El Barroco en su Dimensión
A partir de la culminación de la Reconquista de la
península ibérica por los Reyes Católicos, coincidente con el descubrimiento de
América (1492), se inició en España una época de auge que corresponde a su apogeo
imperial y artístico, y que tuvo una duración de bastante más de cien años; a
la cual se conoce con la denominación de El Siglo de Oro.
Al mismo tiempo, se introduce una innovación
tecnológica llamada a tener una enorme proyección sobre el desarrollo de la
cultura: la imprenta que permitirá al mismo tiempo que una gran difusión de las
obras literarias, paralelamente la divulgación y generalización del uso de las
lenguas “vulgares”, poniendo al alcance de las poblaciones no solamente el gran
caudal de obras nuevas, sino también el enorme acervo de la producción clásica,
tanto del arte literario como del pensamiento filosófico y político, así como
el conocimiento de la Historia.
Por otra parte, el Renacimiento
llegó a España con bastante retraso sobre otros lugares de Europa; recién a
principios del Siglo XVI; con lo cual se caracterizó por una rápida absorción
de los modelos literarios renancentistas, especialmente el italiano.
La influencia de los modelos italianos se manifestó
originariamente, sobre todo en la poesía; donde durante el reinado de Carlos I
(de 1517 a 1556) se destacó la poesía de Garcilaso de la Vega con clara
influencia de Petrarca, así como el primer relato novelesco de “El lazarillo de
Tormes”.
A partir del reinado de Felipe II (de 1556 a 198),
en cambio, se desarrolló un período claramente nacional, caracterizado por las
obras de fray Luis de León, Fernando de Herrera, los místicos como sor Juana
Inés de la Cruz y especialmente la novela picaresca en que se destacan Mateo
Alemán y fundamentalmente Miguel de Cervantes Saavedra.
Garcilaso (1501-1536) consolidó
definitivamente la introducción de las formas poéticas italianas, especialmente
el endecasílabo toscano y el soneto; en una obra breve pero con una lírica
caracterizada por la exaltación del amor humano y de la naturaleza; a pesar de
que también surgieron firmes sostenedores del verso octosílabo, que satirizaron
a los “petrarquistas”.
En el campo de la prosa, el Siglo XVI español
presenció una gran expansión de las obras históricas, orientadas especialmente
a describir la obra de las guerras de Reconquista, especialmente la campaña de
Granada; así como los reinados de Carlos V y la corona de Aragón, como también
la historia de la conquista de las Indias. Del mismo modo, la preocupación por
el cultivo y perfeccionamiento de la lengua castellana, originó algunas obras
de temas idiomáticos.
Lo reciente de la Reconquista condujo a un
verdadero florecimiento de la literatura en prosa de tema morisco, donde se
destacan la “Historia del Abencerraje” (1551) y la crónica de las guerras civiles
en la Granada musulmana, entre los zegríes y los abencerrajes, de Ginés Pérez
de Hita, de fines del Siglo XVI.
Sin embargo, el gran
florecimiento de la literatura española del Siglo XVI estuvo representado por
el desarrollo de la novela; entre la cual se destacan las de caballería, la picaresca
y la pastoril, aunque parece de la temática morisca incorporó junto a elementos
puramente históricos algunos componentes de ficción.
En parte como una prolongación de la épica del
Romancero de los Siglos XIV y XV, las novelas de “caballerías” tuvieron en el
Siglo XVI, - a partir del desarrollo de la imprenta - una importante difusión;
y en cierto modo inauguraron una modalidad novelística, consistente en la
llamada “novela por entregas” en que la publicación separada de sus capítulos y
consiguiente creación de la intriga acerca de la continuación, ha llegado hasta
nuestros tiempos bajo la forma de los teleteatros y sus “culebrones”.
Sin duda, el lugar más destacado
de este período literario español lo ocupa el monumental “Don Quijote de la
Mancha” de Miguel de Cervantes Saavedra, consagración de la novelística del
Siglo de Oro, obra que es para el idioma castellano el equivalente de “La
Divina Commedia” para el italiano de origen toscano: la culminación literaria
de su identidad idiomática.
La picaresca es, en buena medida,
una respuesta literaria a las novelas de caballerías; a partir de los
antecedentes medievales, especialmente “La vida del lazarrillo de Tormes“ de
autor anónimo, publicada hacia 1554.
El personaje típico de la picaresca es un
representante de la inversa de los ideales de los caballeros, impulsado por el
hambre en vez del honor o el valor: un sujeto marginal de la sociedad,
absolutamente sin medios económicos, carente de valores morales y que solamente
puede valerse de la astucia. Sus personajes son aventureros que sobreviven en
la sociedad marginando el delito o cayendo abiertamente en él; y que no pocas
veces terminan presos, incorporando así cuadros descriptivos del submundo
carcelario, como los de la “Historia de la vida del Buscón“, de Quevedo,
probablemente autobiográficos.
En otro orden de la vida cultural
española del Siglo de Oro, el enorme impulso religioso resultante de la
Reconquista hecha en nombre de la Fé católica, y la condición que asumió España
como reducto de ella frente al embate de la Reforma, determinó en el campo
literario el surgimiento de una obra de contenido místico y ascético; cuyos
principales representantes fueron fray Luis de Granada, (cuyo nombre laico era
Luis de Sarriá), Fray Luis de León, Sor Juana Inés de la Cruz y Santa Teresa de
Jesús.
En el teatro, surgido hacia 1570
en los llamados “corrales de comedia”, el Siglo XVI español tuvo como
principales representantes, a partir de algunas obras del propio Cervantes, a
los andaluces Lope de Rueda y Juan de la Cueva; pero especialmente a Lope de
Vega y Carpio (1562 - 1635), a quien se atribuyen alrededor de 1800 comedias,
de las cuales son clásicas “Fuenteovejuna”, “El perro del hortelano“ y “Peribáñez
y el comendador de Ocaña”.
El período barroco.
Se designa como el barroco, a un estilo artístico
que marcó el período histórico que sucedió al Renacimiento, entre finales del
siglo XVI y finales del siglo XVII; y que tuvo sus repercusiones en todas las
artes principales: la pintura, la arquitectura, la música, la danza y también
en la literatura; tanto en Europa como en los países hispanoamericanos.
Se considera que el término deriva del portugués,
en que “barroco” equivale a la palabra castellana “barrueco”, que
significa “perla irregular”. En italiano, la palabra “barocco” significa
“razonamiento retorcido”.
La doctrina estética del barroco postula un
perfeccionismo por el rebuscamiento de efectos novedosos y de sorpresa; un
desafío al reto de las dificultades formales, haciendo alarde de ingenio en la
creación de artificios que importan la necesidad de un esfuerzo en el receptor
de la obra de arte, para descifrar su sentido y su contenido.
Idiomáticamente, la expresión “barroco” encierra
las ideas de extravagancia y de exageración; con un marcado sentido peyorativo
que alude a un rebuscamiento formal sin fundamento real.
Como un antecedente del barroco, procede mencionar
el manierismo, un estilo que se desarrolló en Italia en el siglo XVI, y que
especialmente tuvo aplicación en los campos de la pintura y la escultura; donde
se caracterizó por el uso de figuras muy exageradas, a menudo con posturas
forzadas o con efectos dramáticos, y con una elección de los colores bastante
arbitraria.
El manierismo - cuya designación proviene de la
palabra italiana maniera, manera - procuraba obtener efectos más
emotivos, de mayor movimiento y contraste; especialmente en el tratamiento de
la figura humana. Pueden citarse como ejemplos de esta tendencia estilística,
algunas obras célebres; como El juicio final pintado por Miguel Ángel en
la Capilla Sixtina, El descendimiento de la cruz de Rosso Fiorentino, y
en España la obra de El Greco en general.
Es posible efectuar una clara diferenciación de las
bases y los conceptos culturales del Renacimiento, respecto de aquellos del
Barroco. Aunque sujeto desde sus orígenes a una gran influencia italiana, el
barroco es esencialmente un movimiento cultural de origen español; lo cual
tiene una repercusión importante en su planteamiento.
Mientras el arte renacentista es esencialmente
realista y se atiene a la apariencia objetiva, el barroco busca apartarse de
esa apariencia, destaca las formas
En buena medida, el Barroco,
consecuentemente con la actitud asumida por España como reducto del catolicismo
frente a la Reforma, encarnó el espíritu de la Contrarreforma. Por otro lado,
si bien en muchas de sus manifestaciones artísticas estuvo fuertemente ligado a
los temas religiosos, por otro lado postuló una libertad absoluta para crear y
aún para distorsionar las formas; buscando permanentemene la complejidad en la
expresión como medio para desconcertar y maravillar al destinatario de la obra
de arte.
El barroco se incorporó a todos
los edificios y monumentos religiosos, en una época de la cual, gracias al auge
económico, data buena parte de las grandes catedrales y otras obras religiosas
hispánicas. Pero asimismo, se implantó también en las obras religiosas de las
épocas precedentes, superponiéndose al gótico y al románico de las iglesias
medievales, al incorporar en su interior esculturas, pinturas y retablos llenos
de los rasgos característicos del barroco, que actualmente es posible presenciar
en ellas.
En Madrid se encuentran algunas
de las manifestaciones más representativas de esta etapa; la iglesia de
Montserrat y las fachadas de San Cayetano y del Hospicio.
Una
variante especialmente notable de la decoración arquitectónica barroca, que
recibe el nombre de “churrigueresco” es debida a la obra de José de
Churriguera, quien creó obras sumamente d estacadas dentro del estilo barroco.
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El contexto histórico del barroco español.
El Siglo de Oro transcurre a partir del momento de
mayor empuje histórico de la España recién surgida como un Estado unificado, a
partir de la Reconquista y la unificación de las coronas de Castilla y León,
enriquecida con el reciente descubrimiento de “las Indias” y empeñada en la
titánica tarea de su colonización; hasta el comienzo de su decadencia.
Unificada bajo el imperio de los Reyes Católicos y
regida ulteriormente por soberanos firmemente defensores de la Fé, a partir del
surgimiento de la Reforma, España se concentra en la lucha contra el
separatismo religioso. Se convierte en paladín de la evangelización del nuevo
continente americano, al tiempo que, en su ámbito interno, se mantiene el
espíritu de la religión católica tradicional, mediante una censura intensa y
rígida; respaldada en la institución de la Inquisición española, llamada “La
Santa Hermandad” frecuentemente mencionada en las obras literarias de esta
época.
Pero, al mismo tiempo, la situación social interna
se caracterizó por la existencia de grandes diferencias entre ricos y pobres.
El afianzamiento del sistema monárquico aparejó un fortalecimiento del régimen
nobiliario - los “grandes de España” - en tanto que el sistema del mayorazgo
expulsaba de su núcleo a los “segundones”, excluídos de la sucesión y librados
a la carrera eclesiástica o militar, o a la búsqueda de éxito en la aventura
americana.
La expulsión de los moros y los judíos luego de la
Reconquista, introdujo también un factor negativo en el orden económico tanto
como en el demográfico; que se vio agravado por los efectos de la peste y las
hambrunas. Junto a ello, la falsa riqueza producida por el mercantilismo,
solventada por los metales preciosos aportados por América, dio lugar al
surgimiento de una gran cantidad de menesterosos, marginados de la vida
económica, que dieron origen al prototipo social y cultural del “pícaro”.
Poco a poco, el Imperio Español se fue convirtiendo
en una potencia de segundo orden; frente al surgimiento de Inglaterra y
Francia, que desarrollan sus economías reales y terminan quedándose también con
los metales preciosos. España ingresó paulatinamente en una grave crisis
política y militar. En particular Francia, aprovechó la creciente debilidad
militar española para expandirse sobre los territorios europeos españoles no
peninsulares.
La decadencia militar y política del Imperio Español
se inició con la derrota de la Armada Invencible (1588), y continuó con la
sufrida por su infantería en la batalla de Rocroi, en Francia, el 19 de mayo de
1643, que puso fin a la Guerra de los Treinta Años en la Paz de Westfalia de
1648 y en el Tratado de los Pirineos de 1659; y se prolongó al ingresar el
Siglo XVIII, con la Guerra de Sucesión.
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En ese contexto, la cultura barroca resulta ser en
buena medida reflejo de esas circunstancias conformadas por la decadencia, la
crisis, el malestar social, las tensiones religiosas y una resultante común de
frustración y desengaño. Se asiste al derrumbe del idealismo renacentista, con
su amor a la vida y su visión armónica del mundo; y se impone una concepción
negativa del mundo y de la vida.
El rasgo esencial del barroco, consistente en la
búsqueda de retruécanos formales, complicadas formas expresivas, se bifurcó en
dos corrientes esenciales: el culteranismo y el conceptismo; ambas expresiones
de un mismo propósito de crear formas artificiosas y complicadas de la
expresión literaria.
El culteranismo.
El culteranismo se dirigió a crear la belleza por
medio de artificios del lenguaje; empleando neologismos de su propia creación a
partir de palabras del latín o del griego, tratando de imitar el ritmo de la
sintaxis latina, y acudiendo al empleo intensivo de metáforas e imágenes.
Atiende, sobre todo, a efectos o invocaciones sensoriales; esmerándose especialmente
en el cuidado de la forma.
Se emplea en forma intensa y acumulativa algunos recursos expresivos ya
existentes en la literatura renacentista, así como se procede al uso audaz y
reiterativo de la metáfora, del hipérbaton, de alusiones a la mitología, y se
recurre a emplear cultismos y neologismos, pretendiendo producir imágenes
brillantes y una expresión culta y refinada.
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Puede
decirse con propiedad que la metáfora es el recurso por excelencia de la poesía
culterana. El uso encadenado de metáforas y de imágenes en serie, persigue la
finalidad de crear una especie de mundo virtual e idealizado como ámbito de la
poesáa, alejándose de esa manera del mundo de la realidad cotidiana.
El conceptismo.
El
conceptismo es esencialmente un estilo aplicable a la prosa, que más que
incidir en el rebuscamiento de la forma como lo hacía el culteranismo, apunta a
una asociación ingeniosa en la exposición de las ideas; y que, en consecuencia,
incide sobre todo, en el plano del pensamiento. Se dice que el nombre de
conceptismo se origina en la obra “Los Conceptos espirituales”, de
Alonso de Ledesma publicada hacia el 1600.
Para conseguir este fin, los
autores conceptistas se valieron de recursos retóricos como la paradoja, la
paronomasia o la elipsis. También emplearon con frecuencia la dilogía, es
decir, utilizar términos de sentido dudoso, que tienen dos o más significados.
Uno de
los principales exponentes del conceptismo barroco, fue el jesuita aragonés Baltasar
Gracián; narrador, moralista y político, autor entre otras obras de la novela “El
criticón”, y de “Agudeza y arte de ingenio”, en que definió el concepto,
esencia del conceptismo, como “aquel acto del entendimiento, que exprime las
correspondencias que se hallan entre los objetos”.
Pero tal vez la figura más
destacable del conceptismo barroco ha sido Quevedo, quien además de una profusa
obra en prosa y en verso en que lo aplicó, escribió algunas obras
específicamente dedicadas a satirizar a los culteranistas, como “La aguja de
navegar cultos” y “La culta latiniparla”.
La asociación de un contenido peyorativo al término
barroco, del mismo modo que las invectivas que fueron dirigidas a la
literatura barroca o a su forma culteranista, no deben conducir a una negativa apreciación
del arte del período barroco.
La dificultad interpretativa de sus manifestaciones
literarias, especialmente en España, pudo determinar cierto grado de rechazo y
sin duda de incomprensión; especialmente por parte de quienes carecían del
grado de preparación cultural que resultaba necesario para llegar a entender -
e, incluso, a conocer - las referencias mitológicas, o el sentido de los
neologismos de origen griego o latino que se empleaban.
Pero ello no puede considerarse un defecto de las
obras en sí mismas, sino una consecuencia del bajo nivel cultural del medio en
que surgieron; no desvalorizan a los artistas que las produjeron, sino a la
masa de quienes - en base a su inferioridad cultural - no alcanzaban a
comprenderlas.
No es posible, en particular, llegar a una
conclusión acerca de si la cultura humanística de Góngora, por ejemplo, era
igual, inferior o superior a la de Quevedo. Pero sí cabe percibir que la acidez
de las críticas y sátiras de este último, no fueron del todo ajenas a la
exacerbación de las rivalidades políticas entre los duques de Olivares y de
Osuna en el ambiente cortesano de Felipe III y Felipe IV; de los cuales ambos
literatos eran a la vez protegidos y, en consecuencia, emplearon sus dotes
artísticas para ensalzar a su protector o para denostar al rival.
Tampoco existen demasiados fundamentos para tomar
un partido entre el culteranismo y el conceptismo.
Sin duda el conceptismo importó poner el acento
especialmente en lo elaborado de los contenidos conceptuales de los temas
abordados; y por algo es predominantemente una orientación del barroco
aplicable a las obras en prosa. En definitiva, el conceptismo importó atender,
con profundidad y rigorismo en la convocatoria al esfuerzo racional del
intelecto, a temas del pensamiento filosófico, histórico, político y religioso
de trascendencia cultural en su época y, en gran medida, de vigencia permanente.
Pero no puede pasarse por alto que el culteranismo,
si bien orientado hacia el cultivo de los aspectos formales, no solamente
implicaba insertar en sus obras más representativas las referencias a un acervo
cultural clásico en sí mismo altamente valorable; sino que su elaboración de
los recursos expresivos, contribuyó de manera destacable al enriquecimiento de
los todavía nuevos idiomas, como en el caso español, del castellano.
La extremadamente cuidadosa elaboración expresiva
de la poesía barroca, en cuanto a sus recursos expresivos tanto como respecto de
los recursos métricos y estróficos - y al empleo del soneto ajustado a
sus reglas no sólo formales sino expositivas; puede equipararse perfectamente a
lo que, en el campo de la música, significó el barroco como manifestación del
más depurado virtuosismo técnico tanto en la composición como en la ejecución
instrumental y vocal requeridas para su realización. Por algo, también, el
culteranismo se asocia predominantemente a las expresiones barrocas de la
poesía; en la cual no solamente cabe atender a su estructura escrita, sino
también al resultado sonoro de su recitado.
Lo mismo puede decirse de las similares exigencias
de virtuosismo y alta capacidad técnica, en la concepción y en la ejecución del
extremado detallismo aplicado en el arte de la pintura o de la arquitectura,
propio del período barroco.
De tal manera que el barroco - al contrario de lo
que a veces queda sugerido como una desvaloración de sus manifestaciones
artísticas a causa de la exigencia de una superioridad cultural habilitante
para su compresión y plena percepción de su valía; debe considerarse una etapa
de importante superación del producto cultural del occidente europeo y
americano. Una resultante, en el arte, del perfeccionamiento de las capacidades
del intelecto en los objetos de su atención; como también del desarrollo de la
capacidad creativa y del virtuosismo que, en último grado, son también
manifestaciones superiores de la cultura.
Prosa y poesía en el barroco español
El período que abarca el Siglo de Oro, e incluye el
Barroco, es la etapa más fecunda de las Letras españolas, tanto en la prosa
como en la poesía y el teatro.
En prosa, la novela picaresca a partir de su
antecedente anónimo del “Lazarillo de Tormes” y la “Vida del Pícaro
Guzmán de Alfarache”, obra de Mateo Alemán, fue brillantemente cultivada
especialmente por Quevedo (“Historia de la vida del Buscón llamado don
Pablos”, de 1626), Francisco López de Úbeda (“La pícara Justina”, de
1605), Vicente Espinel (“Vida del escudero Marcos de Obregón”, de 1618),
Luis López de Guevara (“El diablo cojuelo”, de 1641) y por el propio Cervantes
en sus “Novelas ejemplares”; y, por supuesto, la novela alcanzó su
máxima expresión en el Quijote de Cervantes.
En la poesía los modelos de la lírica italiana
renacentista fueron adaptados principalmente por Boscán y Garcilaso de la Vega,
con magníficos resultados. Tanto en verso como en prosa, la mística se
constituyó en un género literario tipicamente español, siendo sus principales
cultores fray Luis de Granada, fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Sor
Juana Inés de la Cruz y Santa Teresa de Jesús.
La poesía lírica originó dos tendencias,
consolidadas claramente bajo el reinado de Felipe II:
- La escuela salmantina, proviene de la Universidad de Salamanca donde fray Luis de León era catedrático cuyas Odas (“Vida retirada”, “A Francisco Salinas”, “Noche Serena”, “Ascensión y morada en el cielo”) son los ejemplos paradigmáticos.
- La escuela sevillana, preocupada por la pureza del lenguaje y la perfección de la forma, está representada principalmente por Fernando de Herrera, (1534 - 1597) quien siguió firmemente el modelo del Petrarca en sus elegías y canciones (“A la batalla de Lepanto”, y otras). Otras célebres obras líricas de esta escuela son la “Canción a las ruinas de Itálica”, de Rodrigo Caro (1573 - 1647); y las poesías de Francisco de Rioja (1583 - 1659), “El poeta de las flores”, “Al jazmín”, “A una rosa”, “al Clavel”, y otras.
El teatro.
Los “corrales de comedias” que aparecieron hacia
1570 - de los cuales subsiste aún el de Almagro en Ciudad Real - independizaron
las representaciones teatrales del ámbito eclesiástico; en tanto que en la
producción de obras teatrales se destacaron Juan de Encina, Torres Navarro y
Gil Vicente como los precursores de Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de
la Barca, que conformaron el núucleo del teatro clásico español.
El teatro de la época barroca española evidencia
algunos elementos que lo caracterizan firmemente:
- Constituye una recreación de la tragedia griega clásica.
- Los autores siguen en general el pensamiento de Aristóteles.
- Se busca dar a las obras un contenido referido a las realidades propias del pueblo español.
- Se desenvuelve con poca acción.
- Posee un diálogo parco, dado que apunta a la narración más que a la expresividad.
Cabe distinguir entre el teatro religioso y el
popular.
El teatro religioso, cuyos orígenes datan de la
época del Medievo, estaba impulsado fundamentalmente por los móviles de la
Contrarreforma, e intentaba captar la mente y la atención de los espectadores
por medio de los sentidos, con el objetivo de que quien lo presenciaba se
sintiera profundamente consustanciado con el catolicismo.
El teatro popular fue resultado del surgimiento de
la comedia nacional española, cuyas características principales fueron la
mezcla de elementos trágicos y cómicos, la introducción en la representación de
cantos y bailes populares y la utilización de expresiones en prosa o en verso.
Se buscó hacer un teatro del gusto de la época, incorporando personajes
populares, y dándole a la trama un cierto carácter novelesco.
La estructura de su desarrollo se ajusta
generalmente al esquema clásico, comprendiendo exposición, nudo y desenlace.
Puede decirse que sus conceptos básicos fueron
establecidos por Lope de Vega:
- Reúne elementos de carácter trágico y cómico.
- Incorpora un personaje que constituye el gracioso.
- Se parta en buena medida de las unidades establecidas de tiempo y de lugar.
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