexo de la
edad, no es una generación.
La fecha tampoco es muy auténtica (...). Yo, que aparezco
en el elenco, no había publicado
por esa época más que algunos articulitos en periódicos de provincias
(...). Tampoco se sabe a punto fijo quiénes
formaban
parte de esa generación ( ...). En esta generación
fantasma
de
1898, formada por escritores que comenzaron a destacarse
a principios del siglo XX, yo no advierto la menor unidad
de ideas (...) Se ha dicho que la generación seguía la tendencia de Ganivet. Yo, entre
los escritores que conocí,
no había nadie que hubiese leído a Ganivet. Yo,
tampoco. Ganivet, en ese tiempo, era desconocido
(...). ¿Había algo en común de la generación
del 98? Yo creo que nada (...). El 98 no tenía ideas,
porque éstas eran tan contradictorias, que no podían formar un sistema
ni
un
cuerpo de doctrina (...). El año 1898 no existía entre nosotros nada que tuviera
carácter de grupo (...). Yo he intentado,
si no definir, caracterizar lo que era esta generación
nuestra,
que se llamó de 1898,
y que yo creo que podría
denominarse,
por la fecha de nacimiento de la mayoría de los que la formaban,
de 1870, y por su
época de iniciación en la literatura ante el público,
de
1900. Fue una genera ción excesivamente libresca. No supo, ni pudo vivir con cierta amplitud, porque era difícil en el ambiente mezquino en el que se encontraba. En general, sus
individuos pertenecían en casi totalidad,
a la pequeña burguesía, con pocos medios de fortuna.
Unamuno,
en
1916, cuando la generación
del 98 era ya un recuerdo,
exprimió su alma para decir en un artículo titulado «Nuestra
egolatría de los del 98» que «los que en 1898 saltamos
renegando contra
la España constituida y poniendo al desnudo las
lacerías de la patria éramos, quién más, quién
menos, unos ególatras»." Dos años después,
Don Miguel de Unamuno
expuso,
con la madurez
que dan los años y el tiempo, su nítida definición
de lo que había sido la generación del
98. «Sólo nos unían el tiempo y el lugar, y acaso un común dolor:
la angustia de no respirar en aquella España que
es la misma de hoy.
El que partiéramos casi al mismo tiempo
a raíz del desastre colonial
no quiere decir que
lo hiciéramos de acuerdo». Esto
lo decía Unamuno
en 1918, en un artículo publicado en «Nuevo Mundo», titulado «La hermandad
futura». Manuel Tuñón
de Lara indica que mito
hay, y mito por partida doble, al evocar al grupo impropiamente llamado «generación del
1898. un mito elaborado durante más de medio siglo, un doble mito, que nos ha presentado una «generación del 98» como
expresión de una
concepción del mundo y casi un cuerpo cerrado
de doctrina, lo cual está a mil le guas
de la realidad. Ha habido, en primer lugar, el mito «liberal» que, por añadidura,
ha mezclado institucionismo, hombres del 98, laicismo
y qué se yo más. Se
ha repetido hasta la saciedad,
sin poder apoyarse en la menor prueba,
que los del
98 llegaron a gobernar en el 31 o por lo menos su
espíritu. Lo peor de ese mito es su carácter
«ahistórico»,
al querer proponer como modelo
contemporáneo lo que fue
una apertura intelectual hace casi setenta
años."
La negación
de la existencia de la generación, más clara y terminante, más coherente y sincera, la hizo el propio
inventor
del término, Azorín. En 1913 publicó cuatro artículos que en ese mismo
año recogió en el libro «Clasicos y modernos» con el título
de «Generación del 98». Es el entierro
perpetuo
de la generación del 98, aunque sus componentes siguieron vivos y trabajando
muchísimo, pero ya como personalidades
individuales
y sin afán de grupo.
Existe una cierta
ilusión
óptica
referente
a la moderna
literatura española de
crítica social
y política; se cree generalmente que toda esa copiosa
bibliografía
«regeneradora», que
todos esos trabajos formados bajo la obsesión del problema de España, han brotado
a raíz del desastre colonial y como una consecuencia de él. Nada más
erróneo; la literatura
regeneradora,
producida
de
1898 hasta años después, no es sino una prolongación,
una continuación lógica, coherente, de la crítica política
y social que desde mucho antes de las guerras coloniales venía ejerciéndose. El desastre avivó, sí, el movimiento; pero la tendencia
era ya antigua, ininterrumpida). No seríamos
exactos si no dijéramos que el renacimiento literario de que hablamos no se inicia precisamente en 1898. Si la protesta
se de fine
en ese año, ya antes había comenzado a manifestarse La generación
de
1898, en suma, no ha hecho sino continuar el movimiento
ideológico
de la generación
anterior; ha tenido e! grito pasional
de Echegaray, e! espíritu corrosivo de Campoamor y el amor a la realidad de Galdós. Ha tenido todo eso; y la curiosidad
mental por lo extranjero y el espectáculo
de! Desastre
-fracaso de toda la política
española- han avivado su sensibilidad y han puesto en ella una variante
que antes no había en España.
Estas palabras
de Azorín fueron un inmenso jarro de agua fría, aunque la mayoría de los escritores
y tratadistas fueron insensibles a esta ducha azoriniana. y
lo siguen siendo. Azorín desmiente que la literatura del 98 naciera
en el
98 y se confiesa mero
seguidor y continuador de lo que estaban
haciendo los de antes, Echegaray,
Campoamor,
Galdós.
La Gloriosa
Revolución de 1868 supuso una crisis profundísima, en cuya solución se pusieron grandes
esperanzas. Al no haberse resuelto de forma ni medianamente satisfactoria, unido a la efímera
I República y la llegada
de la Restauración
Canovista,
la situación impulsó de forma imparable, cada día con mayor fuerza en sus exigencias, la aparición de escritores empeñados en sacudir el sesteo
permanente de la burguesía y la nobleza, los cuales realizaron la crítica despiadada contra
un régimen, unos partidos
y unos políticos que se repartían a su gusto la tarta nacional sin pensar si había otros ciudadanos
que también
que rían comer todos los días. Por poner unos pocos
ejemplos de escritores de diversas tendencias, Gumersindo de Azcárate no esperó
a
1898 para publicar sus obras que eran agudas
censuras al régimen político, ni tampoco lo hizo Francisco Giner
de los Ríos para fundar
(1876) la Institución
Libre de Enseñanza y escribir una buena parte de su obra, ni Miguel
de Unamuno para entregar (1895) su En torno al casticismo
a los lectores,
ni «Clarín» para escribir sus artículos
que eran críticas demoledoras
a Cánovas del Castillo
y dar a conocer
La Re genta, una de las novelas más importantes
de todos los tiempos
en idioma español,
la cual es la descripción más certera, sarcástica y aguda de la sociedad
de la Restauración Canovista, de su burguesía, de sus hipocresías, sus caciquismos y olvido de los problemas
sociales.
Benito
Pérez Galdós con
sus novelas Fortunata
y Jacinta (1887) y Miau (1888) hizo fotografías
realísimas
de la sociedad
madrileña.
De la generación
del 98 se ha hecho un mito
construido sobre
un pedestal de arena
mojada. Desde
hace cerca de un siglo se fundamenta y hace coincidir su
nacimiento como
consecuencia del final de la guerra en Filipinas
y Cuba y de
las derrotas militares españolas subsiguientes,
lo cual también derivó
en una supuesta crisis institucional, ante la que un pequeño grupo de escritores jóvenes se convirtió en la conciencia
crítica nacional
del país para sacar a España de la modorra
en que vivía. Es decir, que hasta que no llegan los del 98, los intelectuales y escritores españoles
anteriores
se habían dedicado
a sestear
y si existieron, su obra pasó tan desapercibida que no la conocieron ni ellos.
Para empezar hay que dejar bien sentado que a los de la generación del 98 la pérdida del imperio
ultramarino
español
les trajo sin
cuidado. Fuera de algún escaso artículo periodístico
hecho
por
alguno
de ellos de forma
ocasional, ni uno de aquellos
autores escribió un libro o un folleto
sobre lo que significó
per
der los archipiélagos del Atlántico
y del Pacífico.
He reunido
las fichas de 435
obras publicadas
por autores españoles sobre Cuba desde 1868
a los primeros años del siglo XX, y ni una es de los componentes del 98. Por lo tanto vincular la generación del 98 con la pérdida de las posesiones cubana y filipina, no se
tiene en pie. Si a esto
se une
que el Manifiesto
de «Los tres» lo firmaron en 1901, a tres años de la terminación
de la guerra en Cuba y Filipinas,
cuando la contienda era ya un lejano recuerdo en la memoria colectiva
de los españoles,
que todo el mundo quería
olvidar, hay que llegar a la conclusión
de que la reacción
de los del 98 fue con una espoleta muy retardada.
Las generaciones, tal como hoy las conocemos,
empezaron
a estudiarse en el primer tercio
del siglo XIX por pensadores como A. Comte, J. S. MilI,
J. Dromell, J. L. Giraud, A. A. Coumot,
G. Ferrari, G. R. Lümelin,
W. Dilthey, L. Van Ranke, O. Lorenz
y alcanzó su cenit con el alemán
Julius Petersen, quien
siste
matizó los puntos clave de lo que constituye una generación:
nacimientos
en fechas poco diferenciadas, similar formación
intelectual, mútuas relaciones, participación
en actos organizados por
ellos, acontecimiento generacional
que aúne deseos e intenciones,
personalidad
emblemática,
esclerosis
de la generación
anterior.
Apenas si alguno
de esos aspectos, sobre
todo el último, se da en la del 98,
como sus propios
componentes
explicaron.
No hay más que ver, por ejemplo, las obras escritas y publicadas por
Benito Pérez Galdós, después de 1898. En cuanto a Unamuno,
nadie le reconocía
como personalidad emblemática. Lo
dijo Azorín y lo recogió
Baroja en sus memorias al citar unos párrafos de un artículo azoriniano titulado
«1898», en el que
comentaba el libro
«España», de Salvador de Madariaga y en el que
éste
dice
que
los maestros del 98
fueron Costa, Ganivet, Ortega y Gasset y Unamuno.
Azorín desmiente esta afirmación al decir que ninguno de los maestros
citados fue maestro
de los escritores de 1898.
A Costa le teníamos
por un político elocuente, y nosotros abominábamos de la oratoria y de la elocuencia. A Ganivet
no le conocíamos;
le leímos mucho
después. Ortega no era maestro entonces; lo fue más tarde; tenía Ortega
en 1898 la bella edad de
quince años. En cuanto a Unamuno,
no era entonces tampoco
un maestro nuestro; lo fue también luego;
era Unamuno un buen camarada'
El que
sí fue maestro, al menos
inicialmente,
fue Pérez Galdós. Miguel de
Unamuno definió
con exactitud el mundo que Pérez Galdós
reflejó en sus novelas, adelantándose a los del 98.
un mundo de pequeños
tenderos,
de pequeños oficinistas, de pequeños usureros o más bien de prestamistas;
un mundo de una pequeñez
abrumadora
( ...). La obra
La novelesca de Galdós es la pintura
de una época y de una gente profundamente
antiheróicas (...). Y es que había dado en ser realista, y la realidad
que tenía delante
era una muy triste realidad, una realidad anémicay fofa.
La continuidad, el ser los del 98 meros seguidores
de Galdós, lo reafirmó
un autor de años posteriores, Ramón Pérez de Ayala, al que se le incluye
en la generación del 14, sucesora
de la del 98, quien al hablar
de la atmósfera religiosa dijo que' “esta atmósfera gravita
sobre todos los escritores del 98, sensiblemente, evidentemente: Unamuno, Azorín,
Maeztu, Grandmontagne, Valle IncIán, Baroja.
Todos ellos (sé que esta afirmación 'todos ellos' me la repudiarán) son la prole fe cunda y diversa del patriarca Galdós. El sentido de la reverencia ante la vida (superación de la literatura amena) y la conciencia ética
de España frente
a la Humanidad (como
conocimiento de sí propio y como deber) que representan ante todo
los del 98, son herencias galdosianas y en nuestra literatura aparecen por primera vez con Galdós.
Conocer hoy quiénes fueron los componentes de la generación del 98 es una tarea
imposible, porque
a medida que han pasado
los años, cada experto, cada tratadista, cada estudioso ha confeccionado una lista
distinta, con lo cual lo que
para unos es bueno, para otros no es que sea malo, es que no existe y
el confusionismo a que se ha llegado
supera todo lo imaginable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comente conservando una correcta redacción y ortografía. Gracias
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.