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martes, 19 de enero de 2016

5to-II Antonio Machado. Poesías cortas y Sonetos

Información biográfica

    Nombre: Antonio Machado Ruiz
    Lugar y fecha nacimiento: Sevilla (España), 26 de julio de 1875
    Lugar y fecha defunción: Collioure (Francia), 22 de febrero de 1939 (63 años)

    Acaso
      Como atento no más a mi quimera
      No reparaba en torno mío, un día
      Me sorprendió la fértil primavera
      Que en todo el ancho campo sonreía.
      Brotaban verdes hojas
      De las hinchadas yemas del ramaje,
      Y flores amarillas, blancas, rojas,
      Alegraban la mancha del paisaje.
      Y era una lluvia de saetas de oro,
      El sol sobre las frondas juveniles;
      Del amplio río en el caudal sonoro
      Se miraban los álamos gentiles.
      Tras de tanto camino es la primera
      Vez que miro brotar la primavera,
      Dije, y después, declamatoriamente:
      -¡Cuán tarde ya para la dicha mía!-
      Y luego, al caminar, como quien siente
      Alas de otra ilusión: -Y todavía
      ¡Yo alcanzaré mi juventud un día!


    Al gran cero
      (Del apócrifo Abel Martín)

      Cuando el Ser que se es hizo la nada
      Y reposó, que bien lo merecía,
      Ya tuvo el día noche, y compañía
      Tuvo el hombre en la ausencia de la amada.
      Fíat umbral brotó el pensar humano.
      Y el huevo universal alzó, vacío,
      Ya sin color, desubstanciado y frío,
      Lleno de niebla ingrávida, en su mano.
      Toma el cero integral, la hueca esfera,
      Que has de mirar, si lo has de ver, erguido.
      Hoy que es espalda el lomo de tu fiera,
      Y es el milagro del no ser cumplido,
      Brinda, poeta, un canto de frontera
      A la muerte, al silencio y al olvido.

    Amada, el aura dice
      Amada, el aura dice
      Tu pura veste blanca...
      No te verán mis ojos;
      ¡Mi corazón te aguarda!
      El viento me ha traído
      Tu nombre en la mañana;
      El eco de tus pasos
      Repite la montaña...
      No te verán mis ojos;
      ¡Mi corazón te aguarda!
      En las sombrías torres
      Repican las campanas...
      No te verán mis ojos;
      ¡Mi corazón te aguarda!
      Los golpes del martillo
      Dicen la negra caja;
      Y el sitio de la fosa,
      Los golpes de la azada...
      No te verán mis ojos;
      ¡Mi corazón te aguarda!


    Anoche cuando dormía
      Anoche cuando dormía
      Soñé, ¡bendita ilusión!,
      Que una fontana fluía
      Dentro de mi corazón.
      Di, ¿por qué acequia escondida,
      Agua, vienes hasta mí,
      Manantial de nueva vida
      De donde nunca bebí?
      Anoche cuando dormía
      Soñé, ¡bendita ilusión!,
      Que una colmena tenía
      Dentro de mi corazón;
      Y las doradas abejas
      Iban fabricando en él,
      Con las amarguras viejas
      Blanca cera y dulce miel.
      Anoche cuando dormía
      Soñé, ¡bendita ilusión!,
      Que un ardiente sol lucía
      Dentro de mi corazón.
      Era ardiente porque daba
      Calores de rojo hogar,
      Y era sol porque alumbraba
      Y porque hacía llorar.
      Anoche cuando dormía
      Soñé, ¡bendita ilusión!,
      Que era Dios lo que tenía
      Dentro de mi corazón.

    Arde en tus ojos
      Arde en tus ojos un misterio, virgen
      Esquiva y compañera.
      No sé si es odio o es amor la lumbre
      Inagotable de tu aljaba negra.
      Conmigo irás mientras proyecte sombra
      Mi cuerpo y quede a mi sandalia arena.
      -¿Eres la sed o el agua en mi camino?
      Dime, virgen esquiva y compañera.

    A un olmo seco
      Al olmo viejo, hendido por el rayo
      Y en su mitad podrido,
      Con las lluvias de abril y el sol de mayo,
      Algunas hojas verdes le han salido.
      ¡El olmo centenario en la colina
      Que lame el Duero! Un musgo amarillento
      Le mancha la corteza blanquecina
      Al tronco carcomido y polvoriento.
      No será, cual los álamos cantores
      Que guardan el camino y la ribera,
      Habitado de pardos ruiseñores.
      Ejército de hormigas en hilera
      Va trepando por él, y en sus entrañas
      Hunden sus telas grises las arañas.
      Antes que te derribe, olmo del Duero,
      Con su hacha el leñador, y el carpintero
      Te convierta en melena de campana,
      Lanza de carro o yugo de carreta;
      Antes que rojo en el hogar, mañana
      Ardas, de alguna mísera caseta
      Al borde de un camino;
      Antes que te descuaje un torbellino
      Y tronche el soplo de las sierras blancas;
      Antes que el río hacia la mar te empuje,
      Por valles y barrancas,
      Olmo, quiero anotar en mi cartera
      La gracia de tu rama verdecida.
      Mi corazón espera
      También hacia la luz y hacia la vida,
      Otro milagro de la primavera.

    Campo
      La tarde está muriendo
      Como un hogar humilde que se apaga.
      Allá, sobre los montes,
      Quedan algunas brasas.
      Y ese árbol roto en el camino blanco
      Hace llorar de lástima.
      ¡Dos ramas en el tronco herido, y una
      Hoja marchita y negra en cada rama!
      ¿Lloras?... Entre los álamos de oro,
      Lejos, la sombra del amor te aguarda.


    Canciones a Guiomar I
      No sabía
      Si era un limón amarillo
      Lo que tu mano tenía,
      O un hilo del claro día,
      Guiomar, en dorado ovillo.
      Tu boca me sonreía.
      Yo pregunté: ¿qué me ofreces?
      ¿Tiempo en fruto, que tu mano
      Eligió entre madureces
      De tu huerta?
      ¿Tiempo vano
      De una bella tarde yerta?
      ¿Dorada ausencia encantada?
      ¿Copia en el agua dormida?
      ¿De monte en monte encendida,
      La alborada
      Verdadera?
      ¿Rompe en sus turbios espejos
      Amor la devanadera
      De sus crepúsculos viejos?

    Canciones a Guiomar II
      En un jardín te he soñado,
      Alto, Guiomar, sobre el río,
      Jardín de un tiempo cerrado
      Con verjas de hierro frío.
      Un ave insólita canta
      En el almez, dulcemente,
      Junto al agua viva y santa,
      Toda sed y toda fuente.
      En ese jardín, Guiomar,
      El mutuo jardín que inventan
      Dos corazones al par,
      Se funden y complementan
      Nuestras horas. Los racimos
      De un sueño -juntos estamos-
      En limpia copa exprimimos,
      Y el doble cuento olvidamos.
      (Uno: mujer y varón,
      Aunque gacela y león,
      Llegan juntos a beber.
      El otro: no puede ser
      Amor de tanta fortuna:
      Dos soledades en una,
      Ni aún de varón y mujer).
      Por ti el mar ensaya olas y espumas,
      Y el iris, sobre el monte, otros colores,
      Y el faisán de la aurora canto y plumas,
      Y el búho de Minerva ojos mayores.
      Por ti, ¡oh Guiomar!


    Canciones a Guiomar III
      Tu poeta
      Piensa en ti. La lejanía
      Es de limón y violeta,
      Verde el campo todavía.
      Conmigo viense, Guiomar;
      Nos sorbe la serranía.
      De encinar en encinar
      Se va fatigando el día.
      El tren devora y devora
      Día y riel. La retama
      Pasa en Sombra; se desdora
      El oro de Guadarrama.
      Porque una diosa y su amante
      Huyen juntos, jadeante
      Los sigue la luna llena.
      El tren se esconde y resuena
      Dentro de un monte gigante.
      Campos yermos, cielo alto.
      Tras los montes de granito
      Y otros montes de basalto,
      Ya es la mar y el infinito.
      Juntos vamos; libres somos.
      Aunque el Dios, como en el cuento
      Fiero rey, cabalgue a lomos
      Del mejor corcel del viento,
      Aunque nos jure, violento,
      Su venganza,
      Aunque ensille el pensamiento,
      Libre amor, nadie lo alcanza.
      Hoy te escribo en mi celda de viajero,
      A la hora de una cita imaginaria.
      Rompe el iris al aire el aguacero,
      Y al monte su tristeza planetaria.
      Sol y campanas en la vieja torre.
      ¡Oh tarde viva y quieta que opuso
      Al panta rhei su nada corre,
      Tarde niña que amaba a su poeta!
      ¡Y día adolescente
      -Ojos claros y músculos morenos-,
      Cuando pensaste a amor, junto a la fuente,
      Besar tus labios y apresar tus senos!
      Todo a esta luz de abril se transparenta;
      Todo en el hoy de ayer, el todavía
      Que en sus maduras horas
      El tiempo canta y cuenta,
      Se funde en una sola melodía,
      Que es un coro de tardes y de auroras.
      A ti, Guiomar, esta nostalgia mía.


    Cantares
      Todo pasa y todo queda,
      Pero lo nuestro es pasar,
      Pasar haciendo caminos,
      Caminos sobre el mar.
      Nunca perseguí la gloria,
      Ni dejar en la memoria
      De los hombres mi canción;
      Yo amo los mundos sutiles,
      Ingrávidos y gentiles,
      Como pompas de jabón.
      Me gusta verlos pintarse
      De sol y grana, volar
      Bajo el cielo azul, temblar
      Súbitamente y quebrarse...
      Nunca perseguí la gloria.
      Caminante, son tus huellas
      El camino y nada más;
      Caminante, no hay camino,
      Se hace camino al andar.
      Al andar se hace camino
      Y al volver la vista atrás
      Se ve la senda que nunca
      Se ha de volver a pisar.
      Caminante no hay camino
      Sino estelas en la mar...
      Hace algún tiempo en ese lugar
      Donde hoy los bosques se visten de espinos
      Se oyó la voz de un poeta gritar
      "Caminante no hay camino,
      Se hace camino al andar..."
      Golpe a golpe, verso a verso...
      Murió el poeta lejos del hogar.
      Le cubre el polvo de un país vecino.
      Al alejarse le vieron llorar.
      "Caminante no hay camino,
      Se hace camino al andar..."
      Golpe a golpe, verso a verso...
      Cuando el jilguero no puede cantar.
      Cuando el poeta es un peregrino,
      Cuando de nada nos sirve rezar.
      "Caminante no hay camino,
      Se hace camino al andar..."
      Golpe a golpe, verso a verso.


    Cante hondo
      Yo meditaba absorto, devanando
      Los hilos del hastío y la tristeza,
      Cuando llegó a mi oído,
      Por la ventana de mi estancia, abierta.
      A una caliente noche de verano,
      El plañir de una copla soñolienta,
      Quebrada por los trémolos sombríos
      De las músicas magas de mi tierra.
      ... Y era el amor, como una roja llama...
      -Nerviosa mano en la vibrante cuerda
      Ponía un largo suspirar de oro,
      Que se trocaba en surtidor de estrellas-.
      ... Y era la muerte, al hombro la cuchilla,
      El paso largo, torva y esquelética.
      -Tal cuando yo era niño la soñaba-.
      Y en la guitarra, resonante y trémula,
      La brusca mano, al golpear, fingía
      El reposar de un ataúd en tierra.
      Y era un plañido solitario el soplo
      Que el polvo barre y la ceniza avienta.


    Como en el alto llano tu figura
      ¡Como en el alto llano tu figura
      Se me aparece!... Mi palabra evoca
      El prado verde y la árida llanura,
      La zarza en flor, la cenicienta roca.
      Y el recuerdo obediente, negra encina
      Brota en el cerro, baja el chopo al río;
      El pastor va subiendo a la colina;
      Brilla un balcón de la ciudad: el mío,
      El nuestro. ¿Ves? Hacia Aragón, lejana,
      La sierra de Moncayo, blanca y rosa...
      Mira el incendio de esa nube grana,
      Y aquella estrella en el azul, esposa.
      Tras el Duero, la loma de Santana
      Se amorata en la tarde silenciosa.

    Crepúsculo
      Caminé hacia la tarde de verano
      Para quemar, tras el azul del monte,
      La mirra amarga de un amor lejano
      En el ancho flamígero horizonte.
      Roja nostalgia el corazón sentía,
      Sueños bermejos, que en el alma brotan
      De lo inmenso inconsciente,
      Cual de región caótica y sombría
      Donde ígneos astros, como nubes, flotan,
      Informes, en un cielo lactescente.
      Caminé hacia el crepúsculo glorioso,
      Congoja del estío, evocadora
      Del infinito ritmo misterioso
      De olvidada locura triunfadora.
      De locura adormida, la primera
      Que al alma llega y que del alma huye,
      Y la sola que torna en su carrera
      Si la agria ola del ayer refluye.
      La soledad, la musa que el misterio
      Revela al alma en sílabas preciosas
      Cual notas de recóndito salterio,
      Los primeros fantasmas de la mente
      Me devolvió, a la hora en que pudiera,
      Caída sobre la ávida pradera
      O sobre el seco matorral salvaje,
      Un ascua del crepúsculo fulgente,
      Tornar en humo el árido paisaje.
      Y la inmensa teoría
      De gestos victoriosos
      De la tarde rompía
      Los cárdenos nublados congojosos.
      Y muda caminaba
      En polvo y sol envuelta, sobre el llano,
      Y en confuso tropel, mientras quemaba
      Sus inciensos de púrpura el verano.


    Cuando sea mi vida
      Cuando sea mi vida,
      Toda clara y ligera
      Como un buen río
      Que corre alegremente
      A la mar,
      A la mar ignota
      Que espera
      Llena de sol y de canción.
      Y cuando brote en mi
      Corazón la primavera
      Serás tú, vida mía,
      La inspiración
      De mi nuevo poema.
      Una canción de paz y amor
      Al ritmo de la sangre
      Que corre por las venas.
      Una canción de amor y paz.
      Tan solo de dulces cosas y palabras.
      Mientras,
      Mientras, guarda la llave de oro
      De mis versos
      Entre tus joyas.
      Guárdala y espera.


    Del pasado efímero
      Este hombre del casino provinciano
      Que vio a Carancha recibir un día,
      Tiene mustia la tez, el pelo cano,
      Ojos velados por melancolía;
      Bajo el bigote gris, labios de hastío,
      Y una triste expresión, que no es tristeza,
      Sino algo más y menos: el vacío
      Del mundo en la oquedad de su cabeza.
      Aún luce de corinto terciopelo
      Chaqueta y pantalón abotinado,
      Y un cordobés color de caramelo,
      Pulido y torneado.
      Tres veces heredó; tres ha perdido
      Al monte su caudal; dos ha enviudado.
      Sólo se anima ante el azar prohibido,
      Sobre el verde tapete reclinado,
      O al evocar la tarde de un torero,
      La suerte de un tahúr, o si alguien cuenta
      La hazaña de un gallardo bandolero,
      O la proeza de un matón, sangrienta.
      Bosteza de política banales
      Dicterios al gobierno reaccionario,
      Y augura que vendrán los liberales,
      Cual torna la cigüeña al campanario.
      Un poco labrador, del cielo aguarda
      Y al cielo teme; alguna vez suspira.
      Pensando en su olivar, y al cielo mira
      Con ojo inquieto, si la lluvia tarda.
      Lo demás, taciturno, hipocondríaco,
      Prisionero en la Arcadia del presente,
      Le aburre; sólo el humo del tabaco
      Simula algunas sombras en su frente.
      Este hombre no es de ayer ni es de mañana,
      Sino de nunca; de la cepa hispana
      No es fruto maduro ni podrido,
      Es una fruta vana
      De aquella España que pasó y no ha sido,
      Esa que hoy tiene la cabeza cana.

    Desde el umbral de un sueño
      Desde el umbral de un sueño me llamaron...
      Era la buena voz, la voz querida.
      -Dime: ¿vendrás conmigo a ver el alma?...
      Llegó a mi corazón una caricia.
      -Contigo siempre... Y avancé en mi sueño
      Por una larga, escueta galería,
      Sintiendo el roce de la veste pura
      Y el palpitar suave de la mano amiga.


    Desgarrada la nube
      Desgarrada la nube; el arco iris
      Brillando ya en el cielo,
      Y en un fanal de lluvia
      Y sol el campo envuelto.
      Desperté. ¿Quién enturbia
      Los mágicos cristales de mi sueño?
      Mi corazón latía
      Atónito y disperso.
      ... ¡El limonar florido,
      El cipresal del huerto,
      El prado verde, el sol, el agua, el iris...
      El agua en tus cabellos!
      Y todo en la memoria se perdía
      Como una pompa de jabón al viento.

    El mar triste
      Palpita un mar de acero de olas grises
      Dentro los toscos murallones roídos
      Del puerto viejo. Sopla el viento norte
      Y riza el mar. El triste mar arrulla
      Una ilusión amarga con sus olas grises.
      El viento norte riza el mar, y el mar azota
      El murallón del puerto.
      Cierra la tarde el horizonte
      Anubarrado. Sobre el mar de acero
      Hay un cielo de plomo.
      El rojo bergantín es un fantasma
      Sangriento, sobre el mar, que el mar sacude...
      Lúgubre zumba el viento norte y silba triste
      En la agria lira de las jarcias recias.
      El rojo bergantín es un fantasma
      Que el viento agita y mece el mar rizado,
      El tosco mar rizado de olas grises.


    El amor y la sierra
      Cabalgaba por agria serranía,
      Una tarde, entre roca cenicienta.
      El plomizo balón de la tormenta
      De monte en monte rebotar se oía.
      Súbito, al vivo resplandor del rayo,
      Se encabritó, bajo de un alto pino,
      Al borde de la peña, su caballo.
      A dura rienda le tornó al camino.
      Y hubo visto la nube desgarrada,
      Y, dentro, la afilada crestería
      De otra sierra más tenue y levantada.
      -Relámpago de piedra parecía-.
      ¿Y vio el rostro de Dios? Vio el de su amada.
      Gritó: "¡Morir en esta sierra fría!"


    El mañana efímero
      La España de charanga y pandereta,
      Cerrado y sacristía,
      Devota de Frascuelo y de María,
      De espíritu burlón y de alma quieta,
      Ha de tener su mármol y su día,
      Su infalible mañana y su poeta.
      El vano ayer engendrará un mañana
      Vacío y, ¡por ventura!, pasajero.
      Será un joven lechuzo y tarambana,
      Un sayón con hechuras de bolero,
      A la moda de Francia realista,
      Un poco al uso de París pagano,
      Y al estilo de España especialista
      En el vicio al alcance de la mano.
      Esa España inferior que ora y bosteza,
      Vieja y tahúr, zaragatera y triste;
      Esa España inferior que ora y embiste,
      Cuando se digna usar la cabeza,
      Aún tendrá luengo parto de varones
      Amantes de sagradas tradiciones
      Y de sagradas formas y maneras;
      Florecerán las barbas apostólicas,
      Y otras calvas en otras calaveras
      Brillarán, venerables católicas,
      El vano ayer engendrará un mañana
      Vacío y, ¡por ventura!, pasajero,
      La sombra de un lechuzo tarambana,
      De un sayón con hechuras de bolero:
      El vacuo ayer dará un mañana huero.
      Como la náusea de un borracho ahíto
      De vino malo, un rojo sol corona
      De heces turbias las cumbres de granito;
      Hay un mañana estomagante escrito
      En la tarde pragmática y dulzona.
      Mas otra España nace,
      La España del cincel y de la maza,
      Con esa eterna juventud que se hace
      Del pasado macizo de la raza.
      Una España implacable y redentora,
      España que alborea
      Con un hacha en la mano vengadora,
      España de la rabia y de la idea.


    Empeñé tu memoria
      ¿Empeñé tu memoria? ¡Cuántas veces!
      La vida baja como un ancho río,
      Y cuando lleva al mar alto navío
      Va con cieno verdoso y turbias heces.
      Y más si hubo tormenta en sus orillas,
      Y él arrastra el botín de la tormenta,
      Si en su cielo la nube cenicienta
      Se incendió de centellas amarillas.
      Pero aunque fluya hacia la mar ignota,
      Es la vida también agua de fuente
      Que de claro venero, gota a gota,
      O ruidoso penacho de torrente,
      Bajo el azul, sobre la piedra brota.
      Y allí suena tu nombre, ¡eternamente!

    Eran ayer mis dolores
      Eran ayer mis dolores
      Como gusanos de seda
      Que iban labrando capullos;
      Hoy son mariposas negras.
      ¡De cuántas flores amargas
      He sacado blanca cera!
      ¡Oh, tiempo en que mis pesares
      Trabajaba como abeja!
      Hoy son como avenas locas,
      O cizaña en sementera,
      Como tizón en espiga,
      Como carcoma en madera.
      ¡Oh, tiempo en que mis dolores
      Tenía lágrimas buenas,
      Y eran como agua de noria
      Que va regando una huerta!
      Hoy son agua de torrente
      Que arranca el limo a la tierra.
      Dolores que ayer hicieron
      De mi corazón colmena,
      Hoy tratan mi corazón
      Como a una muralla vieja:
      Quieren derribarlo, y pronto,
      Al golpe de la piqueta.


    Hacia tierra baja (III)
      Un mesón de mi camino.
      Con un gesto de vestal,
      Tú sirves el rojo vino
      De una orgía de arrabal.
      Los borrachos
      De los ojos vivarachos
      Y la lengua fanfarrona
      Te requiebran, ¡oh varona!
      Y otros borrachos suspiran
      Por tus ojos de diamante,
      Tus ojos que a nadie miran.
      A la altura de tus senos,
      La batea rebosante
      Llega en tus brazos morenos.
      ¡Oh, mujer,
      Dame también de beber!

    Hastío
      Pasan las horas de hastío
      Por la estancia familiar,
      El amplio cuarto sombrío
      Donde yo empecé a soñar.
      Del reloj arrinconado,
      Que en la penumbra clarea,
      El tictac acompasado
      Odiosamente golpea.
      Dice la monotonía
      Del agua clara al caer:
      Un día es como otro día;
      Hoy es lo mismo que ayer.
      Cae la tarde. El viento agita
      El parque mustio y dorado...
      ¡Qué largamente ha llorado
      Toda la fronda marchita!


    He andado muchos caminos
      He andado muchos caminos
      He abierto muchas veredas;
      He navegado en cien mares
      Y atracado en cien riberas.
      En todas partes he visto
      Caravanas de tristeza,
      Soberbios y melancólicos
      Borrachos de sombra negra.
      Y pedantones al paño
      Que miran, callan y piensan
      Que saben por qué no beben
      El vino de las tabernas.
      Mala gente que camina
      Y va apestando la tierra...
      Y en todas partes he visto
      Gentes que danzan o juegan,
      Cuando pueden, y laboran
      Sus cuatro palmos de tierra.
      Nunca, si llegan a un sitio
      Preguntan a dónde llegan.
      Cuando caminan, cabalgan
      A lomos de mula vieja.
      Y no conocen la prisa
      Ni aún en los días de fiesta.
      Donde hay vino, beben vino,
      Donde no hay vino, agua fresca.
      Son buenas gentes que viven,
      Laboran, pasan y sueñan,
      Y un día como tantos,
      Descansan bajo la tierra.


    Húmedo está, bajo el laurel
      Húmedo está, bajo el laurel, el banco
      De verdinosa piedra;
      Lavó la lluvia, sobre el muro blanco,
      Las empolvadas hojas de la yedra.
      Del viento del otoño el tibio aliento
      Los céspedes ondula, y la alameda
      Conversa con el viento...
      ¡El viento de la tarde en la arboleda!
      Mientras el sol en el ocaso esplende
      Que los racimos de la vid orea,
      Y el buen burgués, en su balcón, enciende
      La estoica pipa que el tabaco humea,
      Voy recordando versos juveniles...
      ¿Qué fue de aquel mi corazón sonoro?
      ¿Será cierto que os vais, sombras gentiles,
      Huyendo entre los árboles de oro?


    Huye del triste amor
      Huye del triste amor, amor pacato,
      Sin peligro, sin venda ni aventura,
      Que espera del amor prenda segura,
      Porque en amor locura es lo sensato.
      Ese que el pecho esquiva al niño ciego
      Y blasfemó del fuego de la vida,
      De una brasa pensada, y no encendida,
      Quiere ceniza que le guarde el fuego.
      Y ceniza hallará, no de su llama,
      Cuando descubra el torpe desvarío
      Que pedía, sin flor, fruto en la rama.
      Con negra llave el aposento frío
      De su tiempo abrirá. ¡Despierta cama,
      Y turbio espejo y corazón vacío!


    Inventario galante
      Tus ojos me recuerdan
      Las noches de verano,
      Negras noches si luna,
      Orilla al mar salado,
      Y el chispear de estrellas
      Del cielo negro y bajo.
      Tus ojos me recuerdan
      Las noches de verano.
      Y tu morena carne,
      Los trigos requemados,
      Y el suspirar de fuego
      De los maduros campos.
      Tu hermana es clara y débil
      Como los juncos lánguidos,
      Como los sauces tristes,
      Como los linos glaucos.
      Tu hermana es un lucero
      En el azul lejano...
      Y es alba y aura fría
      Sobre los pobres álamos
      Que en las orillas tiemblan
      Del río humilde y manso.
      Tu hermana es un lucero
      En el azul lejano.
      De tu morena gracia
      De tu soñar gitano,
      De tu mirar de sombra
      Quiero llenar mi vaso.
      Me embriagaré una noche
      De cielo negro y bajo,
      Para cantar contigo,
      Orilla al mar salado,
      Una canción que deje
      Cenizas en los labios...
      De tu mirar de sombra
      Quiero llenar mi vaso.
      Para tu linda hermana
      Arrancaré los ramos
      De florecillas nuevas
      A los almendros blancos,
      En un tranquilo y triste
      Alborear de marzo.
      Los regaré con agua
      De los arroyos claros,
      Los ataré con verdes
      Junquillos del remanso
      Para tu linda hermana
      Yo haré un ramito blanco.


    Jardín
      Lejos de tu jardín quema la tarde
      Inciensos de oro en purpurinas llamas,
      Tras el bosque de cobre y de ceniza.
      En tu jardín hay dalias.
      ¡Malaya tu jardín! Hoy me parece
      La obra de un peluquero,
      Con esa pobre palmerilla enana,
      Y ese cuadro de mirtos recortados...
      Y el naranjito en su tonel... El agua
      De la fuente de piedra
      No cesa de reír sobre la concha blanca.


    La primavera besaba
      La primavera besaba
      Suavemente la arboleda,
      Y el verde nuevo brotaba
      Como una verde humareda.
      Las nubes iban pasando
      Sobre el campo juvenil...
      Yo vi en las hojas temblando
      Las frescas lluvias de abril.
      Bajo ese almendro florido,
      Todo cargado de flor
      -Recordé-, yo he maldecido
      Mi juventud sin amor.
      Hoy en mitad de la vida,
      Me he parado a meditar...
      ¡Juventud nunca vivida,
      Quién te volviera a soñar!


    Llamó a mi corazón
      Llamó a mi corazón, un claro día,
      Con un perfume de jazmín, el viento.
      -A cambio de este aroma,
      Todo el aroma de tus rosas quiero.
      -No tengo rosas; flores
      En mi jardín no hay ya, todas han muerto.
      -Me llevaré los llantos de las fuentes,
      Las hojas amarillas y los mustios pétalos.
      Y el viento huyó. Mi corazón sangraba.
      Alma, ¿qué has hecho de tu pobre huerto?


    Llanto de las virtudes y coplas por la muerte de Don Guido
      Al fin, una pulmonía
      Mató a don Guido, y están
      Las campanas todo el día
      Doblando por él: ¡din dan!
      Murió don Guido, un señor
      De mozo muy jaranero,
      Muy galán y algo torero;
      De viejo, gran rezador.
      Dicen que tuvo un serrallo
      Este señor de Sevilla;
      Que era diestro
      En manejar el caballo,
      Y un maestro
      En refrescar manzanilla.
      Cuando mermó su riqueza,
      Era su monotonía
      Pensar que pensar debía
      En asentar la cabeza.
      Y asentóla
      De una manera española,
      Que fue casarse con una
      Doncella de gran fortuna;
      Y repintar sus blasones,
      Hablar de las tradiciones
      De su casa,
      A escándalos y amoríos
      Poner tasa,
      Sordina a sus desvaríos.
      Gran pagano,
      Se hizo hermano
      De una santa cofradía;
      El Jueves Santo salía,
      Llevando un cirio en la mano
      -¡Aquel trueno!-,
      Vestido de nazareno.
      Hoy nos dice la campana
      Que han de llevarse mañana
      Al buen don Guido, muy serio,
      Camino del cementerio.
      Buen don Guido, ya eres ido
      Y para siempre jamás
      Alguien dirá: "¿Qué dejaste?"
      Yo pregunto: "¿Qué llevaste
      Al mundo donde hoy estás?"
      ¿Tu amor a los alamares
      Y a las sedas y a los oros,
      Y a la sangre de los toros
      Y al humo de los altares?
      Buen don Guido y equipaje,
      ¡Buen viaje!
      El acá
      Y el allá,
      Caballero,
      Se ve en tu rostro marchito,
      Lo infinito:
      Cero, cero.
      ¡Oh las enjutas mejillas,
      Amarillas,
      Y los párpados de cera,
      Y la fina calavera
      En la almohada del lecho!
      ¡Oh fin de una aristocracia!
      La barba canosa y lacia
      Sobre el pecho;
      Metido en tosco sayal,
      Las yertas manos en cruz,
      ¡Tan formal!
      El caballero andaluz.


    Me dijo un alba de la primavera
      Me dijo un alba de la primavera:
      Yo florecí en tu corazón sombrío
      Ha muchos años, caminante viejo
      Que no cortas las flores del camino.
      Tu corazón de sombra, ¿acaso guarda
      El viejo aroma de mis viejos lirios?
      ¿Perfuman aún mis rosas la alba frente
      Del hada de tu sueño adamantino?
      Respondí a la mañana:
      Sólo tienen cristal los sueños míos.
      Yo no conozco el hada de mis sueños;
      No sé si está mi corazón florido.
      Pero si aguardas la mañana pura
      Que ha de romper el vaso cristalino,
      Quizás el hada te dará tus rosas,
      Mi corazón tus lirios.


    Me dijo una tarde de la primavera
      Me dijo una tarde
      De la primavera:
      Si buscas caminos
      En flor en la tierra,
      Mata tus palabras
      Y oye tu alma vieja.
      Que el mismo albo lino
      Que te vista, sea
      Tu traje de duelo,
      Tu traje de fiesta.
      Ama tu alegría
      Y ama tu tristeza,
      Si buscas caminos
      En flor en la tierra.
      Respondí a la tarde
      De la primavera:
      Tú has dicho el secreto
      Que en mi alma reza:
      Yo odio la alegría
      Yo odio a la pena,
      Mas antes que pise
      Tu florida senda,
      Quisiera traerte
      Muerta mi alma vieja.


    Melancolía
      Tarde tranquila, casi
      Con placidez de alma,
      Para ser joven, para haberlo sido
      Cuando Dios quiso, para
      Tener algunas alegrías... lejos,
      Y poder dulcemente recordarlas.
      Es una tarde cenicienta y mustia,
      Destartalada, como el alma mía;
      Y es esta vieja angustia
      Que habita mi usual hipocondría.
      La causa de esta angustia no consigo
      Ni vagamente comprender siquiera;
      Pero recuerdo y recordando digo:
      -"Sí, yo era niño, y tú, mi compañera".


    Mi amor
      ¿Mi amor? ¿Recuerdas, dime,
      Aquellos juncos tiernos
      Lánguidos y amarillos
      Que hay en el cauce seco?
      ¿Recuerdas la amapola
      Que calcinó el verano,
      La amapola marchita,
      Negro crespón del campo?
      ¿Te acuerdas del sol yerto
      Y humilde en la mañana,
      Que brilla y tiembla roto
      Sobre una fuente helada?


    Mi corazón se ha dormido
      ¿Mi corazón se ha dormido?
      Colmenares de mis sueños,
      ¿Ya no labráis? ¿Está seca
      La noria del pensamiento,
      Los canguilones vacíos
      Girando, de sombra llenos?
      No, mi corazón no duerme.
      Está despierto, despierto.
      Ni duerme, ni sueña, mira,
      Los claros ojos abiertos,
      Señas lejanas y escucha
      A orillas del gran silencio.

    Oh, dime, noche amiga
      ¡Oh, dime, noche amiga, amada vieja,
      Que me traes el retablo de mis sueños
      Siempre desierto y desolado, y sólo
      Con mi fantasma dentro,
      Mi pobre sombra triste
      Sobre la estepa y bajo el sol de fuego,
      O soñando amarguras
      En las voces de todos los misterios,
      Dime, si sabes, vieja amada, dime
      Si son mías las lágrimas que vierto!
      Me respondió la noche:
      Jamás me revelaste tu secreto.
      Yo nunca supe, amado,
      Si eras tú ese fantasma de tu sueño,
      Ni averigüé si era su voz o la tuya,
      O era la voz de un histrión grotesco.
      Dije a la noche: Amada mentirosa,
      Tú sabes mi secreto;
      Tú has visto la honda gruta
      Donde fabrica su cristal mi sueño,
      Y sabes que mis lágrimas son mías,
      Y sabes mi dolor, mi dolor viejo.
      ¡Oh! Yo no sé, dijo la noche, amado,
      Yo no sé tu secreto,
      Aunque he visto vagar ese, que dices
      Desolado fantasma, por tu sueño.
      Yo me asomo a las almas cuando lloran
      Y escucho su hondo rezo,
      Humilde y solitario,
      Ese que llamas salmo verdadero;
      Pero en las hondas bóvedas del alma,
      No sé si el llanto es una voz o un eco.
      Para escuchar tu queja de tus labios,
      Yo te busqué en tu sueño,
      Y allí te vi vagando en un borroso
      Laberinto de espejos.


    Otoño
      El cárdeno otoño
      No tiene leyendas
      Para mí. Los salmos
      De las frondas muertas,
      Jamás he escuchado,
      Que el viento se lleva.
      Yo no sé los salmos
      De las hojas secas,
      Sino el sueño verde
      De la amarga tierra.


    Otras canciones a Guiomar
      (A la manera de Abel Martín y de Juan de Mairena)
      I

      ¡Sólo tu figura,
      Como una centella blanca,
      En mi noche oscura!
      ¡Y en la tersa arena,
      Cerca de la mar,
      Tu carne rosa y morena,
      Súbitamente, Guiomar!
      En el gris del muro,
      Cárcel y aposento,
      Y en un paisaje futuro
      Con sólo tu voz y el viento;
      En el nácar frío
      De tu zarcillo en mi boca,
      Guiomar, y en el calofrío
      De una amanecida loca;
      Asomada al malecón
      Que bate la mar de un sueño,
      Y bajo el arco del ceño
      De mi vigilia, a traición,
      ¡Siempre tú!
      Guiomar, Guiomar,
      Mírame en ti castigado:
      Reo de haberte creado,
      Ya no te puedo olvidar.
      II

      Todo amor es fantasía;
      Él inventa el año, el día,
      La hora y su melodía;
      Inventa el amante y, más,
      La amada. No prueba nada,
      Contra el amor, que la amada
      No haya existido jamás.
      III

      Escribiré en tu abanico:
      Te quiero para olvidarte,
      Para quererte te olvido. IV

      Te abanicarás
      Con un madrigal que diga:
      En amor el olvido pone la sal.
      V

      Te pintaré solitaria
      En la urna imaginaria
      De un daguerrotipo viejo,
      O en el fondo de un espejo,
      Viva y quieta,
      Olvidando a tu poeta.
      VI

      Y te enviaré mi canción:
      "Se canta lo que se pierde",
      Con un papagayo verde
      Que la diga en tu balcón.
      VII

      Que apenas si de amor el ascua humea
      Sabe el poeta que la voz engola
      Y, barato cantor, se pavonea
      Con su pesar o enluta su viola;
      Y que si amor da su destello, sola
      La pura estrofa suena,
      Fuente de monte, anónima y serena.
      Bajo el azul olvido, nada canta,
      Ni tu nombre ni el mío, el agua santa.
      Sombra no tiene de su turbia escoria
      Limpio metal; el verso del poeta
      Lleva el ansia de amor que lo engendrara
      Como lleva el diamante sin memoria
      -Frío diamante- el fuego del planeta
      Trocado en luz, en una joya clara...


    Por qué, decisme
      ¿Por qué, decisme, hacia los altos llanos,
      Huye mi corazón de esta ribera,
      Y en tierra labradora y marinera
      Suspiro por los yermos castellanos?
      Nadie elige su amor. Llevóme un día
      Mi destino a los grises calvijares
      Donde ahuyenta al caer la nieve fría
      Las sombras de los muertos encinares.
      De aquel trozo de España, alto y roquero,
      Hoy traigo a ti, Guadalquivir florido,
      Una mata del áspero romero.
      Mi corazón está donde ha nacido,
      No a la vida, al amor, cerca del Duero...
      ¡El muro blanco y el ciprés erguido!


    Preludio
      Mientras la sombra pasa de un santo amor, hoy quiero
      Poner un dulce salmo sobre mi viejo atril.
      Acordaré las notas del órgano severo
      Al suspirar fragante del pífano de abril.
      Madurarán su aroma las pomas otoñales,
      La mirra y el incienso salmodiarán su olor;
      Exhalarán su fresco perfume los rosales
      Bajo la paz en sombra del tibio huerto en flor.
      Al grave acorde lento de música y aroma,
      La sola y vieja y noble razón de mi rezar
      Levantará su vuelo suave de paloma,
      Y la palabra blanca se elevará al altar.


    Renacimiento
      Galerías del alma, ¡el alma niña!
      Su clara luz risueña;
      Y la pequeña historia,
      Y la alegría de la vida nueva...
      ¡Ah, volver a nacer, y andar camino,
      Ya recobrada la perdida senda!
      Y volver a sentir en nuestra mano,
      Aquel latido de la mano buena
      De nuestra madre... Y caminar en sueños
      Por amor de la mano que nos lleva.
      En nuestras almas todo
      Por misteriosa mano se gobierna.
      Incomprensibles, mudas,
      Nada sabemos de las almas nuestras.
      Las más hondas palabras
      Del sabio nos enseñan,
      Lo que el silbar del viento cuando sopla,
      O el sonar de las aguas cuando ruedan.


    Retrato
      Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
      Y un huerto claro donde madura el limonero;
      Mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
      Mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
      Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
      -Ya conocéis mi torpe aliño indumentario-,
      Mas recibí la flecha que me asignó Cupido,
      Y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
      Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
      Pero mi verso brota de manantial sereno;
      Y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
      Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
      Adoro la hermosura, y en la moderna estética
      Corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
      Mas no amo los afeites de la actual cosmética,
      Ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
      Desdeño las romanzas de los tenores huecos
      Y el coro de los grillos que cantan a la luna.
      A distinguir me paro las voces de los ecos,
      Y escucho solamente, entre las voces, una.
      ¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
      Mi verso, como deja el capitán su espada:
      Famosa por la mano viril que la blandiera,
      No por el docto oficio del forjador preciada.
      Converso con el hombre que siempre va conmigo
      -Quien habla solo espera hablar a Dios un día-;
      Mi soliloquio es plática con ese buen amigo
      Que me enseñó el secreto de la filantropía.
      Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
      A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
      El traje que me cubre y la mansión que habito,
      El pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
      Y cuando llegue el día del último viaje,
      Y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
      Me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
      Casi desnudo, como los hijos de la mar.

    Rosa de fuego
      Tejidos sois de primavera, amantes,
      De tierra y agua y viento y sol tejidos.
      La sierra en vuestros pechos jadeantes,
      En los ojos los campos florecidos,
      Pasead vuestra mutua primavera,
      Y aún bebed sin temor la dulce leche
      Que os brinda hoy la lúbrica pantera,
      Antes que, torva, en el camino aceche.
      Caminad, cuando el eje del planeta
      Se vence hacia el solsticio del verano,
      Verde el almendro y mustia la violeta,
      Cerca la sed y el hontanar cercano,
      Hacia la tarde del amor, completa,
      Con la rosa de fuego en vuestra mano.


    Siempre fugitiva
      Siempre fugitiva y siempre
      Cerca de mí, en negro manto
      Mal cubierto el desdeñoso
      Gesto de tu rostro pálido.
      No sé a dónde vas, ni dónde
      Tu virgen belleza tálamo
      Busca en la noche. No sé
      Qué sueños cierran tus párpados,
      Ni de quien haya entreabierto
      Tu lecho inhospitalario.
      Detén el paso, belleza
      Esquiva, detén el paso.
      Besar quisiera la amarga,
      Amarga flor de tus labios.


    Soneto I
      A Guiomar.
      Perdón, Madona del Pilar, si llego
      Al par que nuestro amado florentino,
      Con una mata de serrano espliego,
      Con una rosa de silvestre espino.
      ¿Qué otra flor para ti de tu poeta
      Si no es la flor de la melancolía?
      Aquí, sobre los huesos del planeta
      Pule el sol, hiela el viento, diosa mía.
      ¡Con qué divino acento
      Me llega a mi rincón de sombra y frío
      Tu nombre, al acercarme el tibio aliento
      De otoño el hondo resonar del río!
      Adiós: cerrada mi ventana, siento
      Junto a mí un corazón... ¿Oyes el mío?


    Soneto II
      A Guiomar.
      De mar a mar entre los dos la guerra,
      Más honda que la mar. En mi parterre,
      Miro a la mar que el horizonte cierra.
      Tú, asomada, Guiomar, a un Finisterre,
      Miras hacia otro mar, la mar de España
      Que Camoens cantara, tenebrosa.
      Acaso a ti mi ausencia te acompaña.
      A mí me duele tu recuerdo, diosa.
      La guerra dio al amor el tajo fuerte.
      Y es la total angustia de la muerte,
      Con la sombra iracunda de tu llama
      Y la soñada miel de amor tardío,
      Y la flor imposible de la rama
      Que ha sentido del hacha el corte frío.


    Soñé que tú me llevabas
      Soñé que tú me llevabas
      Por una blanca vereda,
      En medio del campo verde,
      Hacia el azul de las sierras,
      Hacia los montes azules,
      Una mañana serena.
      Sentí tu mano en la mía,
      Tu mano de compañera,
      Tu voz de niña en mi oído
      Como una campana nueva,
      Como una campana virgen
      De un alba de primavera.
      ¡Eran tu voz y tu mano,
      En sueño, tan verdaderas!
      Vive, esperanza, ¡quién sabe
      Lo que se traga la tierra!


    Y era el demonio de mi sueño
      Y era el demonio de mi sueño, el ángel
      Más hermoso. Brillaban
      Como aceros los ojos victoriosos,
      Y las sangrientas llamas
      De su antorcha alumbraron
      La honda cripta del alma.
      -¿Vendrás conmigo? No, jamás; las tumbas
      Y los muertos me espantan.
      Pero la férrea mano
      Mi diestra atenazaba.
      Vendrás conmigo... Y avancé en mi sueño,
      Cegado por la roja luminaria.
      Y en la cripta sentí sonar cadenas,
      Y rebullir de fieras enjauladas.


    Y ha de morir contigo el mundo mago
      ¿Y ha de morir contigo el mundo mago
      Donde guarda el recuerdo
      Los hálitos más puros de la vida,
      La blanca sombra del amor primero,
      La voz que fue a tu corazón, la mano
      Que tú querías retener en sueños,
      Y todos los amores
      Que llegaron al alma, al hondo cielo?
      ¿Y ha de morir contigo el mundo tuyo,
      La vieja vida en orden tuyo y nuevo?
      ¿Los yunques y crisoles de tu alma
      Trabajan para el polvo y para el viento?


    Y no es verdad, dolor
      Y no es verdad, dolor, yo te conozco,
      Tú eres nostalgia de la vida buena
      Y soledad de corazón sombrío,
      De barco sin naufragio y sin estrella.
      Como perro olvidado que no tiene
      Huella ni olfato y yerra
      Por los caminos, sin camino, como
      El niño que en la noche de una fiesta
      Se pierde entre el gentío
      Y el aire polvoriento y las candelas
      Chispeantes, atónito, y asombra
      Su corazón de música y de pena.
      Así voy yo, borracho melancólico,
      Guitarrista lunático, poeta,
      Y pobre hombre en sueños,
      Siempre buscando a Dios entre la niebla.


    Yo voy soñando caminos
      Yo voy soñando caminos
      De la tarde. ¡Las colinas
      Doradas, los verdes pinos,
      Las polvorientas encinas!
      ¿Adónde el camino irá?
      Yo voy cantando, viajero,
      A lo largo del sendero...
      -La tarde cayendo está-.
      En el corazón tenía
      La espina de una pasión;
      Logré arrancármela un día;
      Ya no siento el corazón.
      Y todo el campo un momento
      Se queda, mudo y sombrío,
      Meditando. Suena el viento
      En los álamos del río.
      La tarde más se oscurece;
      Y el camino se serpea
      Y débilmente blanquea,
      Se enturbia y desaparece.
      Mi cantar vuelve a plañir:
      Aguda espina dorada,
      Quién te volviera a sentir
      En el corazón clavada.

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