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domingo, 18 de octubre de 2015

5to_Castellano Literatura

CONTENIDOS PARA LOS ESTUDIANTES DE 5TO AÑO



Componente: la comunicación como expresión del desarrollo socio histórico de la humanidad.

    Implicaciones en el significado cultural de celebraciones, efemérides y festividades locales, regionales y nacionales.

    Investigación socio-crítica de la literatura de segunda   mitad del siglo XIX. Aspectos generales. Encuadre de los movimientos literarios en el contexto socio histórico del siglo.

    La novela post guerra. Década de los años 40. La novela Social (1950-1960). Nuevas tendencias (a partir de 1960). Aspectos introductorios generales.

   Manifestaciones artísticas literarias de la localidad.

    Recursos        estilísticos:    tipo    semántico    (figuras    literarias), morfosintácticas y nicas.

    Análisis de obras literarias representativas de la literatura y el arte universal desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la actualidad, con énfasis en la latinoamericana y caribeña, que contribuyan al desarrollo    de   la   fraternidad,   convivencia   y   solidaridad   en la humanidad.

    Procesos de análisis, comprensión y construcción de textos de otra tipología: científicos, técnicos, tecnológicos y oficiales.

    Construcciones    formales:    ponencias,    informes    y    artículos periodísticos.










    Técnicas,   métodos   de   investigación   complejos.   Utilización   y sistematización de la teoría de la investigación científica a través de trabajos    por   proyectos.    Delimitación    y    fundamentación    de problemas, tomados de la realidad.

    Trabajos    de    investigación    sobre    la    obra    de    escritores latinoamericanos y del Caribe, de los movimientos literarios en los que  están  inmersos  o  de  sus  relaciones  con  otras  expresiones del arte.

    Empleo de los recursos expresivos en la construcción de textos en prosa y verso.

    Las  diferentes  concepciones  del  pensamiento  ideológico  en  el mundo    actual.    Apreciación    y    disfrute    de    las    diferentes manifestaciones culturales y del arte, con énfasis en el cine latinoamericano y del caribe, comparadas con la literatura universal.




LAS FUNCIONES DEL LENGUAJE 

¿Qué son las funciones del lenguaje? Como sabemos, el lenguaje sirve para transmitir conocimientos, solicitar información, expresar emociones… Ahora bien, es el emisor el que decide que función debe cumplir el lenguaje. Por lo tanto, las funciones del lenguaje tienen que ver con la intencionalidad del emisor.
¿Cuáles son las funciones del lenguaje? Existen tres que se consideran básicas y que debes comprender plenamente, tanto para reconocerlas en un texto como para utilizarlas conscientemente en una creación de lenguaje propia. 

REFERENCIAL,  APELATIVA, EXPRESIVA 

1.      FUNCIÓN REFERENCIAL El elemento fundamental es el contexto o referente. El emisor se limita a señalar un hecho objetivo, sin que se trasluzca su subjetividad. La función principal es transmitir información Ejemplo: “La clase acaba a las 20.30”. Está presente en textos de carácter informativo, como los textos científicos o las noticias periodísticas.
2.      FUNCIÓN APELATIVA El emisor llama la atención del receptor o desea actuar sobre su conducta o comportamiento (órdenes, instrucciones, preguntas...). El vocativo y el imperativo normalmente se utilizan en esta función. Ejemplo: “Daniel, tráeme agua”. Predomina en textos argumentativos y persuasivos, como los anuncios, los discursos políticos, etc., que pretenden convencer al receptor.
3.      FUNCIÓN EXPRESIVA El elemento fundamental es el emisor , que manifiesta sentimientos o estados de ánimo; por tanto, el mensaje refleja la subjetividad del emisor. Ejemplo: “¡Cómo te echo de menos!”. Predomina en textos de carácter personal, como los diarios, las cartas, los poemas…

        ¿Habrá más funciones? !…..por supuesto que sí…..! Vamos a verlas

4.      FUNCIÓN FÁTICA El elemento fundamental es el canal. Esta función aparece cuando empleamos el lenguaje para establecer, prolongar o interrumpir la comunicación, o bien comprobar si existe contacto. Ejemplos: “¿me entiendes?”, “¿sigues ahí?”, “de acuerdo”.
5.      FUNCIÓN POÉTICA Aparece cuando la finalidad del lenguaje es llamar la atención sobre sí mismo, cuando adquiere especial importancia el mensaje. Se da en el lenguaje literario y en el publicitario, por lo que abundan los recursos estilísticos y los juegos de palabras. Es la función propia de los textos de carácter literario. 
6.      FUNCIÓN METALINGÜÍSTICA Se centra en el código, porque se da cuando empleamos el lenguaje para hablar del propio lenguaje en sí. Ejemplo: “No sé qué significa <<endeble>>”. Siempre que preguntamos qué significa una palabra o cuando en clase explicamos que es un nombre, un adjetivo… estamos empleando esta función.



ESCRITORES VENEZOLANOS

Venezuela y sus habitantes han dado innumerables páginas para la historia universal, llenando a su vez páginas y libros enteros, ayudando a mantener fresca la memoria colectiva y viva nuestra cultura, múltiples plumas han escrito páginas doradas con su ingenio para la cultura universal, desde recónditos lugares de nuestra geografía, sirviendo de inspiración y quedando para la historia grandes obras.
Fue después de 1880 cuando se perfiló en Venezuela un movimiento literario de más ambiciosa inspiración. En el género narrativo, el descubrimiento del naturalismo inspiró a Tomás Michelena una novela: Débora (1884) y a Manuel Vicente Romero García, su obra Peonía (1890), primera tentativa de novela criolla integral. Otros autores dentro de la tendencia serían Gonzálo Picón Febres (El sargento Felipe, 1899), y Miguel Eduardo Pardo (Todo un pueblo).
Manuel Díaz Rodríguez, prosista y narrador de refinado lenguaje, se destaca como la figura más importante que el modernismo produjo en Venezuela. Le suceden Luis Urbaneja Achepohl, Rufino Blanco Fombona, José Rafael Pocaterra, Teresa de la Parra y Rómulo Gallegos.
Es importante mencionar a Arturo Uslar Pietri (Las lanzas Coloradas, 1931), quien se afirmó como la mayor promesa narrativa novelesca; a Enrique Bernardo Nuñez, a Julio Garmendia, a Antonio Arraiz, a Ramón Díaz Sánchez, a Guillermo Meneses, a Miguel Otero Silva. Del grupo “Contrapunto”, entre 1946 y 1949, surgen narradores destacados (Andrés Mariño Palacio, Ramón González Paredes, Héctor Mujica y otros), dueños de una información literaria más actual que los anteriores, y cuyas creaciones pretenden liberar la narrativa de los resabios del costumbrismo, del criollismo, de la temática rural, del mensaje edificante, del modo de contar lineal. Más tarde, aparece Salvador Garmendia, quien desarrolla su temática hasta consecuencias de hiperrealismo anonadante, y aborda otros espacios, entre ellos el fantástico.
Descripción: http://www.iconosdevenezuela.com/wp-content/uploads/2012/04/romulo-gallegos-1-237x300.jpgRómulo Gallegos fue un novelista y político venezolano. Se le ha considerado como el novelista venezolano más relevante del siglo XX y uno de los más grandes literatos latinoamericanos de todos los tiempos, algunas de sus novelas como Doña Bárbara han pasado a convertirse en clásicos de la literatura hispanoamericana.
Una de sus escritos más famosos fue el de Doña Bárbara una novela publicada en 1929. Ha sido reeditada más de cuarenta veces y traducida a otros idiomas. Consta de tres partes y se desarrolla en la sabana del Apure, región del Arauca.
Teresa de La Parra fue una escritora venezolana, considerada una de las mujeres y escritoras más destacadas de su época. Sus primeros cuentos, de corte fantástico, datan de cuando tiene 26 años.
Una de sus novelas más reconocidas fue la de Memorias de Mamá Blanca, publicada en 1929, considerada un clásico de la literatura hispanoamericana, constituye la primera gran novela de evocación de la literatura venezolana.

Durante la etapa colonial, lo cierto es que en Venezuela no hubo una literatura que reflejase específicas tradiciones precolombinas. FRAY PEDRO AGUADO narra los primeros hechos acaecidos en sus crónicas sobre la conquista. Los enfrentamientos entre nativos y soldados los refirió en octavas reales JUAN DE CASTELLANOS en sus "Elegías de varones ilustres de Indias". Y, un relativo interés tiene la "Historia de la conquista y población de Venezuela" de José de Oviedo Baños. Con la llegada de la independencia, la literatura venezolana sufrirá la influencia de la revolución francesa y tendrá mas tono político también (SIMÓN RODRÍGUEZ, JOSÉ LUIS RAMOS, MIGUEL JOSÉ SANZ). Después, durante el Romanticismo, llegan autores como JOSÉ RAMÓN YEPES y ABIGAIL LOZANO, hasta llegar a JOSÉ ANTONIO PÉREZ BONALDE. La narrativa de RÓMULO GALLEGOS y la poesía de MIGUEL OTERO SILVA y VICENTE GERBASI, entre otros, abrirán la puerta a las corrientes del siglo XX y contemporáneas con nombres como JOSÉ BALZA y LUIS BRITTO GARCÍA o los poetas LUIS PASTORI y RAFAEL CADENAS.
La preocupación por los problemas de la sociedad venezolana contemporánea se hizo patente en los ensayos de MARIANO PICÓN SALAS y también en las obras narrativas de GUILLERMO MENESES, RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ y OTERO SILVA. Más grandes aún son ARTURO USLAR PIETRI, JOSÉ BALZA o LUIS BRITTO GARCÍA. Entre los cultivadores de la poesía, me quedo con IDA GRAMEKO y RAFAEL CADENAS.

Listado de Escritores Venezolanos


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EJERCICIO

SELECCIONES UN AUTOR DE LOS ANTERIORES
ESCRIBA DE FORMA RESUMIDA SU BIOGRAFIA
HAGALE UN FICHAJE A SUS OBRAS
HAGALE UN ANALISIS LITERARIO A LA CONSIDERADA SU OBRA CUMBRE



Andrés Bello
Nace en Caracas el 29.11.1781
Muere en Santiago de Chile el 15.10.1865
Descripción: Andrés Bello
 


Andrés Bello
 

Andrés Bello ha sido uno de los humanistas e intelectuales más importantes de Venezuela y América Latina, destacando como poeta, legislador, filósofo, educador, crítico y filólogo. El tiempo de Bello puede ser dividido en tres partes, Colonia (1781-1810); Guerra de Independencia de Venezuela y su viaje a Inglaterra (1810-1829); gobierno y fijación de las nacionalidades hispanoamericanas (Chile, 1829-1865). Fueron sus padres Bartolomé Bello y Ana Antonia López. Desde niño mostró una gran pasión por la lectura, particularmente por los clásicos del Siglo de Oro español. En el convento de las Mercedes, aprendió el latín de la mano del padre Cristóbal de Quesada. A partir de 1797, estudia en la Real y Pontificia Universidad de Caracas, donde se gradúa de bachiller en Artes, el 14 de junio de 1800. En enero de 1801 conoce a Alejandro Humboldt, a quien acompaña en la ascensión del monte Ávila. Por este tiempo comienza la carrera de derecho y luego la de medicina. Durante sus estudios dio clases particulares, entre otros a Simón Bolívar; y comenzó a manifestarse como literato, principalmente en la tertulias realizadas en la casa de los Uztáriz. Los versos de Bello (traducidos del latín, francés, adaptaciones de poemas clásicos, junto a poesías originales), le hizo merecedor de un título específico: El Cisne del Anauco.

En 1802 es nombrado oficial segundo de la secretaría de la capitanía general de Venezuela, en cuyo cargo tuvo un desempeño que le hizo merecedor del puesto de comisario de guerra, otorgado en 1807, año en que además es nombrado secretario civil (en lo político) de la Junta de la Vacuna. En 1808, con la introducción de la imprenta de Mateo Gallagher y James Lamb, Bello se convierte en el redactor de la Gaceta de Caracas. En 1810 es ascendido por la Junta de Caracas, a oficial primero de la Secretaría de Relaciones Exteriores. El 10 de junio del mismo año, en la corbeta inglesa General Wellington, parte de Venezuela hacia Londres acompañando a Simón Bolívar y a Luis López Méndez, en la misión diplomática nombrada por la Junta de Gobierno de Caracas para conseguir el apoyo financiero del gobierno británico a la Guerra de Independencia de Venezuela. En Londres estuvo hasta 1829, con grandes períodos de penuria y dificultades económicas. Los más importantes acontecimientos de su vida en la capital británica, desde 1810 hasta 1829, son los siguientes: encuentro con Francisco de Miranda, quien le permite el uso de la biblioteca, en Grafton Street, que fue una auténtica revelación cultural para Bello, en los libros de Miranda estudia griego; desempeña con acierto la Secretaría de la Misión Diplomática; en 1813, solicita ser incluido en el proceso de amnistía que había acordado España con los patriotas americanos; en 1814 se casa con María Ana Boyland de la que enviuda en 1821, de este matrimonio nacieron 3 hijos; en 1815 solicita un puesto al gobierno de Cundinamarca, pero su petición no llega a concretarse, ya que las tropas de Pablo Morillo interceptan el mensaje.

En 1822, es nombrado secretario interino de la Legación de Chile en Londres a cargo de Antonio José de Irisarri; participa en la fundación de la Sociedad de Americanos, que promovió la publicación de 2 grandes revistas: la Biblioteca Americana (1823) y El repertorio Americano (1826-1827), en la que participó activamente. En 1824, contrae nupcias de nuevo con Isabel Antonio Dunn de cuyo matrimonio nacerán 12 hijos; en 1825 se encarga de la Secretaría de la Legación de la Gran Colombia, en cuyas funciones llegó en 1827, por unos meses, a encargado de negocios. En 1826 es elegido miembro de número de la Academia Nacional creada en Bogotá, a fines de ese año. En 1828 es nombrado cónsul general de Colombia en París. En términos generales, durante los 19 años de vida londinense de Andrés Bello, además de llevar a cabo con éxito los asuntos políticos, diplomáticos y hacendísticos americanos a él confiados; completa sus conocimientos lingüísticos, filológicos y de historia literaria; se prepara en experiencias diplomáticas y en estudios de derecho internacional; se dedica a la enseñanza privada; dirige publicaciones; llena páginas con escritos de carácter enciclopédico; crea sus más importantes poemas originales y elabora estudios de crítica y de historia literaria y filológica. Entre sus principales poemas escritos durante este período figuran la silva Alocución a la poesía, que imprime en 1823, y la silva La agricultura de la zona tórrida, del año 1826. Otros poemas menores producidos por Bello en este lapso son: El himno a Colombia (1825); Carta de Londres a París por un americano a otro (dirigida a José Joaquín Olmedo); y Canción a la disolución de Colombia (1829).

El 14 de febrero de 1829 parte de Londres, llegan a Valparaíso el 25 de junio del mismo año, a bordo del bergantín inglés Grecian y permanecerá en Chile hasta su muerte. Reside durante la casi la totalidad de los 36 años en Santiago, salvo cortos períodos de tiempo que pasa en Valparaíso y en la hacienda de los Carrera, en San Miguel del Monte. Los hechos más importantes de la vida de Bello en Chile son los siguientes: en 1829, es nombrado oficial mayor del Ministerio de Hacienda; en 1830, se le designa rector del colegio de Santiago; el mismo año se inicia la publicación de El Araucano, del que fue principal redactor hasta 1853; en 1831, comienza su actividad como maestro particular; en 1832, publica la primera edición de los Principios de derecho de jentes, transformado luego en Principios de derecho internacional; el 15 de octubre del mismo año, el Congreso de Chile, lo declara chileno legal, con la plenitud de derechos del ciudadano chileno; en 1834, pasa a desempeñar hasta 1852, la Oficialía Mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores; en 1835, publica los Principios de ortología y métrica; en 1837, es elegido senador de la República, cargo que desempeña hasta su muerte; en 1840, empieza los trabajos que culminarán en el Código Civil; en 1841 publica la obra Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana y el poema "El incendio de la Compañía", que se estima como la primera manifestación del romanticismo en Chile; en 1842, se decreta la fundación de la Universidad de Chile, cuya inauguración en 1843 es el acto más trascendental en la vida del maestro Bello, quien ejerce de manera honorífica el rectorado; en abril de 1847, publica la primera edición de la Gramática castellana destinada al uso de los americanos; en 1848; publica la Cosmografía o descripción del universo; en 1850, su Historia de la literatura; en 1851, es designado miembro honorario de la Real Academia Española y en 1861, miembro efectivo; en 1852, termina la preparación del Código Civil, que es aprobado por el Congreso Chileno en 1855; en 1864 es elegido como árbitro para dirimir una diferencia internacional entre Ecuador y Estados Unidos; en 1865, se le escoge para ser árbitro de la controversia entre Perú y Colombia, encargo que rechaza por motivos de salud. En definitiva, en la amplia labor desarrollada por Bello a lo largo de su vida, se puede apreciar un intento por definir la civilización hispanoamericana, a través de los medios que tiene a su alcance: el libro, las lecciones, el teatro, el periódico, etc. Por esta razón, para muchos estudiosos de su vida y obra, Andrés Bello puede ser considerado como el primer humanista del continente.

La Zona Tórrida, tan opulenta y varia en su prodigiosa fecundidad, tiene un cantor admirable en el poeta venezolano Andrés Bello (1781-1865), que en esta hermosísima composición, sabia e inspirada silva, nos ofrece una pintura magistral de las riquezas que Natura derramó a manos llenas en las regiones intertropicales de América. Allí, como en ninguna parte convidan las faenas agrícolas a sacudir el ocio enervante al corruptor, gangrena de las sociedades en que prevalece, y a buscar salud, bienestar, y alegría en el sano y regenerador ambiente de los campos. Pocas veces habrán resonado en la lírica americana acentos más viriles y elocuentes que los de Bello condenando la indolencia viciosa y los estragos de la guerra.

 



Andrés Bello
Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida


Silva: Composición poética escrita en silva. Composición poética formada por una serie indeterminada de versos heptasílabos y endecasílabos que riman a gusto del poeta, y que puede dejar versos sueltos. Colección desordenada de varias materias o asuntos.
  La zona tórrida”, se refiere al área de la tierra entre el Trópico de Cáncer y el Trópico de Capricornio. Geográficamente, la zona tórrida se define en los 23,5 grados de latitud norte y 23,5 grados de latitud sur. Otro nombre con que se la conoce es zona tropical. Esta zona climática es una de las cinco originales utilizadas para definir las zonas climáticas de la tierra. La descripción de esta zona ha sido modificada desde entonces para dejar margen a la multitud de diferentes biomas localizados dentro de esta región tropical.
¡Salve, fecunda zona,
que al sol enamorado circunscribes
el vago curso, y cuanto ser se anima
en cada vario clima,
acariciada de su luz, concibes!
Tú tejes al verano su guirnalda
de granadas espigas; tú la uva
das a la hirviente cuba;
no de purpúrea fruta, o roja, o gualda,
a tus florestas bellas
falta matiz alguno; y bebe en ellas
aromas mil el viento;
y greyes van sin cuento
paciendo tu verdura, desde el llano
que tiene por lindero el horizonte,
hasta el erguido monte,
de inaccesible nieve siempre cano.
Tú das la caña hermosa,
de do la miel se acendra,
por quien desdeña el mundo los panales;
tú en urnas de coral cuajas la almendra
que en la espumante jícara rebosa;
bulle carmín viviente en tus nopales,
que afrenta fuera al múrice de Tiro;
y de tu añil la tinta generosa
émula es de la lumbre del zafiro.
El vino es tuyo, que la herida agave
para los hijos vierte
del Anahuac feliz; y la hoja es tuya,
que, cuando de süave
humo en espiras vagorosas huya,
solazará el fastidio al ocio inerte.
Tú vistes de jazmines
el arbusto sabeo ,
y el perfume le das, que en los festines
la fiebre insana templará a Lico.
Para tus hijos la procera palma
su vario feudo cría,
y el ananás sazona su ambrosía;
su blanco pan la yuca ;
sus rubias pomas la patata educa;
y el algodón despliega al aura leve
las rosas de oro y el vellón de nieve.
Tendida para ti la fresca parcha
en enramadas de verdor lozano,
cuelga de sus sarmientos trepadores
nectáreos globos y franjadas flores;
y para ti el maíz, jefe altanero
de la espigada tribu, hincha su grano;
y para ti el banano
desmaya al peso de su dulce carga;
el banano, primero
de cuantos concedió bellos presentes
Providencia a las gentes
del ecuador feliz con mano larga.
No ya de humanas artes obligado
el premio rinde opimo;
no es a la podadera, no al arado
deudor de su racimo;
escasa industria bástale, cual puede
hurtar a sus fatigas mano esclava;
crece veloz, y cuando exhausto acaba,
adulta prole en torno le sucede.
Mas ¡oh! ¡si cual no cede
el tuyo, fértil zona, a suelo alguno,
y como de natura esmero ha sido,
de tu indolente habitador lo fuera!
¡Oh! ¡si al falaz rüido,
la dicha al fin supiese verdadera
anteponer, que del umbral le llama
del labrador sencillo,
lejos del necio y vano
fasto, el mentido brillo,
el ocio pestilente ciudadano!
¿Por qué ilusión funesta
aquellos que fortuna hizo señores
de tan dichosa tierra y pingüe y varia,
el cuidado abandonan
y a la fe mercenaria
las patrias heredades,
y en el ciego tumulto se aprisionan
de míseras ciudades,
do la ambición proterva
sopla la llama de civiles bandos,
o al patriotismo la desidia enerva;
do el lujo las costumbres atosiga,
y combaten los vicios
la incauta edad en poderosa liga?
No allí con varoniles ejercicios
se endurece el mancebo a la fatiga;
mas la salud estraga en el abrazo
de pérfida hermosura,
que pone en almoneda los favores;
mas pasatiempo estima
prender aleve en casto seno el fuego
de ilícitos amores;
o embebecido le hallará la aurora
en mesa infame de ruinoso juego.
En tanto a la lisonja seductora
del asiduo amador fácil oído
da la consorte; crece
en la materna escuela
de la disipación y el galanteo
la tierna virgen, y al delito espuela
es antes el ejemplo que el deseo.
¿Y será que se formen de ese modo
los ánimos heroicos denodados
que fundan y sustentan los estados?
¿De la algazara del festín beodo,
o de los coros de liviana danza,
la dura juventud saldrá, modesta,
orgullo de la patria, y esperanza?
¿Sabrá con firme pulso
de la severa ley regir el freno;
brillar en torno aceros homicidas
en la dudosa lid verá sereno;
o animoso hará frente al genio altivo
del engreído mando en la tribuna,
aquel que ya en la cuna
durmió al arrullo del cantar lascivo,
que riza el pelo, y se unge, y se atavía
con femenil esmero,
y en indolente ociosidad el día,
o en criminal lujuria pasa entero?
No así trató la triunfadora Roma
las artes de la paz y de la guerra;
antes fió las riendas del estado
a la mano robusta
que tostó el sol y encalleció el arado;
y bajo el techo humoso campesino
los hijos educó, que el conjurado
mundo allanaron al valor latino.
¡Oh! ¡los que afortunados poseedores
habéis nacido de la tierra hermosa,
en que reseña hacer de sus favores,
como para ganaros y atraeros,
quiso Naturaleza bondadosa!
romped el duro encanto
que os tiene entre murallas prisioneros.
El vulgo de las artes laborioso,
el mercader que necesario al lujo
al lujo necesita,
los que anhelando van tras el señuelo
del alto cargo y del honor ruidoso,
la grey de aduladores parasita,
gustosos pueblen ese infecto caos;
el campo es vuestra herencia; en él gozaos.
¿Amáis la libertad? El campo habita,
o allá donde el magnate
entre armados satélites se mueve,
y de la moda, universal señora,
va la razón al triunfal carro atada,
y a la fortuna la insensata plebe,
y el noble al aura popular adora.
¿O la virtud amáis? ¡Ah, que el retiro,
la solitaria calma
en que, juez de sí misma, pasa el alma
a las acciones muestra,
es de la vida la mejor maestra!
¿Buscáis durables goces,
felicidad, cuanta es al hombre dada
y a su terreno asiento, en que vecina
está la risa al llanto, y siempre, ¡ah! siempre
donde halaga la flor, punza la espina?
Id a gozar la suerte campesina;
la regalada paz, que ni rencores
al labrador, ni envidias acibaran;
la cama que mullida le preparan
el contento, el trabajo, el aire puro;
y el sabor de los fáciles manjares,
que dispendiosa gula no le aceda;
y el asilo seguro
de sus patrios hogares
que a la salud y al regocijo hospeda.
El aura respirad de la montaña,
que vuelve al cuerpo laso
el perdido vigor, que a la enojosa
vejez retarda el paso,
y el rostro a la beldad tiñe de rosa.
¿Es allí menos blanda por ventura
de amor la llama, que templó el recato?
¿O menos aficiona la hermosura
que de extranjero ornato
y afeites impostores no se cura?
¿O el corazón escucha indiferente
el lenguaje inocente
que los afectos sin disfraz expresa,
y a la intención ajusta la promesa?
No del espejo al importuno ensayo
la risa se compone, el paso, el gesto;
ni falta allí carmín al rostro honesto
que la modestia y la salud colora,
ni la mirada que lanzó al soslayo
tímido amor, la senda al alma ignora.
¿Esperaréis que forme
más venturosos lazos himeneo,
do el interés barata,
tirano del deseo,
ajena mano y fe por nombre o plata,
que do conforme gusto, edad conforme,
y elección libre, y mutuo ardor los ata?
Allí también deberes
hay que llenar: cerrad, cerrad las hondas
heridas de la guerra; el fértil suelo,
áspero ahora y bravo,
al desacostumbrado yugo torne
del arte humana, y le tribute esclavo.
Del obstrüido estanque y del molino
recuerden ya las aguas el camino;
el intrincado bosque el hacha rompa,
consuma el fuego; abrid en luengas calles
la oscuridad de su infructuosa pompa.
Abrigo den los valles
a la sedienta caña;
la manzana y la pera
en la fresca montaña
el cielo olviden de su madre España;
adorne la ladera
el cafetal; ampare
a la tierna teobroma en la ribera
la sombra maternal de su bucare ;
aquí el vergel, allá la huerta ría...
¿Es ciego error de ilusa fantasía?
Ya dócil a tu voz, agricultura,
nodriza de las gentes, la caterva
servil armada va de corvas hoces.
Mírola ya que invade la espesura
de la floresta opaca; oigo las voces,
siento el rumor confuso; el hierro suena,
los golpes el lejano
eco redobla; gime el ceibo anciano,
que a numerosa tropa
largo tiempo fatiga;
batido de cien hachas, se estremece,
estalla al fin, y rinde el ancha copa.
Huyó la fiera; deja el caro nido,
deja la prole implume
el ave, y otro bosque no sabido
de los humanos va a buscar doliente...
¿Qué miro? Alto torrente
de sonorosa llama
corre, y sobre las áridas rüinas
de la postrada selva se derrama.
El raudo incendio a gran distancia brama,
y el humo en negro remolino sube,
aglomerando nube sobre nube.
Ya de lo que antes era
verdor hermoso y fresca lozanía,
sólo difuntos troncos,
sólo cenizas quedan; monumento
de la lucha mortal, burla del viento.
Mas al vulgo bravío
de las tupidas plantas montaraces,
sucede ya el fructífero plantío
en muestra ufana de ordenadas haces.
Ya ramo a ramo alcanza,
y a los rollizos tallos hurta el día;
ya la primera flor desvuelve el seno,
bello a la vista, alegre a la esperanza;
a la esperanza, que riendo enjuga.
del fatigado agricultor la frente,
y allá a lo lejos el opimo fruto,
y la cosecha apañadora pinta,
que lleva de los campos el tributo,
colmado el cesto, y con la falda en cinta,
y bajo el peso de los largos bienes
con que al colono acude,
hace crujir los vastos almacenes.
¡Buen Dios! no en vano sude,
mas a merced y a compasión te mueva
la gente agricultora
del ecuador, que del desmayo triste
con renovado aliento vuelve ahora,
y tras tanta zozobra, ansia, tumulto,
tantos años de fiera
devastación y militar insulto,
aún más que tu clemencia antigua implora.
Su rústica piedad, pero sincera,
halle a tus ojos gracia; no el risueño
porvenir que las penas le aligera,
cual de dorado sueño
visión falaz, desvanecido llore;
intempestiva lluvia no maltrate
el delicado embrión; el diente impío
de insecto roedor no lo devore;
sañudo vendaval no lo arrebate,
ni agote al árbol el materno jugo
la calorosa sed de largo estío.
Y pues al fin te plugo,
árbitro de la suerte soberano,
que, suelto el cuello de extranjero yugo,
erguiese al cielo el hombre americano,
bendecida de ti se arraigue y medre
su libertad; en el más hondo encierra
de los abismos la malvada guerra,
y el miedo de la espada asoladora
al suspicaz cultivador no arredre
del arte bienhechora,
que las familias nutre y los estados;
la azorada inquietud deje las almas,
deje la triste herrumbre los arados.
Asaz de nuestros padres malhadados
expiamos la bárbara conquista.
¿Cuántas doquier la vista
no asombran erizadas soledades,
do cultos campos fueron, do ciudades?
De muertes, proscripciones,
suplicios, orfandades,
¿quién contará la pavorosa suma?
Saciadas duermen ya de sangre ibera
las sombras de Atahualpa y Moctezuma.
¡Ah! desde el alto asiento,
en que escabel te son alados coros
que velan en pasmado acatamiento
la faz ante la lumbre de tu frente,
(si merece por dicha una mirada
tuya la sin ventura humana gente),
el ángel nos envía,
el ángel de la paz, que al crudo ibero
haga olvidar la antigua tiranía,
y acatar reverente el que a los hombres
sagrado diste, imprescriptible fuero;
que alargar le haga al injuriado hermano,
(¡ensangrentó la asaz!) la diestra inerme;
y si la innata mansedumbre duerme,
la despierte en el pecho americano.
El corazón lozano
que una feliz oscuridad desdeña,
que en el azar sangriento del combate
alborozado late,
y codicioso de poder o fama,
nobles peligros ama;
baldón estime sólo y vituperio
el prez que de la patria no reciba,
la libertad más dulce que el imperio,
y más hermosa que el laurel la oliva.
Ciudadano el soldado,
deponga de la guerra la librea;
el ramo de victoria
colgado al ara de la patria sea,
y sola adorne al mérito la gloria.
De su trïunfo entonces, Patria mía,
verá la paz el suspirado día;
la paz, a cuya vista el mundo llena
alma, serenidad y regocijo;
vuelve alentado el hombre a la faena,
alza el ancla la nave, a las amigas
auras encomendándose animosa,
enjámbrase el taller, hierve el cortijo,
y no basta la hoz a las espigas.
¡Oh jóvenes naciones, que ceñida
alzáis sobre el atónito occidente
de tempranos laureles la cabeza!
honrad el campo, honrad la simple vida
del labrador, y su frugal llaneza.
Así tendrán en vos perpetuamente
la libertad morada,
y freno la ambición, y la ley templo.
Las gentes a la senda
de la inmortalidad, ardua y fragosa,
se animarán, citando vuestro ejemplo.
Lo emulará celosa
vuestra posteridad; y nuevos nombres
añadiendo la fama
a los que ahora aclama,
«hijos son éstos, hijos,
(pregonará a los hombres)
de los que vencedores superaron
de los Andes la cima;
de los que en Boyacá, los que en la arena
de Maipo, y en Junín, y en la campaña
gloriosa de Apurima,
postrar supieron al león de España».





EDUARDO BLANCO
VENEZUELA HEROICA


CONTEXTO HISTÓRICO - LITERARIO

Eduardo Blanco fue autor de Venezuela Heroica, obra con la que sintetizó la epopeya venezolana de siglo XIX y culminó la historia romántica cuya más alta expresión había sido lograda por Juan Vicente González en sus obras Páginas de la Historia de Colombia y Venezuela o vidas de sus hombres ilustres.

Existen pocos datos biográficos acerca de este escritor. El crítico Pedro Pablo Bartola señala la inexistencia de "uniformidad entre los historiadores de la Literatura nacional al señalar su año de nacimiento"; la fecha más aceptada la acuña el ensayista Santiago Key Ayala y corresponde al 25 de diciembre de 1.839. Su nacimiento se da cuando el país, después de la cruenta guerra emancipadora, busca la consolidación de sus instituciones. De esto se desprende que Eduardo Blanco perteneció a una generación surgida entre "desordenes civiles y frecuentes guerras".

Una vez disuelta la Gran Colombia y muerto el Libertador Simón Bolívar, Páez se convierte en la figura central y caudillo del destino de Venezuela. Con ese trasfondo histórico, transcurre la infancia de Eduardo Blanco, quien cursó sus primeros estudios en el Colegio "El Salvador del Mundo" donde conoció a Juan Vicente González.

La juventud del escritor corre paralela a un momento de elevados ideales heroicos, pues están todavía muy recientes las hazañas de los libertadores y muchos de ellos aún están vivos, convertidos en verdaderos símbolos o rodeados de una apasionada aureola de leyenda. A menudo Blanco pudo oír la historia contada por sus propios testigos o por sus descendientes; esto hace que acumule datos para su futuro ejercicio de escritor.

En cuanto al aspecto literario del momento, para la época predomina el Romanticismo, y el autor ha leído a los escritores franceses románticos, más destacados, entre ellos: Alejandro Dumas, Víctor Hugo, Lamartine y Chateaubriand. Cuando cumple los 20 años, se incorpora al ejército, justamente cuando se inicia la Guerra Federal que duraría cinco años. Santiago Key Ayala nos dice que para ese momento "Blanco era muy valeroso, audaz de gallarda jactancia, de voz armoniosa, de porte varonil, es mimado de los salones".

En el año de 1859, regresa el General Páez desde Nueva York, con la firme intención de pacificar el país y organizar la defensa contra el movimiento federal. El caudillo selecciona a Eduardo Blanco como Edecán y lo convierte en su asiduo acompañante. Páez, ante el inminente triunfo federal, realiza una entrevista con Juan Crisóstomo Falcón, jefe de la Revolución, y escoge como lugar de encuentro, un lugar cercano al campo de Carabobo; entre los acompañantes está el joven militar Eduardo Blanco. Este momento es considerado por Santiago Key Ayala en su obra Bajo el signo del Ávila, como la génesis de Venezuela Heroica, cuando el viejo guerrero se emociona con sus recuerdos y comienza a referir al General Falcón los pormenores de la batalla. Lo hizo con tanta emoción y brillantez que, al concluir, Falcón se dirigió a Blanco y le dijo "esta Ud. oyendo la Ilíada de los propios labios de Aquiles".

En 1875, Eduardo Blanco se da a conocer como escritor y en el semanario La Tertulia publica dos cuentos largos: "Vanitas Vanitatum" y "El Número Ciento once", con predominio de lo fantástico y poca originalidad. También publica su novela Una Noche en Ferrara, donde también abunda lo exótico y lo fantástico. Esta primera etapa de Blanco como escritor lo hace aparecer como un desarraigado del ambiente nacional.

A partir del año 1.881, se acerca a lo autónomo con la publicación de Venezuela Heroica cuya primera edición contenía cinco cuadros: “La Victoria”, “San Mateo”, “Las Queseras”, “Boyacá” y “Carabobo”. En una edición posterior, de 1883, agrega los episodios del “Sitio de Valencia”, “Maturín”, “La Invasión de los Seiscientos”, “La Casa Fuerte”, “San Félix” y “Matasiete”. Al año siguiente, publica Zarate novela que, según Pedro Pablo Bartola, inicia el Criollismo en la narrativa venezolana. La obra está recreada en los Valles de Aragua, donde lleva a cabo sus fechorías el bandido Santos Zárate. Se aprecia en esta obra una Venezuela convulsionada y caótica, propia del periodo subsiguiente a las guerras de Independencia.

VENEZUELA HEROICA

Venezuela Heroica es una novela del escritor venezolano Eduardo Blanco, publicada en 1881, la segunda edición fue publicada en 1883. La obra narra en forma romántica las batallas más importantes de la Independencia de Venezuela. La obra, inicialmente, estaba integrada por cinco cuadros: “La Victoria”, “San Mateo”, “Las Queseras”, “Boyacá” y “Carabobo”. La segunda edición, publicada en 1883, añade seis nuevos cuadros: “El Sitio de Valencia”, “Maturín”, “La Invasión de los Seiscientos”, “La Casa Fuerte”, “San Félix” y “Matasiete”. Como se puede observar la materia prima de esta obra la constituyen aquellos sucesos bélicos que más conmovieron a los venezolanos y en donde se inmortalizaron los más brillantes héroes de nuestra independencia.


Los hechos históricos son narrados con tal maestría romántica que el crítico Santiago Key Ayala ha comentado: "Blanco no inventa, pinta lo que ve; pero lo que ve al pasar por su alma se incendia de súbito y arde en la pintura como una antorcha". Para otros escritores, Venezuela Heroica marca una etapa importante en la literatura de corte histórico, porque con ella culmina esa época romántica que se había iniciado con Juan Vicente González.

En esta obra se reflejan los sentimientos de un período histórico muy significativo; en efecto, Eduardo Blanco publica la primera edición a dos años para la celebración del Centenario del Natalicio del Libertador. Todos los críticos e historiadores de la Literatura Venezolana coinciden con clasifican la obra Venezuela Heroica como una Epopeya Romántica; es la epopeya en prosa de la gesta emancipadora, en la que el autor hilvana con suma maestría la cruenta guerra, rindiendo así homenaje a las hazañas de quienes lucharon con valentía y sin descanso por la libertad venezolana.


GÉNERO: EPOPEYA ROMÁNTICA

La Epopeya Romántico es un género poético que se caracteriza por la majestuosidad de su tono y estilo; relata sucesos legendarios o históricos de importancia nacional o universal y, por lo general, se centran en un individuo, lo que confiere unidad a la composición. A menudo, introduce la presencia de fuerzas sobrenaturales en la acción y se describen batallas, tal como lo hiciera Homero en sus obras. En este tipo de cantos, se invoca a las musas, se toma en cuenta la participación de un gran número de personajes y abundan los parlamentos en estilo elevado. En ocasiones, se ofrecen detalles de la vida cotidiana, pero siempre como telón de fondo de la historia y en el mismo tono elevado del resto del poema.

La epopeya romántica que se presenta en Venezuela Heroica se caracteriza por el uso de epítetos e hipérboles como recursos necesario para la ampliación del tiempo y el espacio de los acontecimientos. En esta obra, existe una exaltación de los héroes venezolanos y de sus hazañas en relación con su entorno humano; y también allí se reflejan hechos importantísimos de la historia venezolana. Las narraciones de la historia se presentan como un poema épico en prosa, por ejemplo en el capítulo III del cuadro de "La Victoria" nos encontramos lo siguientes: "¡¡libertad!! ¡¡Libertad!! Cuánta sangre y cuántas lágrimas se han vertido por tu causa...! y todavía hay tiranos en el mundo!”

Otro aspecto importante de señalar es el uso de la hipérbole o exageración, los acontecimientos son agrandados mediante la comparación con hechos ocurridos en el pasado y se le da mayor dimensión. En el canto "La Victoria", las ciudades es comparadas con "Troya"; Boves es comparado con terribles conquistadores asiáticos; Ribas es un dios Olímpico y el epíteto que lo caracteriza es: "el Jaguar de las Pampas va a medirse con el León de las sierras; son dos grandes gigantes que rivalizan en pujanzas y que por primera vez van a encontrase".

• Romanticismo. Todos los críticos e historiadores de la literatura venezolana coinciden al ubicar a Venezuela Heroica como una obra de características netamente románticas. La manera tan subjetiva como Blanco presenta los acontecimientos que narra, la inspiración en el mundo de los hechos históricos venezolanos; el tono declamatorio y emocionado con que se dirige a sus lectores y hasta los recursos expresivos que utiliza, tendientes a conmover al público, entre otras cosas, justifican que se le considere una manifestación del romanticismo literario venezolano.

• Épica. La tonalidad épica de Venezuela Heroica se logra mediante los recursos de ampliación en el espacio, en el tiempo y líricamente en base a comparaciones, epítetos, hipérboles y otros recursos. La ampliación en el espacio persigue magnificar a los héroes en relación con los hombres que lo rodean. Cada héroe se destaca en relación con su entorno humano, con los otros héroes. En relación a la ampliación en el tiempo, a menudo los acontecimientos son agrandados mediante la comparación con hechos ocurridos en el pasado, ya sea en la antigüedad o en la Edad Media, lo que contribuye a darle mayor dimensión.
El profesor Raúl Peña Hurtado, en su texto Lengua y Literatura, muy conocido por los estudiantes del último año de sus estudios de Bachillerato, aporta las siguientes líneas para tipificar las características de Venezuela Heroica como Epopeya Romántica:

• Venezuela Heroica es una historia cargada del Subjetivismo de Eduardo Blanco, en ella hay mucho de poesía. Los hechos narrados no guardan una secuencia cronológica. Se refieren a episodios que, por su mayor relevancia, merecieron ser contadas a las futuras generaciones, para encender su patriotismo.

• En cuanto a La Visión Crítica de la Realidad, Eduardo Blanco trata de explicar el hecho histórico que presenta. Por ejemplo: en el cuadro "La Victoria" no se limita a describir la batalla, sino que nos la explica como una lucha fraticida, más que todo entre venezolanos, y plantea los hechos relacionándolos a su vez con acontecimientos históricos pasados, como una consecuencia de éstos.

• En cuanto a La Empatía de la obra, el fenómeno de empatía está presente en "Venezuela Heroica", Blanco se identifica con los hechos porque, aunque no los vivió, tuvo oportunidad de oírlos de boca de sus principales testigos, especialmente del General José Antonio Páez. El autor no se limita a narra sino que toma partido y justifica las hazañas patriotas mientras censura las acciones de los realistas

• El apoyo en Fuentes documentales de esta obra, se ve reflejado en que al escribir "Venezuela Heroica", Eduardo Blanco no sólo se basó en el testimonio de personas y héroes que vivieron los hechos narrados. Su condición de militar le permitió conocer los archivos de la guerra donde pudo revisar documentos y fuentes directas.

• En cuanto a la visión subjetiva de hecho histórico "Venezuela Heroica", es una historia apasionada porque su autor al narrar los hechos no lo hace tal cual los conoce, sino que todo lo transforma emocionalmente y presenta los hechos cargados por su propia emoción, característica propia del hombre romántico.

• El Estilo Poético hay que tomar en cuenta que esta obra fue escrita para conmover el ánimo de sus lectores; por eso está presentada en un estilo declamatorio, con una prosa vibrante, de gran sonoridad, por lo que el crítico Key Ayala, encuentra en ella la presencia de frecuentes y rotundos endecasílabos que le dan un ritmo especial. Hay, además una serie de expresiones literarias propias del romanticismo que complementan y contribuyen a aumentar los aspectos poéticos. Por ejemplo: el uso de frecuentes exclamaciones e interrogaciones cargadas de emoción.


VENEZUELA HEROICA

(FRAGMENTOS)

Textos tomados del blog Las letras que queremos hoy

La Victoria

(12 de febrero de 1814)

II

¡He aquí el año terrible! El año de las sangres y de las pruebas en cuyo pórtico aparece escrito por la espada de Boves, el Lasciate ogni speranza para los republicanos de Venezuela.

En torno de aquel feroz caudillo, improvisado por el odio, más que por el fanatismo realista, las hordas diseminadas en la dilatada región de nuestras pampas, invaden, como las tumultuosas olas de mar embravecida, las comarcas hasta entonces vedadas a sus depredaciones.

Mayor número de jinetes jamás se viera reunido en los campos de Venezuela. De cada cepa de yerba parecía haber brotado un hombre y un caballo. De cada bosque, como fieras acosadas por el incendio, surgían legiones armadas, prestas a combatir. Los ríos, los caños, los torrentes que cruzan las llanuras, aparecen erizados de lanzas y arrojan a sus riberas tropel innúmero de escuadrones salvajes, capaces de competir con los antiguos centauros.

Suelta la rienda, hambrientos de botín y venganzas, impetuosos como una ráfaga de tempestad, ocho mil llaneros comandados por Boves hacen temblar la tierra bajo los cascos de sus caballos que galopan veloces hacia el centro del territorio defendido por el Libertador.

Nube de polvo, enrojecida por el reflejo de lejanos incendios, se extiende cual fatídico manto sobre la rica vegetación de nuestros campos. Poblaciones enteras abandonan sus hogares. Desiertas y silenciosas se exhiben las villas y aldeas por donde pasa, con la impetuosidad del huracán, la selvática falange, en pos de aquel demonio que le ofrece hasta la hartura el botín y la sangre, y a quien ella sigue en infernal tumulto cual séquito de furias al dios del exterminio.

Es la invasión de la llanura sobre la montaña: el desbordamiento de la barbarie sobre la República naciente.

Conflictiva de suyo la situación de los republicanos, se agrava con la aproximación inesperada del poderoso ejército de Boves.

Bolívar intenta detener las hordas invasoras, oponiéndoles el vencedor en Mosquiteros”, con el mayor número de tropas que le es dado presentar en batalla.

Vana esperanza. Campo Elías es arrollado en “La Puerta”, y sus tres mil soldados acuchillados sin misericordia.

Tan funesto desastre amenaza de muerte la existencia de la República.

Campo Elías vencido, es la base del ejército perdida, es el flaco abierto, la catástrofe inevitable.

Todos los sacrificios y prodigios consumados por el ejército patriota para conservar bajo las armas la parte de territorio tan costosamente adquirida, van a quedar burlados.

La onda invasora se adelanta rugiendo: nada le resiste, todo lo aniquila. Detrás de aquel tropel de indómitos corceles, bajo cuyas pisadas parece sudar sangre la tierra, los campos quedan yermos, las villas incendiadas sin pan el rico, sin amparo el indigente: y el pavor, como ave fatídica, cerniéndose sobre familias abandonadas y grupos despavoridos y hambrientos que recorren las selvas como tribus errantes.

¡El nombre de Boves resuena en los oídos americanos como la trompeta apocalíptica!

Cunde el terror en todos los corazones; mina de desconfianza el entusiasmo del soldado; Caracas se estremece de espanto, como si ya golpearan a sus puertas las huestes del feroz asturiano; decae la fe en los más alentados, y una parálisis violenta, producida por el terror, amenaza anonadar al patriotismo. Cual si uno de los gigantes de la andina cordillera hubiese vomitado de improviso gran tempestad de lavas y escorias capaz de soterrar el continente americano, todo tiembla y toda se derrumba.

Sólo Bolívar no se conmueve; superior a las veleidades de la fortuna, para su alma no hay contrariedad, ni sacrificio, ni prueba desastrosa que la avasalle ni la postre.

Sin detenerse a deplorar los hechos consumados, alcanza con el relámpago del genio los horizontes de la patria; pesa la situación extrema que le trae la derrota de Campo Elías y la doble invasión que practican a la vez Rosete y Boves sobre la capital y sobre el centro de la República; mide sus propias fuerzas, que nunca encontró débiles para luchar por la idea que sostuvo, y concibe y pone en práctica, con enérgica resolución, un nuevo plan de ataque y de defensa.

Seguido de parte de las tropas con que asedia Puerto Cabello, va a fijar en Valencia su cuartel general; punto céntrico desde el cual con facilidad puede auxiliar a D’ Eluyar, a quien ha dejado frente a los muros de la plaza sitiada; al ala izquierda del ejército patriota, que cubre el Occidente; y a atender al conflicto producido en Aragua con la aproximación de Boves.

A tiempo que Ribas improvisa en Caracas una división para marchar sobre el enemigo, Aldao recibe orden de fortificar el estrecho de la Cabrera, donde va a situarse Campo Elías con los pocos infantes salvados de la matanza de La Puerta.

A Urdaneta que combate en Occidente, se le exige reforzar con parte de sus tropas las milicias que se organizan en Valencia. Ínstasele a Mariño a que acuda en auxilio del Centro. Díctase medidas extremas, pónese a prueba el patriotismo; al que puede manejar un fusil se le hace soldado; acéptase la lucha, por desigual que sea; y Mariano Montilla, con algunos jinetes, sale veloz del cuartel general, se abre paso por entre las guerrillas enemigas que infestan la comarca, y va a llevar a Ribas las últimas disposiciones del Libertador.

Nada se omite en tan difíciles circunstancias; lo que está en las facultades del hombre, se ejecuta, lo demás toca a la suerte decidirlo.

El conflicto entre tanto, crece con rapidez. Como aquellos terribles conquistadores asiáticos, ávidos de poder y venganza, Boves se adelanta por entre un río de sangre, que alimentan sus feroces llaneros al resplandor siniestro de cien cabañas y aldeas incendiadas, que el invasor va dejando tras sí convertidas en ceniza.

Apercibido a la defensa, el Libertador aguarda confiado en su destino la sucesión de los acontecimientos que van a efectuarse. Al terror general que le circunda, opone, como fuerza mayor, su carácter tenaz e incontrastable; al huracán que se desata para aniquilarle, enfrenta en primer término, toda una fortaleza; el corazón de José Félix Ribas.

El jaguar de las pampas va a medirse con el león de la sierra; son dos gigantes que rivalizan en pujanza y que por la primera vez van a encontrarse.

III

Apenas son siete batallones que no exceden en conjunto de 1.500 plazas, un escuadrón de dragones y cinco piezas de campaña, Ribas ocupa La Victoria, amenazada a la sazón por el ejército realista. Escaso es el número de combatientes que el general republicano va a oponer al enemigo, pero el renombre adquirido por este jefe afortunado alienta a cuantos le acompañan.

Empero, ¿Sabéis quiénes componen, en más de un tercio, ese grupo de soldados con que pretende Ribas combatir al victorioso ejército de Boves? ¡Parece inconcebible!.

En tres años de lucha, Caracas había ofrendado toda la sangre de sus hijos al insaciable vampiro de la guerra; hallábase extenuada, sin hombres que aportar a la defensa de su inválido territorio; y al reclamo de la patria en peligro, sólo había podido ofrecerle sus más caras esperanzas: los alumnos de la Universidad.

Allí van a buscarse los nuevos lidiadores que exhibe la República en aquellos días clásicos de cruentos sacrificios: y una generación, todavía adolescente, abandona las aulas y el Nebrija para tomar el fusil.

Sobre la beca del seminarista se ostenta de improviso los arreos del soldado. Y parten en solicitud del enemigo los imberbes conscriptos, confundidos con las tropas de línea; y aprenden de camino, el manejo del arma que los abruma con su peso, así como acostumbran el oído a los toques de guerra, y a las voces de mando de aquellos nuevos decuriones que se prometen enseñarles a morir por la Patria.

Todos marchan contentos; diríase que están de vacaciones. ¡Pobres niños! ¿Ligero bozo sombrea apenas sus labios y ya la pólvora va a enardecerles el corazón; apenas la sangre generosa de sus padres sienten correr ardiente por las venas, y ya van a derramarla! ¡La Patria lo reclama!.

¡Libertad!, ¡Libertad!, cuánta sangre y cuántas lágrimas se han vertido por tu causa… ¡y todavía hay tiranos en el mundo!.

La situación de La Victoria hasta entonces desguarnecida, y en la expectativa de ver caer sobre ella el azote del cielo, como a Boves nombraban, expresa elocuentemente el grado de terror que infundía en nuestras masas populares la ira, jamás apaciguada, de aquel feroz aliado de la muerte, a quien la vista de la sangre producía vértigos voluptuosos y fruiciones infernales.

Toda humana criatura sin distinción de edad, sexo o condición social, trataba de desaparecer de la presencia de tan funesto aventurero.

Los bosques se llenaban de amedrentados fugitivos, que preferían confiar la vida de sus hijos a las fieras de las selvas, antes que a la clemencia de aquel monstruo de corazón de hierro, que jamás conoció la piedad.

En el poblado, el silencio lo dominaba todo; nada se movía; casi no se respiraba. Los niños y las aves domésticas, parecían haber enmudecido; los arroyos callaban; el viento mismo no producía en los árboles sino oscilaciones sin susurros.

Los que habían podido huir a las montañas se inclinaban abatidos en el recinto del hogar, buscaban la oscuridad para ocultarse en ella como en los pliegues de un manto impenetrable, y a cada instante, sobrecogidos de pavor, creían oír ruidos siniestros, precursores de la catástrofe que los amenazaba, ruidos que no deseaban escuchar, pero que el terror sabía fingirles, haciéndoles más larga y palpitante la zozobra.

Ribas fue acogido por aquel pueblo agonizante como enviado del cielo.

SAN MATEO

(Febrero y marzo de 1814)

I

Digno del noble orgullo de una raza viril es el recuerdo de esta jornada insigne, ya que el alto ejemplo de heroica abnegación que en ella se consagra; ya por la excelsa manifestación que dio a la América, de lo inflexible de aquella voluntad que acometía, confiada sólo en su propio valer y su pujanza, la conquista más noble y más gloriosa a que puede aspirar el amor patrio.

“San Mateo” no es simplemente una batalla. Entre los episodios más trascendentales de nuestra guerra de independencia, figura en primer término; simboliza el heroísmo de la revolución….

II

Un sol desaparece y otro se levanta.

Entre los escombros de la revolución, aniquilada hasta en sus fundamentos por el triunfo inesperado y sorprendente de Monteverde, se eclipsa la histórica figura de Miranda: alta virtud a quien había confiado sus destinos la naciente República. Apágase en el polvo, donde cae destrozado el altar de la patria, el fuego sacro de la idea redentora. Desmaya el sentimiento que provocó a la rebelión. El cielo de las halagüeñas esperanzas se obscurece de súbito, y las sombras de un nuevo cautiverio como lóbrega noche, amenazan cubrir la inmensa tumba, donde parece sepultada para siempre, con el heroico esfuerzo, la más noble aspiración de todo un pueblo.

Dos años de lucha, entorpecida por infructuosos ensayos de sistemas políticos mal aconsejados por la inexperiencia en los negocios públicos, unidos al desaliento de candorosas esperanzas frustradas, al encono latente de rivalidades peligrosas, y a la amenaza, jamás bien escondida al egoísmo, de arrostras aún más serios conflictos y recias tempestades, antes del definitivo afianzamiento de las nuevas instituciones, habían gastados los resortes políticos de la revolución, mellado la entereza de sus más esforzados apóstoles, y entibiado entre la multitud el entusiasmo, de suyo escaso, por una causa, al parecer, de tan difícil como remota estabilidad.

(...)
…Para 1812, no era ni sombra de aquel risueño arbusto del 19 de abril, coronado de flores entreabiertas al sol de la esperanza; ni menos se asemejaba al soberbio gigante del 5 de julio, cargado de abundosos y sazonados frutos: apenas si era un tronco de solidez dudosa, protegido por escaso ramaje, falto de savia y amenazado de esterilidad. En tan cortos días los nobles promotores de la revolución habían envejecido, y sus propósitos heroicos, y sus conquistas, y los trofeos cuantiosos de sus primeras y ruidosas victorias, desaparecían entre la sombra de un ayer ya remoto, para las veleidades del presente. Desatinada y recelosa, avanzaba la revolución con paso incierto hacia el abismo de su completa ruina. En vano a su cabeza, cual poderoso paladín, ostentaba al veterano de Nerwide. En vano a prolongarle la existencia concurrían los esfuerzos de los más abnegados. El cáncer de la anarquía la devoraba, su ruina era evidente. De pronto, en medio al desconcierto que la guiaba, un obstáculo fácil de superar en otras condiciones, le cierra audaz el paso. Acometida de estupor, retrocede, fluctúa, avanza luego poseída de inexplicable vértigo, tropieza con un guijarro que le arroja el destino, y empujada por la mano trémula de Monteverde, vacila y cae vencida, cuando con poco esfuerzo habría podido alzarse victoriosa.

La capitulación de La Victoria fue la mortaja en que se envolvió para morir. La perfidia la recibió en su seno y la ahogó entre sus brazos.

Miranda, la postrera esperanza de los independientes, sucumbe con la revolución y eclipsado el astro, sobreviene la noche…

III

Postración dolorosa, que explotaron hasta la saciedad los vencedores confiscando las riquezas de los vencidos, ultrajando su dignidad, su honra y sus costumbres, y anegando el país en sangre generosa.

Cumaná, quizás la más herida de las provincias orientales por la ferocidad de sus dominadores, es la primera que reacciona, pero su heroico esfuerzo no alcanza a sacudir la postración de sus hermanas. Sin embargo, aquel nuevo Viriato, como graciosamente a Monteverde calificaron sus aduladores, se estremece de espanto ante la ruda obstinación de los patriotas orientales, y poseído de salvaje furor, oprime entre sus brazos, casi hasta estrangularla, la presa que le diera la Fortuna y que presume conservar.

¡Ilusoria esperanza! En medio de tan profunda oscuridad para la sometida Venezuela, un gran foco de luz aparece de súbito en la empinada cima de los andes. Chispa al principio, oscilante entre los ventisqueros, acrece rápidamente hasta alcanzar las proporciones del dilatado incendio. En la inflamada región de los volcanes brilla radiosa como el ígneo penacho del Pichincha, cuando viste el gigante los terribles arreos de su imponente majestad; ilumina con resplandores que deslumbran a la cautiva América; inflama el mar con los reflejos de su fulgente lumbre, y atónitos y mudos la contemplan, desde el templo del sol hasta las playas donde Colón dejó caer el ancla de sus naos victoriosas, los descendientes de los Incas y los hijos sin patria de aquellos mismos héroes que al cetro de Castilla la dieran cual presea.

Aquella inmensa lumbre, aquella hoguera amenazante para los exarcados españoles, es el primer destello del genio de la América: es Bolívar que surge coronado de luz como los inmortales; es la presencia del adalid apóstol, que de lo alto de su corcel de guerra, predica la nueva doctrina americana al resplandor fulmíneo de su espada.

Airado vuelve los ojos a su patria el futuro Libertador de un mundo, y la contempla de nuevo esclavizada, moribunda, bajo la férrea planta de sus ensañados opresores. En las alas del viento que sacude la tricolor bandera sobre las cumbres de los Andes, llegan a él entre lamentos prolongados, el último estertor de la madre ultrajada y el chasquido del látigo con que se la flagela, atada al poste infamador de la ignominia. Justa es la indignación del héroe americano, profundo su dolor, cuando llama al combate a sus propios hermanos, sin obtener respuesta. En vano los exhorta a proseguir la ardua cruzada: muéstranse los más indiferentes. En vano les recuerda la altivez de otros días, los juramentos espontáneos de morir por la patria, la libertad perdida y todas las miserias a que somete la tolerada esclavitud: su voz se pierde en el silencio que acrece el estupor.

Aquel cuadro doloroso prueba a Bolívar lo que ya sospechaba: que la revolución había caído para no levantarse sino apoyada en un esfuerzo sobrehumano. La tempestad revolucionaria detenida de súbito en su rápido curso, había plegado las podero9sas alas y, constreñida por una fuerza extraña, apenas si podía estremecer la oculta fibra del amor patrio, latente en el recóndito de pocos corazones.

Despreciada por unos, maldecida por otros, por todos relegada al olvido, la revolución era un cadáver que sólo una voluntad superior podía galvanizar. Bolívar se juzgó capaz de tanto esfuerzo y lo intentó.

Pero, ¿quién era él?. ¿Quién el atrevido aventurero que osaba acometer tan magna empresa? Nadie lo conocía; la común desgracia le había hecho extraño a la memoria de sus propios hermanos. Después de aquella ruina y del estrago de una catástrofe espantosa ¿a qué volver a provocar las iras del león con el descabellado intento de arrancarle su presa?. Ni ¿cómo pretender arrebatar con débil brazo lo que un gigante se empeña en retener? Y en vano aquel sublime enajenado se esfuerza por alentar a las víctimas que perdona el cuchillo de feroces verdugos; amenaza, suplica, se inflama al fin en ira, y desnuda el acero. ¡Ay! Su cólera terrible hará más que sus ruegos; aquélla se desborda, y una ola de sangre surcada de relámpagos, desciende de las cumbres andinas con la violencia del alud, con el fragor del trueno.

(...)

La historia pavorosa de aquel tiempo, escrita al resplandor de una llama infernal con la sangre inocente de los niños descuartizados por Zuazola, sobre el seno materno herido y palpitante, recoge, poseída de estupor, las tremendas palabras de Bolívar estampadas con caracteres de fuego en el Decreto de Trujillo: decreto aterrador, reto inaudito que le trae con las iras de todas las pasiones, mortales amenazas e implacables furores.

V

Henos aquí a las puertas de aquel infierno más espantoso que el infierno de Dante: a la entrada de aquel periodo pavoroso de nuestra lucha de emancipación, conocido con el lúgubre nombre de la guerra a muerte.

El Decreto de Trujillo, espada de dos filos que esgrime audaz la mano de Bolívar lo tenemos delante, y es forzoso detenernos frente a frente de su satánica grandeza.

Ahí está, como siempre, sombrío y amenazante para unos, cual un escollo donde van a estrellarse nuestras pasadas glorias; para otros, deslumbrador y justiciero, como la espada a que debió su libertad el pueblo americano. Osar decir si fue digno de escomió o vituperio, si conducente o pernicioso al término feliz de la gran lucha, es empresa tan ardua que sólo la imparcial posteridad podrá llevar a cabo.

VI

El Decreto de Trujillo es el pavés sobre el cual aparece Bolívar en 1813. Escudo sangriento levantado al cielo por los mil brazos de la revolución, en que se exhibe como deidad terrible el egregio caudillo americano.

Precedido por el espanto que infunde en nuestros enemigos y por el entusiasmo que despierta entre la multitud, rueda, con pavoroso estrépito, sobre los yermos campos de Venezuela, el carro de la revolución. Apenas quinientas bayonetas lo escoltan y protegen; pero con él, desnudo el sable, radiosa la mirada y atronando el espacio con sus gritos de guerra, van Ribas, y Urdaneta, y Girardot, y D’ Eluyar, y el inmortal Ricaurte, sedientos de combates y de gloria. Nada resiste el ímpetu de su heroica bravura. En vano cierra España con numeroso ejército, la ancha vía que recorren audaces, dejando en cada huella sembrada una victoria. Allá “Agua-obispos”, la terrible y sangrienta, medio oculta en un repliegue de los Andes, como en los bordes de un inmenso sepulcro. Después “Niquitao”, que aun deslumbra en la historia con los reflejos de la espada de Ribas. Luego “Horcones”, y más tarde “Taguanes” que abre a Bolívar las puertas de Caracas y cubre con su manto de púrpura aquella campaña prodigiosa, marcha triunfal del genio sobre los destrozados hierros del despotismo.

Un grito inmenso de júbilo y asombro se propaga por toda Venezuela. Revive el amor patrio, llena los corazones, y del sangriento polvo donde cayera exánime la naciente República, se alza de nuevo majestuosa y terrible al amparo de Bolívar y de su incontrastable voluntad.

1813 es una aurora; aurora de un instante que luego nublan sombras pavorosas, pero que exhibe en todo su esplendor al hombre extraordinario a quien debió su libertad el pueblo americano.

Dignidad, entusiasmo, amor patrio, energía en el propósito de la idea redentora, leyes, instituciones, fuerza para luchar, y la esperanza del definitivo afianzamiento de nuestra nacionalidad republicana, todo renace a la presencia de Bolívar. Venezuela le aclama su libertador; ciñe coronas a su frente inmortal, y de nuevo se lanza a la enseñada lid donde con suerte varia lucha sin tregua hasta alcanzar su independencia.

Desvanecido el estupor que produjera en nuestros enemigos la audaz campaña de Bolívar, torna España a esgrimir el sanguinoso acero de sus indomables defensores; reorganiza sus huestes destrozadas; apela una vez más al fanatismo de la masa inconsciente de nuestro pueblo, su poderoso aliado; provoca la ambición de obscuros caudillejos con la aprobación tácita de todos los desmanes cometidos por Monteverde; cobra aliento al pesar la superioridad numérica en que aventaja a sus contrarios; exalta el odio entre los dos partidos; sopla la hoguera en que habrán de consumirse vencedores y vencidos, y desata las alas de aquella tempestad de furiosas pasiones que de nuevo se agitan con estrépito sobre los yermos campos de la patria.

X

El 23 de febrero de 1814, diez días después de la heroica defensa de La Victoria por el General Ribas, acampó Bolívar, con su Estado Mayor y con su guardia, en el pueblo de San Mateo.

A pesar del rechazo que habían sufrido los realistas, era en extremo conflictiva la situación de la comarca. El terror dominaba todos los ánimos. Poblaciones enteras huían despavoridas a la aproximación de las hordas de Boves, y una emigración numerosa afluía al cuartel general republicano buscando amparo en el ejército.

Niños, mujeres y ancianos sobrecogidos de espanto, enflaquecidos por la miseria, seguían los cuerpos que velozmente iban reconcentrándose en San Mateo: y en torno de aquellos bravos que dividían con ellos su escaso pan con mano generosa, gritaban sin concierto, prorrumpiendo en desgarradores alaridos a la menor alarma.

Situado el Libertador en San Mateo, punto escogido como estratégico, para vigilar los movimientos del poderoso ejército enemigo reconcentrado en la Villa de Cura, y auxiliar con más facilidad, en caso necesario, una u otra de las dos ciudades más importantes de la República (Caracas y Valencia), amenazadas a la sazón por los realistas, se ocupa en reforzar sus posiciones con algunas obras de defensa, en tanto que la llegada del ejército de Oriente, acaudillado por Mariño, y esperado con ansiedad creciente durante muchos días, le pone en capacidad de acometer a Boves y de abrir, con probabilidades de buen éxito, una nueva campaña.

En la mañana del 26, se incorporó al Libertador el Mayor general Mariano Montilla, con la división de los Valles del Tuy, y al día siguiente los cuerpos de Ponce y de Salcedo y la brigada de Barquisimeto al mando de Villapol. Las fuerzas todas de los independientes, reunidas en San Mateo, ascienden a 1.500 infantes, con cuatro piezas de campaña de grueso calibre y 600 jinetes, entre los cuales figura el brillante escuadrón de Soberbios Dragones, ansioso por vengar la muerte de su jefe, el bravo Rivas-Dávila.

Repuesto Boves del descalabro sufrido en La Victoria, e impaciente por medirse con el Libertador, a quien cree exterminar con el empuje de sus numerosos escuadrones, se apresura a caer de nuevo sobre los republicanos, mal seguros en sus posiciones de San Mateo. A la cabeza de ocho mil combatientes sale orgulloso de la Villa de Cura; ocupa a Cagua, pueblo inmediato al cuartel general de los independientes; ordena a su vanguardia forzar en el paso del río las avanzadas a cargo de Montilla, las que le oponen dura resistencia; repliega con la noche; toma ventajosas posiciones en las alturas que dominan al sur del caserío, y espera el día para librar una batalla en la que de antemano se adjudica la victoria.

XXI

Un grito inmenso de triunfo y de alegría resuena al mismo tiempo en el campo realista; pero instantáneamente, insólita explosión y aterrador estrépito retumba en todo el valle, y densa nube de humo y de polvo asciende al cielo entre lenguas de fuego y cubre la montaña.

¿Qué pasa? ¿Qué acontece? Todos lo adivinan al disiparse el humo que cual fúnebre manto se extiende sobre la casa del Ingenio. ¡El antiguo edificio convertido de súbito en un montón de escombros, pregona el heroísmo de Ricaurte…! ¡Glorioso sacrificio a que no le induce la desesperación; ni se puede estimar como el arranque del despecho de una trágica muerte, ni menos como la protesta insolente del orgullo militar humillado! No; Ricaurte no es Cambrone en el último cuadro de Waterloo, revolviéndose en su agonía de león, para escupir el rostro, con frases de desprecio, a su enemigo vencedor. Está más alto. El amor a la patria es sólo quien le inspira… Una peripecia de la batalla le sirve de pedestal y sobre ella se empina. Su talla adquiere las proporciones de los antiguos héroes; su cabeza se pierde entre deslumbradoras claridades; a sus pies todo lo ve pequeño, menos la huesa que para recibirle cava todo un ejército. Desde la altura en que se encuentra divisa el campo de batalla; en él a sus amigos desesperados de vencer; a Boves, soberbio y victorioso; y tanto esfuerzo inútil y tanta sangre vertida infructuosamente, y la patria humillada, y su causa perdida: todo lo ve a sus pies, y árbitro se siente y soberano de la cruenta jornada: Su vida por mil vidas y por el triunfo de los suyos, le propone el Destino; y convencido acepta el sacrificio, y corre a él; y espanta, y vence, y desaparece de la tierra para ceñir en la inmortalidad la refulgente aureola de su gloriosa abnegación.

Ante aquel extraordinario sacrificio, Boves retrocede aterrado, y de nuevo va a guarecerse en las alturas.

Bolívar le persigue hasta sus inexpugnables posiciones; recorre el campo donde yacen extendidos mil cadáveres, y espera la llegada de Mariño para abrir la campaña.

Tres días más permanece el terrible asturiano en sus antiguas posiciones; luego cambia de aviso y se retira al fin de la presencia de Bolívar, noticioso de la proximidad del esperado ejército de Oriente.

CARABOBO

(24 de junio de 1821)

COLOMBIA, la aspiración grandiosa del genio de Bolívar, era una realidad.

Hija del heroísmo, concebida en el seno de las tempestades al eléctrico resonar de los clarines, entre el fragor de las batallas, los rugidos del león soberbio, dominador del Nuevo Mundo, y los himnos triunfales de un pueblo fanatizado hasta el martirio por loa idea redentora de la independencia y libertad, había surgido altiva como deidad terrible, coronada la frente de sangrientos laureles y armada de la noble potencia de su virilidad y sus derechos, del surco ardiente de la guerra en el campo inmortal de “Boyacá”.

Sobre el rico trofeo de cien victorias, descollaba con proporciones gigantescas, entre las nacientes Repúblicas americanas. Su porvenir estaba lleno de promesas; su nombre, al par de sus hazañas, era timbre de orgullo para los pueblos del Nuevo Continente; y al amparo de su egida, nuevas fuerzas, y brío, y mayor ardimiento cobraban las aspiraciones y los nobles propósitos de los sostenedores de aquella cruenta lucha contra el poder dominador de la Metrópoli.

Apenas en su aurora, la viva luz que difundía aquel astro radiante prometía no eclipsarse jamás.

No obstante, la lucha desastrosa empeñada hacía ya tantos años, continuaba con el mismo calor. Vilipendiada al par que combatida siempre por sus implacables enemigos. Colombia se ostentaba orgullosa en medio del huracán que se esforzaba en abatirla. Apenas si podía dar un paseo en el camino de su engrandecimiento, que no fuera apoyada en su robusta espada, que no hubiera menester abrirse campo con el fuego de sus cañones. Su imperio se extendía sobre ruinas humeantes, sobre campos desiertos, sobre doscientos mil cadáveres que clamaban venganza, sobre un suelo estremecido de continuo por el sacudimiento de las batallas.

(...)

Empero, tanta perseverancia y tan costosos sacrificios no habían de ser estériles.; para teñir de (...)púrpura la aurora del gran día del definitivo afianzamiento de nuestra independencia, por todos esperada con anhelo tras una noche de tres siglos, mucha sangre generosa había sido indispensable derramar; pero la aurora tan deseada iba a lucir al fin en los horizontes de la Patria.

III

A pesar de los obstáculos de todo linaje, con que el esfuerzo y la tenacidad de los jefes realistas embarazaban la marcha progresiva de la Revolución y su creciente desenvolvimiento, nuestras conquistas en 1820 eran trascendentales y de incontestable valimiento. Venezuela se había unido a su vecina hermana bajo el fulmíneo casco de Colombia. Nuestra fuerza moral era imponente. Nuestro ejército probado en cien batallas, aunque escaso en número, era disciplinado y aguerrido. Nuestros generales, así como nuestros magistrados, habían cobrado experiencia y alcanzado con la continua rotación de los sucesos, la altura indispensable al puesto que ocupaba y la prudencia tan necesaria así en la guerra como en las emergencias de los negocios públicos. La serenidad y el frío cálculo habían vencido y dominado el atolondramiento, la irreflexiva impetuosidad y las jactanciosas presunciones que, junto con el antagonismo de intereses y pasiones, tan funestos resultados dieran más de una vez en los primeros tiempos de la Revolución. Una sola voz, un solo pensamiento, dirigía aquel conjunto de homogéneos propósitos, antes de aspiraciones turbulentas y de intereses encontrados, entonces sometidos a una sola ley, a una sola voluntad: voluntad por todas acatada y estimada por todos como imprescindible.

Para 1820, España comenzaba a dudar del sometimiento de sus rebeldes colonias, y nuestro pueblo esquivo largo tiempo al sagrado propósito de sus libertadores, se inclinaba a creer en las promesas de los nobles apóstoles de la libertad y del derecho americano… España, en su propósito de someter a la rebelde Venezuela al yugo colonial, había agotado cuantos medios violentos le había sugerido la ferocidad de las más exaltadas pasiones: la represión salvaje, el cautiverio inquisitorial, el hambre, el hierro, el fuego, la perfidia con sus garras ocultas, el verdugo disfrazado de amigo. Pero el terror y la crueldad habían sido ineficaces. En vano se condenaban a la mendicidad y al desamparo las familias de los tachados de rebeldía; en vano se exhibían en las encrucijadas de los caminos públicos, en las plazas de las aldeas y en las puertas de las ciudades principales, cabezas cortadas por los verdugos, brazos, piernas y esqueletos pendientes de los árboles, clavados sobre picas o encerrados en jaulas para defenderlos de las aves de presa y prolongar el espanto que desean infundir entre la multitud. La cabeza de Ribas estuvo exhibida por cuatro años en una de las llamadas puertas de Caracas. Y nada fue bastante a detener el impulso que impelí9a a Venezuela a su emancipación; las medidas violentas se desprestigiaron y agostaron, y otros medios más hábiles fueron puestos en práctica a ver de contener por la conciliación lo que alcanzar no pudo la violencia, ni menos la crueldad.

IV

… La libertad proclamada en España, en el seno mismo de los acontecimientos de las tropas expedicionarias con destino a reforzar en Venezuela el ejército de Morillo, al par que abate el despotismo y coloca bajo la egida de instituciones liberales el porvenir político de la Península, favorece a América la transformación republicana de las colonias españolas.

Fijo, no obstante, como siempre, el Gobierno de la Metrópoli, en el propósito de conservar a la Corona sus posesiones de ultramar, se apresura, recién jurada la Constitución, a restablecer su quebrantada autoridad en las colonias; pero descaminado respecto al verdadero espíritu de la Revolución americana, cree allanable por la conciliación lo que vanamente por las armas se había empeñado en reprimir.

En tal sentido, la promesa de instituciones liberales y de una amplia amnistía, junto con el ofrecimiento de dignidades y empleos para los jefes insurgentes que sostenían la guerra en Nueva Granada y Venezuela, fue el primer paso de las Cortes en el camino de un avenimiento entre la Madre Patria y sus rebeldes hijos; y, con tal fin, encárgese a Morillo la pacificación de las provincias sublevadas por medio de la conciliación de tan encontrados intereses.

La nueva inesperada de sucesos tan extraordinarios, como los que se efectuaran en España, produjo en sus colonias una profunda conmoción, no exenta de desaliento y de despecho, entre los sostenedores del principio monárquico absoluto y de la integridad del territorio sometido por los conquistadores al cetro de Castilla. Aquel insigne triunfo de las nuevas ideas sobre el absolutismo, triunfo reputado por el pueblo español como la más gloriosa de sus victorias cívicas, desprestigia en América el poderío de la Corona y sus augustos fueros, no solamente entre las clases inferiores poseídas las más de fanático realismo e incapaces de suponer nada tan alto y poderoso como la voluntad de sus monarcas, sino aún entre aquellos mismos más esclarecidos a quienes era fácil concebir la trascendencia de un cambio tan favorable a sus personales intereses…

IX

Valeroso y disciplinado era el ejército español, y superior en número al que el Libertador podía oponerle, a pesar de las favorables circunstancias que avigoraban la causa republicana, y la popularizaban hasta entre los más esforzados opositores.

No obstante las ventajas y desventajas de los opuestos bandos, podían equilibrarse; si en el realista prevalecía por el momento la fuerza material, campeaba en su contrario el entusiasmo y la fuerza moral de todo un pueblo identificado en una misma aspiración. Para cada una de las bayonetas de que LA Torre disponía, diez corazones resueltos a sacrificarse por la patria podían oponerle los republicanos.

Con creciente rapidez acercábase el desenlace de aquel sangriento duelo, reñido con el mismo furor hacía ya tantos años; y a nadie se ocultaba que había de ser ruda y decisiva la próxima batalla que se librase en Venezuela.

(...)

En su larga carrera, Bolívar había pugnado con dos hombres verdaderamente notables por las condiciones especiales que los distinguieron en aquella guerra desastrosa, y ambos habían desaparecido del palenque sin haber logrado avasallarlo. En Boves había combatido al sectario de las propias creencias, al hombre de la naturaleza, el torbellino de las pasiones de la época, con todas las iras y arrebatos de una ambición ardiente, con todo el arrojo de un carácter resuelto y exaltado, y toda la pujanza y valentía del león. En Morillo había luchado contra el renombre glorioso, la pericia militar, el ardor reflexivo y la ordenada impetuosidad de un capitán experto y temerario a la vez que prudente. Sometido a las reglas que prescribe la disciplina hasta encadenar su genial intrepidez a las severas prescripciones de la táctica; tan rudo como hábil, de propias ideas, de no escasas aptitudes para el desempeño de la empresa que se le había confiado, sagaz, cruel, arrebatado, perseverante, sin dotes de caudillo, pero terrible e indómito.

X

Breves días duró la suspensión delas hostilidades acordadas en Trujillo, tregua tan desastrosa para España como benéfica para las armas de Colombia. LA guerra enciende de nuevo su destructora tea, el rayo vibra y en la vasta extensión de Venezuela dilata sus fragorosas resonancias.

No obstante, la súbita ruptura del armisticio, acogida con férvido entusiasmo por los independientes, fue como el despuntar de una risueña aurora para la causa americana.

Tras las espesas nubes que obscurecieron hasta entonces los horizontes de la patria, aparecen los primeros destellos de un sol resplandeciente que todo lo ilumina, lo exhibe, y magnifica con sus brillantes resplandores. Los bandos enemigos se miran sin el pasado enojo y se contemplan con admiración. No ya más lucha entre tinieblas aglomeradas por el odio; las sombras huyen avergonzadas y con ellas desaparecen las escenas terribles, el furor fratricida y la saña mortífera que alimentaran en su seno. La tierra absorbe la sangre derramada y el yermo campo reverdece y produce laureles. La espada de los héroes luce ante el nuevo sol, resplandeciente y sin mancilla; y el mismo ronco estrépito del bronce formidable que truena en las batallas, pierde la lúgubre y aterradora repercusión de los pasados tiempos. Sólo el acaso es responsable de la sangre que se derrame en los combates…

XVIII

Al despuntar la aurora del 24 de junio de 1821, el ejército republicano se pone en movimiento apresta las armas, deja en el campamento todos los equipajes, ganados y acémilas que pudieran embarazar su marcha, y, apercibido a la pelea, recurre lleno de entusiasmo la distancia que media entre las dos llanuras, testigos de sus pasados triunfos.

Alegre y bulliciosa era la marcha de nuestros regimientos: más que reñir una batalla, aquellos bravos, ansiosos por llegar al término deseado, parecían dirigirse a una feria. Ante la gloria de la Patria, nadie pensaba tristemente arrebatar a la victoria la mayor cantidad de laureles era la aspiración de todos. En medio del ruido acompañado de la marcha resonaban estrepitosos vítores fanfarronadas estrambóticas, gritos preñados de amenazas; y se entonaban coplas de melodioso ritmo, alusivas a los pasados triunfos, a nuestros héroes muertos, no vencidos: y corrían chanzonetas sarcásticas sazonadas de gracia y de dichos picantes, que, unidas al metálico chasquido de las armas, al relincho de los caballos y al susurro del viento en el ramaje de los árboles, formaban un extraño concierto, estrepitoso e inarmónico, pero lleno de virilidad y de alegría. Nuestros soldados, como los antiguos lacedomonios que presidía Tirteo, se enardecen y con los himnos guerreros de sus bardos salvajes, y cantando sus pasadas glorias se dirigen a Carabobo.

Empero, para llegar a la inmortal llanura por el camino que Bolívar seguía, era necesario superar graves inconvenientes opuestos por la naturaleza; los que, dado caso que hubiera sabido aprovechar el enemigo, ruda y costosa habría sido, sin duda la empresa de vencerlos. Después de esguazar el Chirgua y de internarse en las tortuosas quiebras de la serranía de la Hermanas, había que penetrar por el desfiladero de Buenavista, posición formidable donde pocos soldados bastan a contener todo un ejército; marchar luego por un camino lleno de asperezas, dominado en gran parte por alturas cubiertas de bosques y zarzales, y atravesar, al fin, una abra estrecha y larga, fácil de defender.

La Torre desprecio, sin embargo, las ventajas que ofrecía la conformación de aquel terreno por donde forzosamente nuestro ejército tenía que penetrar. Franca dejó al Libertador tan peligrosa vía, conformándose sólo con defender la entrada a la llanura. La pérdida completa del destacamento situado en Tinaquillo, fue acaso la razón que decidiera al enemigo a reconcentrar todas las fuerzas. Las avanzadas que tenía en Buenavista replegaron a la aproximación de los independientes; ocuparon éstos tan inexpugnable posición; y desde allí pudieron ver nuestros soldados todo el ejército español, desplegado en batalla, en la espaciosa sabana de Carabobo.

El bélico alborozo de los primeros Cruzados al divisar los muros de Jerusalén, ansiando redimir al sepulcro de Cristo, no fue mayor que el júbilo entusiasta que se produjo en el ejército patriota al contemplar el campo de batalla donde había de efectuarse la completa redención de Venezuela. Un grito inmenso resonó en las alturas que dominaran de lejos el campamento de La Torre, grito terrible, provocación amenazante de seis mil combatientes, resueltos a conquistar aquel día, la ma´s trascendental de sus victorias o a perecer en la contienda.

XXIII

Con un frente de cuatrocientos hombres y sin más fondo que dos hileras de soldados. “Apure”, “Tiradores” y “La Legión Británica” avanzan simultáneamente, con ls bayonetas asentadas sobre los regimientos españoles con que La Torre riñe la batalla; carga brillante, a cuyo empuje ceden los realistas, pierden sus posiciones, y repliegan buscando apoyo en el grueso de su caballería.

Mientras lucha tan bizarramente nuestra infantería, inferior en mucho a la contraria, atraviesa la difícil quebrada un grupo de jinetes de la guardia de Páez, encabezado por el valiente Capitán Ángel Bravo, y parte del escuadrón primero de “Lanceros”, a las órdenes del Coronel Muñoz; y a tiempo llegan de hacerle frente a los húsares de “Fernando VII” y a los Dragones y Carabineros de la “Unión” que en número de quinientos caballos lanza La Torre sobre la extrema izquierda de nuestra línea de batalla con el objetivo de envolverla…

Páez reúne, entre tanto, los trozos de su caballería que lentamente salen a la llanura. Su ansiedad por allegar el mayor número, sin privar de su presencia alentadora a su diezmada infantería, se descubre en la rapidez vertiginosa con que lanza su impetuoso caballo para acudir a todas partes: así se ve lucir entre el revuelto torbellino del combate su rojo penacho, batido por el viento, cual una llama errante, veloz, inextinguible, alma de la batalla, provocadora del incendio.

De pronto, en medio de la inquietante expectativa que sufren los dos bandos, la llama voladora se detiene; y Páez lleno de asombro, vé salir de la nube de polvo que oculta los efectos de aquel violento choque, a un jinete bañado en propia sangre, en quien al punto reconoce al negro más pujante de los llaneros de su guardia: aquél, a quien todo el ejército distingue con el honroso apodo de “el primero”( Los llaneros llamaban así al Teniente Camejo, porque su bravura reconocida lo llevaba a ser siempre el primero que acometía al enemigo en toda carga.)

XXIV

El caballo que monta aquel intrépido soldado, galopa sin concierto hacia el lugar donde se encuentra Páez; pierde en breve la carrera, toma el trote, y después, paso a paso, las riendas sueltas sobre el vencido cuello, la cabeza abatida y la abierta nariz rozando el suelo que se enrojece a su contacto, avanza sacudiendo su pesado jinete, quien parece automáticamente sostenerse en la silla. Sin ocultar el asombro que le causa aquella inexplicable retirada, Páez le sale al encuentro, y apostrofando con dureza a su antiguo émulo en bravura, en cien reñidas lides, le grita amenazándole con un gesto terrible: ¿Tienes miedo?... ¿No quedan ya enemigos?... ¡Vuelve y hazte matar!... Al oir aquella voz que resuena irritada, caballo y jinete se detienen: el primero, que ya no puede dar un paso más, dobla las piernas como para abatirse; el segundo abre los ojos que resplandecen como ascuas y se yergue en la silla; luego arroja por tierra la poderos lanza, rompe con ambas manos el sangriento dormán, y poniendo a descubierto el desnudo pecho donde sangran copiosamente dos profundas heridas, exclama balbuciente: Mi General … Vengo a decirle adiós… porque estoy muerto. Y aballo y jinete ruedan sin vida sobre el revuelto polvo, a tiempo que la nube se rasga y deja ver nuestros llaneros vencedores, lanceando por la espalda a los escuadrones españoles que huyen despavoridos.

Páez dirige una mirada llena de amargura al fiel amigo, inseparable compañero en todos sus pasados peligros; y a la cabeza de algunos cuerpos de jinetes que, vencido el atajo han llegado hasta él, corre a vengar la muerte de aquel bravo soldado cargando con indecible furia al enemigo…

XXV

Mayor que la impaciencia que Bolívar había experimentado con el retardo de las dos divisiones, fue su angustia, cuando al flaquear el enemigo, miró resuelta la batalla por el heroico empuje de Páez y sus soldados, sin que fuera posible conseguir que todo el ejército español quedase prisionero. Vencedora, ero destrozada, no era dable a la 1ª división rendir a sus contrarios. En tal conflicto, el Libertador ordena a Plaza y a Cedeño prescindir del camino que llevan y penetrar al campo de batalla rompiendo las tupidas malezas y trasmontando las colinas como les fuera posible. Y embargada el alma con el placer de la victoria, el propio tiempo que por el sentimiento de que no llegara a ser completa, presencia entusiasmado los esfuerzos de Páez por sellar aquel día la más gloriosa página de su historia inmortal.

Sin el apoyo de su caballería, La Torre se ve envuelto: los batallones con que hace frente a la “Legión Británica”, “Apure” y “Tiradores” retroceden con precipitación. En vano se empeña en detener aquel funesto movimiento precursor del desastre¸ en vano, con el ejemplo de una entereza singular, estimula a sus aturdidos camaradas. Inútil es su empeño; su voz se pierde en el estrépito de la ardorosa lid, su brazo se fatiga. Tenaz soldado insiste, sin embargo, en la tarea imposible de conjurar los estremecimientos de la catástrofe que amenaza estallar y que lo arrastra, al fin, con la impetuosidad del huracán “Hortslrich”, da, el primero, el pernicioso ejemplo; al bote de nuestras bayonetas rompe las filas, se desbanda y huye produciendo terrible sacudida entre los otros cuerpos españoles. “Burgos”, fluctúa, no obedece la orden que le intiman sus jefes, de dar frente a los lanceros reunidos de Silva y de Muñoz; y cargado de flanco se desordena, gira sin concierto, y sirve de pasto a las lenguas de acero de nuestros escuadrones…

Ante aquella furiosa acometida, “Valencey” retrocede y “Babastro” se rinde; mas ¡ah! su postrera descarga antes de entregarse prisionero, arrebata a Colombia una de sus más puras y más preclaras glorias: Una bala penetra el corazón del joven héroe, y Plaza expira entre los vítores del triunfo.

Con la entrega de “Babastro”, el campo de batalla se siente sacudido por la gran catástrofe de las legiones españolas; y un grito espantoso, clamor desgarrador, inmenso último suspenso de agonía de aquel pujante ejército, resuena en la llanura, y la derrota, contenida un instante, se declara completa.

“Carabobo” duró lo que el relámpago, puede decirse que para todos fue un deslumbramiento.

Sobre la frente erguida del vencedor en “Las Queseras” brillaba un laurel más, y de alto precio.

El Libertador desciende a la llanura en el momento que se decide la batalla. Su pronóstico estaba cumplido; el ejército patriota saluda entusiasmado a su inmortal caudillo.

FUENTE

Biografía y vidas
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/blanco_eduardo.htm

Vasquez, M. Las letras que qnálisis de ueremos.
http://mireyavasquez.blogspot.com/2010/12/seleccion-de-capitulos-de-venezuela.html

Wikipedia. La Enciclopedia libre

Zavarce, J. AVenezuela heroica. Monografias.com

 



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