CONTENIDOS PARA LOS ESTUDIANTES DE 5TO AÑO
Componente:
la comunicación como expresión del desarrollo
socio histórico de la humanidad.
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• Implicaciones en el significado cultural de celebraciones, efemérides y festividades locales, regionales y nacionales.
• Investigación
socio-crítica de la literatura de segunda
mitad del siglo XIX. Aspectos generales. Encuadre de los movimientos literarios en el contexto socio histórico del siglo.
• La novela post guerra. Década
de los años 40. La novela Social (1950-1960). Nuevas tendencias (a
partir de 1960). Aspectos introductorios generales.
•
Manifestaciones artísticas literarias de la localidad.
• Recursos estilísticos: tipo
semántico (figuras literarias), morfosintácticas y fónicas.
• Análisis de obras
literarias representativas de la literatura y el arte universal desde la segunda mitad
del siglo XIX hasta la actualidad,
con énfasis en la latinoamericana y caribeña, que contribuyan
al desarrollo de la
fraternidad, convivencia y solidaridad en la humanidad.
• Procesos de análisis, comprensión y construcción de textos de otra tipología: científicos, técnicos,
tecnológicos y oficiales.
• Construcciones formales: ponencias, informes y
artículos periodísticos.
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• Técnicas, métodos de
investigación complejos. Utilización y sistematización de la teoría de la
investigación científica a través
de trabajos por proyectos. Delimitación y
fundamentación de problemas, tomados de la realidad.
• Trabajos
de
investigación sobre la
obra
de
escritores
latinoamericanos y del Caribe, de los movimientos literarios en los que
están inmersos o
de sus relaciones con otras expresiones del arte.
• Empleo de los
recursos expresivos en la construcción de textos en prosa y verso.
• Las diferentes concepciones del pensamiento ideológico
en
el
mundo actual. Apreciación y
disfrute de
las
diferentes manifestaciones culturales
y del arte, con énfasis en el cine
latinoamericano y del caribe, comparadas con la literatura universal.
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LAS FUNCIONES DEL LENGUAJE
¿Qué son las funciones del
lenguaje? Como sabemos, el lenguaje sirve para transmitir conocimientos,
solicitar información, expresar emociones… Ahora bien, es el emisor el que
decide que función debe cumplir el lenguaje. Por lo tanto, las funciones del lenguaje
tienen que ver con la intencionalidad del emisor.
¿Cuáles son las funciones del
lenguaje? Existen tres que se consideran básicas y que debes comprender
plenamente, tanto para reconocerlas en un texto como para utilizarlas
conscientemente en una creación de lenguaje propia.
REFERENCIAL, APELATIVA, EXPRESIVA
1. FUNCIÓN REFERENCIAL El elemento
fundamental es el contexto o referente. El emisor se limita a señalar un hecho
objetivo, sin que se trasluzca su subjetividad. La función principal es
transmitir información Ejemplo: “La clase acaba a las 20.30”. Está presente en
textos de carácter informativo, como los textos científicos o las noticias
periodísticas.
2. FUNCIÓN APELATIVA El emisor llama
la atención del receptor o desea actuar sobre su conducta o comportamiento
(órdenes, instrucciones, preguntas...). El vocativo y el imperativo normalmente
se utilizan en esta función. Ejemplo: “Daniel, tráeme agua”. Predomina en
textos argumentativos y persuasivos, como los anuncios, los discursos
políticos, etc., que pretenden convencer al receptor.
3. FUNCIÓN EXPRESIVA El elemento
fundamental es el emisor , que manifiesta sentimientos o estados de ánimo; por
tanto, el mensaje refleja la subjetividad del emisor. Ejemplo: “¡Cómo te echo
de menos!”. Predomina en textos de carácter personal, como los diarios, las
cartas, los poemas…
¿Habrá más funciones? !…..por supuesto que sí…..!
Vamos a verlas
4. FUNCIÓN FÁTICA El elemento
fundamental es el canal. Esta función aparece cuando empleamos el lenguaje para
establecer, prolongar o interrumpir la comunicación, o bien comprobar si existe
contacto. Ejemplos: “¿me entiendes?”, “¿sigues ahí?”, “de acuerdo”.
5. FUNCIÓN POÉTICA Aparece cuando la
finalidad del lenguaje es llamar la atención sobre sí mismo, cuando adquiere
especial importancia el mensaje. Se da en el lenguaje literario y en el
publicitario, por lo que abundan los recursos estilísticos y los juegos de
palabras. Es la función propia de los textos de carácter literario.
6.
FUNCIÓN
METALINGÜÍSTICA Se centra en el código, porque se da cuando empleamos el
lenguaje para hablar del propio lenguaje en sí. Ejemplo: “No sé qué significa
<<endeble>>”. Siempre que preguntamos qué significa una palabra o
cuando en clase explicamos que es un nombre, un adjetivo… estamos empleando
esta función.
ESCRITORES VENEZOLANOS
Venezuela y sus habitantes han dado innumerables páginas
para la historia universal, llenando a su vez páginas y libros enteros,
ayudando a mantener fresca la memoria colectiva y viva nuestra cultura,
múltiples plumas han escrito páginas doradas con su ingenio para la cultura
universal, desde recónditos lugares de nuestra geografía, sirviendo de
inspiración y quedando para la historia grandes obras.
Fue después de 1880 cuando se perfiló en
Venezuela un movimiento literario de más ambiciosa inspiración. En el
género narrativo, el descubrimiento del naturalismo inspiró a Tomás Michelena
una novela: Débora (1884) y a Manuel Vicente Romero García, su obra Peonía
(1890), primera tentativa de novela criolla integral. Otros autores dentro de
la tendencia serían Gonzálo Picón Febres (El sargento Felipe, 1899), y Miguel
Eduardo Pardo (Todo un pueblo).
Manuel Díaz Rodríguez, prosista y narrador de
refinado lenguaje, se destaca como la figura más importante que el modernismo
produjo en Venezuela. Le suceden Luis Urbaneja Achepohl, Rufino Blanco Fombona,
José Rafael Pocaterra, Teresa de la Parra y Rómulo Gallegos.
Es importante mencionar a Arturo Uslar Pietri
(Las lanzas Coloradas, 1931), quien se afirmó como la mayor promesa narrativa
novelesca; a Enrique Bernardo Nuñez, a Julio Garmendia, a Antonio Arraiz,
a Ramón Díaz Sánchez, a Guillermo Meneses, a Miguel Otero Silva. Del grupo
“Contrapunto”, entre 1946 y 1949, surgen narradores destacados (Andrés Mariño
Palacio, Ramón González Paredes, Héctor Mujica y otros), dueños de una información
literaria más actual que los anteriores, y cuyas creaciones pretenden liberar
la narrativa de los resabios del costumbrismo, del criollismo, de la temática
rural, del mensaje edificante, del modo de contar lineal. Más tarde, aparece
Salvador Garmendia, quien desarrolla su temática hasta consecuencias de
hiperrealismo anonadante, y aborda otros espacios, entre ellos el fantástico.
Rómulo Gallegos fue un novelista y político
venezolano. Se le ha considerado como el novelista venezolano más relevante del
siglo XX y uno de los más grandes literatos latinoamericanos de todos los
tiempos, algunas de sus novelas como Doña
Bárbara han pasado a convertirse en clásicos de la literatura
hispanoamericana.
Una de sus escritos más famosos fue el de Doña
Bárbara una novela publicada en 1929. Ha sido reeditada más de cuarenta veces y
traducida a otros idiomas. Consta de tres partes y se desarrolla en la sabana
del Apure, región del Arauca.
Teresa de La Parra fue una escritora venezolana,
considerada una de las mujeres y escritoras más destacadas de su época. Sus
primeros cuentos, de corte fantástico, datan de cuando tiene 26 años.
Una de sus novelas más reconocidas fue la de Memorias
de Mamá Blanca, publicada en 1929, considerada un clásico de la literatura
hispanoamericana, constituye la primera
gran novela de evocación de la literatura venezolana.
Durante la etapa colonial, lo
cierto es que en Venezuela no hubo una literatura que reflejase específicas
tradiciones precolombinas. FRAY PEDRO AGUADO narra los primeros hechos
acaecidos en sus crónicas sobre la conquista. Los enfrentamientos entre nativos
y soldados los refirió en octavas reales JUAN DE CASTELLANOS en sus
"Elegías de varones ilustres de Indias". Y, un relativo interés tiene
la "Historia de la conquista y población de Venezuela" de José de
Oviedo Baños. Con la llegada de la independencia, la literatura venezolana
sufrirá la influencia de la revolución francesa y tendrá mas tono político
también (SIMÓN RODRÍGUEZ, JOSÉ LUIS RAMOS, MIGUEL JOSÉ SANZ). Después, durante
el Romanticismo, llegan autores como JOSÉ RAMÓN YEPES y ABIGAIL LOZANO, hasta
llegar a JOSÉ ANTONIO PÉREZ BONALDE. La narrativa de RÓMULO GALLEGOS y la
poesía de MIGUEL OTERO SILVA y VICENTE GERBASI, entre otros, abrirán la puerta
a las corrientes del siglo XX y contemporáneas con nombres como JOSÉ BALZA y
LUIS BRITTO GARCÍA o los poetas LUIS PASTORI y RAFAEL CADENAS.
La preocupación por los problemas
de la sociedad venezolana contemporánea se hizo patente en los ensayos de
MARIANO PICÓN SALAS y también en las obras narrativas de GUILLERMO MENESES,
RAMÓN DÍAZ SÁNCHEZ y OTERO SILVA. Más grandes aún son ARTURO USLAR PIETRI, JOSÉ
BALZA o LUIS BRITTO GARCÍA. Entre los cultivadores de la poesía, me quedo con
IDA GRAMEKO y RAFAEL CADENAS.
Listado de Escritores Venezolanos
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EJERCICIO
SELECCIONES UN AUTOR DE LOS ANTERIORES
ESCRIBA DE FORMA RESUMIDA SU BIOGRAFIA
HAGALE UN FICHAJE A SUS OBRAS
HAGALE UN ANALISIS LITERARIO A LA CONSIDERADA SU OBRA CUMBRE
Andrés
Bello
Andrés Bello
Andrés Bello ha sido uno de los humanistas e
intelectuales más importantes de Venezuela y América Latina, destacando como
poeta, legislador, filósofo, educador, crítico y filólogo. El tiempo de Bello
puede ser dividido en tres partes, Colonia (1781-1810); Guerra de Independencia
de Venezuela y su viaje a Inglaterra (1810-1829); gobierno y fijación de las
nacionalidades hispanoamericanas (Chile, 1829-1865). Fueron sus padres
Bartolomé Bello y Ana Antonia López. Desde niño mostró una gran pasión por la
lectura, particularmente por los clásicos del Siglo de Oro español. En el
convento de las Mercedes, aprendió el latín de la mano del padre Cristóbal de
Quesada. A partir de 1797, estudia en la Real y Pontificia Universidad de
Caracas, donde se gradúa de bachiller en Artes, el 14 de junio de 1800. En
enero de 1801 conoce a Alejandro Humboldt, a quien acompaña en la ascensión del
monte Ávila. Por este tiempo comienza la carrera de derecho y luego la de
medicina. Durante sus estudios dio clases particulares, entre otros a Simón Bolívar; y comenzó a manifestarse como
literato, principalmente en la tertulias realizadas en la casa de los Uztáriz.
Los versos de Bello (traducidos del latín, francés, adaptaciones de poemas
clásicos, junto a poesías originales), le hizo merecedor de un título
específico: El Cisne del Anauco.
En 1802 es nombrado oficial segundo de la secretaría
de la capitanía general de Venezuela, en cuyo cargo tuvo un desempeño que le
hizo merecedor del puesto de comisario de guerra, otorgado en 1807, año en que
además es nombrado secretario civil (en lo político) de la Junta de la Vacuna.
En 1808, con la introducción de la imprenta de Mateo Gallagher y James Lamb,
Bello se convierte en el redactor de la Gaceta de Caracas. En 1810 es ascendido
por la Junta de Caracas, a oficial primero de la Secretaría de Relaciones
Exteriores. El 10 de junio del mismo año, en la corbeta inglesa General
Wellington, parte de Venezuela hacia Londres acompañando a Simón Bolívar y a Luis López Méndez, en la
misión diplomática nombrada por la Junta de Gobierno de Caracas para conseguir
el apoyo financiero del gobierno británico a la Guerra de Independencia de
Venezuela. En Londres estuvo hasta 1829, con grandes períodos de penuria y
dificultades económicas. Los más importantes acontecimientos de su vida en la
capital británica, desde 1810 hasta 1829, son los siguientes: encuentro con Francisco de Miranda, quien le permite el uso de la
biblioteca, en Grafton Street, que fue una auténtica revelación cultural para
Bello, en los libros de Miranda estudia griego; desempeña con acierto la
Secretaría de la Misión Diplomática; en 1813, solicita ser incluido en el
proceso de amnistía que había acordado España con los patriotas americanos; en
1814 se casa con María Ana Boyland de la que enviuda en 1821, de este
matrimonio nacieron 3 hijos; en 1815 solicita un puesto al gobierno de
Cundinamarca, pero su petición no llega a concretarse, ya que las tropas de Pablo Morillo interceptan el mensaje.
En 1822, es nombrado secretario interino de la
Legación de Chile en Londres a cargo de Antonio José de Irisarri; participa en
la fundación de la Sociedad de Americanos, que promovió la publicación de 2
grandes revistas: la Biblioteca Americana (1823) y El repertorio Americano
(1826-1827), en la que participó activamente. En 1824, contrae nupcias de nuevo
con Isabel Antonio Dunn de cuyo matrimonio nacerán 12 hijos; en 1825 se encarga
de la Secretaría de la Legación de la Gran Colombia, en cuyas funciones llegó
en 1827, por unos meses, a encargado de negocios. En 1826 es elegido miembro de
número de la Academia Nacional creada en Bogotá, a fines de ese año. En 1828 es
nombrado cónsul general de Colombia en París. En términos generales, durante
los 19 años de vida londinense de Andrés Bello, además de llevar a cabo con
éxito los asuntos políticos, diplomáticos y hacendísticos americanos a él
confiados; completa sus conocimientos lingüísticos, filológicos y de historia
literaria; se prepara en experiencias diplomáticas y en estudios de derecho
internacional; se dedica a la enseñanza privada; dirige publicaciones; llena páginas
con escritos de carácter enciclopédico; crea sus más importantes poemas
originales y elabora estudios de crítica y de historia literaria y filológica.
Entre sus principales poemas escritos durante este período figuran la silva
Alocución a la poesía, que imprime en 1823, y la silva La agricultura de la
zona tórrida, del año 1826. Otros poemas menores producidos por Bello en este
lapso son: El himno a Colombia (1825); Carta de Londres a París por un
americano a otro (dirigida a José Joaquín Olmedo); y Canción a la disolución de
Colombia (1829).
El 14 de febrero de 1829 parte de Londres, llegan a
Valparaíso el 25 de junio del mismo año, a bordo del bergantín inglés Grecian y
permanecerá en Chile hasta su muerte. Reside durante la casi la totalidad de
los 36 años en Santiago, salvo cortos períodos de tiempo que pasa en Valparaíso
y en la hacienda de los Carrera, en San Miguel del Monte. Los hechos más
importantes de la vida de Bello en Chile son los siguientes: en 1829, es
nombrado oficial mayor del Ministerio de Hacienda; en 1830, se le designa
rector del colegio de Santiago; el mismo año se inicia la publicación de El
Araucano, del que fue principal redactor hasta 1853; en 1831, comienza su
actividad como maestro particular; en 1832, publica la primera edición de los
Principios de derecho de jentes, transformado luego en Principios de derecho
internacional; el 15 de octubre del mismo año, el Congreso de Chile, lo declara
chileno legal, con la plenitud de derechos del ciudadano chileno; en 1834, pasa
a desempeñar hasta 1852, la Oficialía Mayor del Ministerio de Relaciones
Exteriores; en 1835, publica los Principios de ortología y métrica; en 1837, es
elegido senador de la República, cargo que desempeña hasta su muerte; en 1840,
empieza los trabajos que culminarán en el Código Civil; en 1841 publica la obra
Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana y el poema
"El incendio de la Compañía", que se estima como la primera
manifestación del romanticismo en Chile; en 1842, se decreta la fundación de la
Universidad de Chile, cuya inauguración en 1843 es el acto más trascendental en
la vida del maestro Bello, quien ejerce de manera honorífica el rectorado; en
abril de 1847, publica la primera edición de la Gramática castellana destinada
al uso de los americanos; en 1848; publica la Cosmografía o descripción del
universo; en 1850, su Historia de la literatura; en 1851, es designado miembro
honorario de la Real Academia Española y en 1861, miembro efectivo; en 1852,
termina la preparación del Código Civil, que es aprobado por el Congreso
Chileno en 1855; en 1864 es elegido como árbitro para dirimir una diferencia
internacional entre Ecuador y Estados Unidos; en 1865, se le escoge para ser
árbitro de la controversia entre Perú y Colombia, encargo que rechaza por
motivos de salud. En definitiva, en la amplia labor desarrollada por Bello a lo
largo de su vida, se puede apreciar un intento por definir la civilización
hispanoamericana, a través de los medios que tiene a su alcance: el libro, las
lecciones, el teatro, el periódico, etc. Por esta razón, para muchos estudiosos
de su vida y obra, Andrés Bello puede ser considerado como el primer humanista
del continente.
La Zona Tórrida, tan opulenta y
varia en su prodigiosa fecundidad, tiene un cantor admirable en el poeta
venezolano Andrés Bello (1781-1865), que en esta hermosísima composición, sabia
e inspirada silva, nos ofrece una pintura magistral de las riquezas que Natura
derramó a manos llenas en las regiones intertropicales de América. Allí, como
en ninguna parte convidan las faenas agrícolas a sacudir el ocio enervante al
corruptor, gangrena de las sociedades en que prevalece, y a buscar salud,
bienestar, y alegría en el sano y regenerador ambiente de los campos. Pocas
veces habrán resonado en la lírica americana acentos más viriles y elocuentes
que los de Bello condenando la indolencia viciosa y los estragos de la guerra.
Andrés
Bello
Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida
Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida
Silva: Composición poética escrita en silva. Composición poética
formada por una serie indeterminada de versos heptasílabos y endecasílabos que
riman a gusto del poeta, y que puede dejar versos sueltos. Colección
desordenada de varias materias o asuntos.
“La zona tórrida”,
se refiere al área de la tierra entre el Trópico de Cáncer y el Trópico de
Capricornio. Geográficamente, la zona tórrida se define en los 23,5 grados de
latitud norte y 23,5 grados de latitud sur. Otro nombre con que se la conoce es
zona tropical. Esta zona climática es una de las cinco originales utilizadas
para definir las zonas climáticas de la tierra. La descripción de esta zona ha
sido modificada desde entonces para dejar margen a la multitud de diferentes
biomas localizados dentro de esta región tropical.
¡Salve, fecunda zona,
que al sol enamorado circunscribes
el vago curso, y cuanto ser se anima
en cada vario clima,
acariciada de su luz, concibes!
Tú tejes al verano su guirnalda
de granadas espigas; tú la uva
das a la hirviente cuba;
no de purpúrea fruta, o roja, o gualda,
a tus florestas bellas
falta matiz alguno; y bebe en ellas
aromas mil el viento;
y greyes van sin cuento
paciendo tu verdura, desde el llano
que tiene por lindero el horizonte,
hasta el erguido monte,
de inaccesible nieve siempre cano.
Tú das la caña hermosa,
de do la miel se acendra,
por quien desdeña el mundo los panales;
tú en urnas de coral cuajas la almendra
que en la espumante jícara rebosa;
bulle carmín viviente en tus nopales,
que afrenta fuera al múrice de Tiro;
y de tu añil la tinta generosa
émula es de la lumbre del zafiro.
El vino es tuyo, que la herida agave
para los hijos vierte
del Anahuac feliz; y la hoja es tuya,
que, cuando de süave
humo en espiras vagorosas huya,
solazará el fastidio al ocio inerte.
Tú vistes de jazmines
el arbusto sabeo ,
y el perfume le das, que en los festines
la fiebre insana templará a Lico.
Para tus hijos la procera palma
su vario feudo cría,
y el ananás sazona su ambrosía;
su blanco pan la yuca ;
sus rubias pomas la patata educa;
y el algodón despliega al aura leve
las rosas de oro y el vellón de nieve.
Tendida para ti la fresca parcha
en enramadas de verdor lozano,
cuelga de sus sarmientos trepadores
nectáreos globos y franjadas flores;
y para ti el maíz, jefe altanero
de la espigada tribu, hincha su grano;
y para ti el banano
desmaya al peso de su dulce carga;
el banano, primero
de cuantos concedió bellos presentes
Providencia a las gentes
del ecuador feliz con mano larga.
No ya de humanas artes obligado
el premio rinde opimo;
no es a la podadera, no al arado
deudor de su racimo;
escasa industria bástale, cual puede
hurtar a sus fatigas mano esclava;
crece veloz, y cuando exhausto acaba,
adulta prole en torno le sucede.
Mas ¡oh! ¡si cual no cede
el tuyo, fértil zona, a suelo alguno,
y como de natura esmero ha sido,
de tu indolente habitador lo fuera!
¡Oh! ¡si al falaz rüido,
la dicha al fin supiese verdadera
anteponer, que del umbral le llama
del labrador sencillo,
lejos del necio y vano
fasto, el mentido brillo,
el ocio pestilente ciudadano!
¿Por qué ilusión funesta
aquellos que fortuna hizo señores
de tan dichosa tierra y pingüe y varia,
el cuidado abandonan
y a la fe mercenaria
las patrias heredades,
y en el ciego tumulto se aprisionan
de míseras ciudades,
do la ambición proterva
sopla la llama de civiles bandos,
o al patriotismo la desidia enerva;
do el lujo las costumbres atosiga,
y combaten los vicios
la incauta edad en poderosa liga?
No allí con varoniles ejercicios
se endurece el mancebo a la fatiga;
mas la salud estraga en el abrazo
de pérfida hermosura,
que pone en almoneda los favores;
mas pasatiempo estima
prender aleve en casto seno el fuego
de ilícitos amores;
o embebecido le hallará la aurora
en mesa infame de ruinoso juego.
En tanto a la lisonja seductora
del asiduo amador fácil oído
da la consorte; crece
en la materna escuela
de la disipación y el galanteo
la tierna virgen, y al delito espuela
es antes el ejemplo que el deseo.
¿Y será que se formen de ese modo
los ánimos heroicos denodados
que fundan y sustentan los estados?
¿De la algazara del festín beodo,
o de los coros de liviana danza,
la dura juventud saldrá, modesta,
orgullo de la patria, y esperanza?
¿Sabrá con firme pulso
de la severa ley regir el freno;
brillar en torno aceros homicidas
en la dudosa lid verá sereno;
o animoso hará frente al genio altivo
del engreído mando en la tribuna,
aquel que ya en la cuna
durmió al arrullo del cantar lascivo,
que riza el pelo, y se unge, y se atavía
con femenil esmero,
y en indolente ociosidad el día,
o en criminal lujuria pasa entero?
No así trató la triunfadora Roma
las artes de la paz y de la guerra;
antes fió las riendas del estado
a la mano robusta
que tostó el sol y encalleció el arado;
y bajo el techo humoso campesino
los hijos educó, que el conjurado
mundo allanaron al valor latino.
¡Oh! ¡los que afortunados poseedores
habéis nacido de la tierra hermosa,
en que reseña hacer de sus favores,
como para ganaros y atraeros,
quiso Naturaleza bondadosa!
romped el duro encanto
que os tiene entre murallas prisioneros.
El vulgo de las artes laborioso,
el mercader que necesario al lujo
al lujo necesita,
los que anhelando van tras el señuelo
del alto cargo y del honor ruidoso,
la grey de aduladores parasita,
gustosos pueblen ese infecto caos;
el campo es vuestra herencia; en él gozaos.
¿Amáis la libertad? El campo habita,
o allá donde el magnate
entre armados satélites se mueve,
y de la moda, universal señora,
va la razón al triunfal carro atada,
y a la fortuna la insensata plebe,
y el noble al aura popular adora.
¿O la virtud amáis? ¡Ah, que el retiro,
la solitaria calma
en que, juez de sí misma, pasa el alma
a las acciones muestra,
es de la vida la mejor maestra!
¿Buscáis durables goces,
felicidad, cuanta es al hombre dada
y a su terreno asiento, en que vecina
está la risa al llanto, y siempre, ¡ah! siempre
donde halaga la flor, punza la espina?
Id a gozar la suerte campesina;
la regalada paz, que ni rencores
al labrador, ni envidias acibaran;
la cama que mullida le preparan
el contento, el trabajo, el aire puro;
y el sabor de los fáciles manjares,
que dispendiosa gula no le aceda;
y el asilo seguro
de sus patrios hogares
que a la salud y al regocijo hospeda.
El aura respirad de la montaña,
que vuelve al cuerpo laso
el perdido vigor, que a la enojosa
vejez retarda el paso,
y el rostro a la beldad tiñe de rosa.
¿Es allí menos blanda por ventura
de amor la llama, que templó el recato?
¿O menos aficiona la hermosura
que de extranjero ornato
y afeites impostores no se cura?
¿O el corazón escucha indiferente
el lenguaje inocente
que los afectos sin disfraz expresa,
y a la intención ajusta la promesa?
No del espejo al importuno ensayo
la risa se compone, el paso, el gesto;
ni falta allí carmín al rostro honesto
que la modestia y la salud colora,
ni la mirada que lanzó al soslayo
tímido amor, la senda al alma ignora.
¿Esperaréis que forme
más venturosos lazos himeneo,
do el interés barata,
tirano del deseo,
ajena mano y fe por nombre o plata,
que do conforme gusto, edad conforme,
y elección libre, y mutuo ardor los ata?
Allí también deberes
hay que llenar: cerrad, cerrad las hondas
heridas de la guerra; el fértil suelo,
áspero ahora y bravo,
al desacostumbrado yugo torne
del arte humana, y le tribute esclavo.
Del obstrüido estanque y del molino
recuerden ya las aguas el camino;
el intrincado bosque el hacha rompa,
consuma el fuego; abrid en luengas calles
la oscuridad de su infructuosa pompa.
Abrigo den los valles
a la sedienta caña;
la manzana y la pera
en la fresca montaña
el cielo olviden de su madre España;
adorne la ladera
el cafetal; ampare
a la tierna teobroma en la ribera
la sombra maternal de su bucare ;
aquí el vergel, allá la huerta ría...
¿Es ciego error de ilusa fantasía?
Ya dócil a tu voz, agricultura,
nodriza de las gentes, la caterva
servil armada va de corvas hoces.
Mírola ya que invade la espesura
de la floresta opaca; oigo las voces,
siento el rumor confuso; el hierro suena,
los golpes el lejano
eco redobla; gime el ceibo anciano,
que a numerosa tropa
largo tiempo fatiga;
batido de cien hachas, se estremece,
estalla al fin, y rinde el ancha copa.
Huyó la fiera; deja el caro nido,
deja la prole implume
el ave, y otro bosque no sabido
de los humanos va a buscar doliente...
¿Qué miro? Alto torrente
de sonorosa llama
corre, y sobre las áridas rüinas
de la postrada selva se derrama.
El raudo incendio a gran distancia brama,
y el humo en negro remolino sube,
aglomerando nube sobre nube.
Ya de lo que antes era
verdor hermoso y fresca lozanía,
sólo difuntos troncos,
sólo cenizas quedan; monumento
de la lucha mortal, burla del viento.
Mas al vulgo bravío
de las tupidas plantas montaraces,
sucede ya el fructífero plantío
en muestra ufana de ordenadas haces.
Ya ramo a ramo alcanza,
y a los rollizos tallos hurta el día;
ya la primera flor desvuelve el seno,
bello a la vista, alegre a la esperanza;
a la esperanza, que riendo enjuga.
del fatigado agricultor la frente,
y allá a lo lejos el opimo fruto,
y la cosecha apañadora pinta,
que lleva de los campos el tributo,
colmado el cesto, y con la falda en cinta,
y bajo el peso de los largos bienes
con que al colono acude,
hace crujir los vastos almacenes.
¡Buen Dios! no en vano sude,
mas a merced y a compasión te mueva
la gente agricultora
del ecuador, que del desmayo triste
con renovado aliento vuelve ahora,
y tras tanta zozobra, ansia, tumulto,
tantos años de fiera
devastación y militar insulto,
aún más que tu clemencia antigua implora.
Su rústica piedad, pero sincera,
halle a tus ojos gracia; no el risueño
porvenir que las penas le aligera,
cual de dorado sueño
visión falaz, desvanecido llore;
intempestiva lluvia no maltrate
el delicado embrión; el diente impío
de insecto roedor no lo devore;
sañudo vendaval no lo arrebate,
ni agote al árbol el materno jugo
la calorosa sed de largo estío.
Y pues al fin te plugo,
árbitro de la suerte soberano,
que, suelto el cuello de extranjero yugo,
erguiese al cielo el hombre americano,
bendecida de ti se arraigue y medre
su libertad; en el más hondo encierra
de los abismos la malvada guerra,
y el miedo de la espada asoladora
al suspicaz cultivador no arredre
del arte bienhechora,
que las familias nutre y los estados;
la azorada inquietud deje las almas,
deje la triste herrumbre los arados.
Asaz de nuestros padres malhadados
expiamos la bárbara conquista.
¿Cuántas doquier la vista
no asombran erizadas soledades,
do cultos campos fueron, do ciudades?
De muertes, proscripciones,
suplicios, orfandades,
¿quién contará la pavorosa suma?
Saciadas duermen ya de sangre ibera
las sombras de Atahualpa y Moctezuma.
¡Ah! desde el alto asiento,
en que escabel te son alados coros
que velan en pasmado acatamiento
la faz ante la lumbre de tu frente,
(si merece por dicha una mirada
tuya la sin ventura humana gente),
el ángel nos envía,
el ángel de la paz, que al crudo ibero
haga olvidar la antigua tiranía,
y acatar reverente el que a los hombres
sagrado diste, imprescriptible fuero;
que alargar le haga al injuriado hermano,
(¡ensangrentó la asaz!) la diestra inerme;
y si la innata mansedumbre duerme,
la despierte en el pecho americano.
El corazón lozano
que una feliz oscuridad desdeña,
que en el azar sangriento del combate
alborozado late,
y codicioso de poder o fama,
nobles peligros ama;
baldón estime sólo y vituperio
el prez que de la patria no reciba,
la libertad más dulce que el imperio,
y más hermosa que el laurel la oliva.
Ciudadano el soldado,
deponga de la guerra la librea;
el ramo de victoria
colgado al ara de la patria sea,
y sola adorne al mérito la gloria.
De su trïunfo entonces, Patria mía,
verá la paz el suspirado día;
la paz, a cuya vista el mundo llena
alma, serenidad y regocijo;
vuelve alentado el hombre a la faena,
alza el ancla la nave, a las amigas
auras encomendándose animosa,
enjámbrase el taller, hierve el cortijo,
y no basta la hoz a las espigas.
¡Oh jóvenes naciones, que ceñida
alzáis sobre el atónito occidente
de tempranos laureles la cabeza!
honrad el campo, honrad la simple vida
del labrador, y su frugal llaneza.
Así tendrán en vos perpetuamente
la libertad morada,
y freno la ambición, y la ley templo.
Las gentes a la senda
de la inmortalidad, ardua y fragosa,
se animarán, citando vuestro ejemplo.
Lo emulará celosa
vuestra posteridad; y nuevos nombres
añadiendo la fama
a los que ahora aclama,
«hijos son éstos, hijos,
(pregonará a los hombres)
de los que vencedores superaron
de los Andes la cima;
de los que en Boyacá, los que en la arena
de Maipo, y en Junín, y en la campaña
gloriosa de Apurima,
postrar supieron al león de España».
que al sol enamorado circunscribes
el vago curso, y cuanto ser se anima
en cada vario clima,
acariciada de su luz, concibes!
Tú tejes al verano su guirnalda
de granadas espigas; tú la uva
das a la hirviente cuba;
no de purpúrea fruta, o roja, o gualda,
a tus florestas bellas
falta matiz alguno; y bebe en ellas
aromas mil el viento;
y greyes van sin cuento
paciendo tu verdura, desde el llano
que tiene por lindero el horizonte,
hasta el erguido monte,
de inaccesible nieve siempre cano.
Tú das la caña hermosa,
de do la miel se acendra,
por quien desdeña el mundo los panales;
tú en urnas de coral cuajas la almendra
que en la espumante jícara rebosa;
bulle carmín viviente en tus nopales,
que afrenta fuera al múrice de Tiro;
y de tu añil la tinta generosa
émula es de la lumbre del zafiro.
El vino es tuyo, que la herida agave
para los hijos vierte
del Anahuac feliz; y la hoja es tuya,
que, cuando de süave
humo en espiras vagorosas huya,
solazará el fastidio al ocio inerte.
Tú vistes de jazmines
el arbusto sabeo ,
y el perfume le das, que en los festines
la fiebre insana templará a Lico.
Para tus hijos la procera palma
su vario feudo cría,
y el ananás sazona su ambrosía;
su blanco pan la yuca ;
sus rubias pomas la patata educa;
y el algodón despliega al aura leve
las rosas de oro y el vellón de nieve.
Tendida para ti la fresca parcha
en enramadas de verdor lozano,
cuelga de sus sarmientos trepadores
nectáreos globos y franjadas flores;
y para ti el maíz, jefe altanero
de la espigada tribu, hincha su grano;
y para ti el banano
desmaya al peso de su dulce carga;
el banano, primero
de cuantos concedió bellos presentes
Providencia a las gentes
del ecuador feliz con mano larga.
No ya de humanas artes obligado
el premio rinde opimo;
no es a la podadera, no al arado
deudor de su racimo;
escasa industria bástale, cual puede
hurtar a sus fatigas mano esclava;
crece veloz, y cuando exhausto acaba,
adulta prole en torno le sucede.
Mas ¡oh! ¡si cual no cede
el tuyo, fértil zona, a suelo alguno,
y como de natura esmero ha sido,
de tu indolente habitador lo fuera!
¡Oh! ¡si al falaz rüido,
la dicha al fin supiese verdadera
anteponer, que del umbral le llama
del labrador sencillo,
lejos del necio y vano
fasto, el mentido brillo,
el ocio pestilente ciudadano!
¿Por qué ilusión funesta
aquellos que fortuna hizo señores
de tan dichosa tierra y pingüe y varia,
el cuidado abandonan
y a la fe mercenaria
las patrias heredades,
y en el ciego tumulto se aprisionan
de míseras ciudades,
do la ambición proterva
sopla la llama de civiles bandos,
o al patriotismo la desidia enerva;
do el lujo las costumbres atosiga,
y combaten los vicios
la incauta edad en poderosa liga?
No allí con varoniles ejercicios
se endurece el mancebo a la fatiga;
mas la salud estraga en el abrazo
de pérfida hermosura,
que pone en almoneda los favores;
mas pasatiempo estima
prender aleve en casto seno el fuego
de ilícitos amores;
o embebecido le hallará la aurora
en mesa infame de ruinoso juego.
En tanto a la lisonja seductora
del asiduo amador fácil oído
da la consorte; crece
en la materna escuela
de la disipación y el galanteo
la tierna virgen, y al delito espuela
es antes el ejemplo que el deseo.
¿Y será que se formen de ese modo
los ánimos heroicos denodados
que fundan y sustentan los estados?
¿De la algazara del festín beodo,
o de los coros de liviana danza,
la dura juventud saldrá, modesta,
orgullo de la patria, y esperanza?
¿Sabrá con firme pulso
de la severa ley regir el freno;
brillar en torno aceros homicidas
en la dudosa lid verá sereno;
o animoso hará frente al genio altivo
del engreído mando en la tribuna,
aquel que ya en la cuna
durmió al arrullo del cantar lascivo,
que riza el pelo, y se unge, y se atavía
con femenil esmero,
y en indolente ociosidad el día,
o en criminal lujuria pasa entero?
No así trató la triunfadora Roma
las artes de la paz y de la guerra;
antes fió las riendas del estado
a la mano robusta
que tostó el sol y encalleció el arado;
y bajo el techo humoso campesino
los hijos educó, que el conjurado
mundo allanaron al valor latino.
¡Oh! ¡los que afortunados poseedores
habéis nacido de la tierra hermosa,
en que reseña hacer de sus favores,
como para ganaros y atraeros,
quiso Naturaleza bondadosa!
romped el duro encanto
que os tiene entre murallas prisioneros.
El vulgo de las artes laborioso,
el mercader que necesario al lujo
al lujo necesita,
los que anhelando van tras el señuelo
del alto cargo y del honor ruidoso,
la grey de aduladores parasita,
gustosos pueblen ese infecto caos;
el campo es vuestra herencia; en él gozaos.
¿Amáis la libertad? El campo habita,
o allá donde el magnate
entre armados satélites se mueve,
y de la moda, universal señora,
va la razón al triunfal carro atada,
y a la fortuna la insensata plebe,
y el noble al aura popular adora.
¿O la virtud amáis? ¡Ah, que el retiro,
la solitaria calma
en que, juez de sí misma, pasa el alma
a las acciones muestra,
es de la vida la mejor maestra!
¿Buscáis durables goces,
felicidad, cuanta es al hombre dada
y a su terreno asiento, en que vecina
está la risa al llanto, y siempre, ¡ah! siempre
donde halaga la flor, punza la espina?
Id a gozar la suerte campesina;
la regalada paz, que ni rencores
al labrador, ni envidias acibaran;
la cama que mullida le preparan
el contento, el trabajo, el aire puro;
y el sabor de los fáciles manjares,
que dispendiosa gula no le aceda;
y el asilo seguro
de sus patrios hogares
que a la salud y al regocijo hospeda.
El aura respirad de la montaña,
que vuelve al cuerpo laso
el perdido vigor, que a la enojosa
vejez retarda el paso,
y el rostro a la beldad tiñe de rosa.
¿Es allí menos blanda por ventura
de amor la llama, que templó el recato?
¿O menos aficiona la hermosura
que de extranjero ornato
y afeites impostores no se cura?
¿O el corazón escucha indiferente
el lenguaje inocente
que los afectos sin disfraz expresa,
y a la intención ajusta la promesa?
No del espejo al importuno ensayo
la risa se compone, el paso, el gesto;
ni falta allí carmín al rostro honesto
que la modestia y la salud colora,
ni la mirada que lanzó al soslayo
tímido amor, la senda al alma ignora.
¿Esperaréis que forme
más venturosos lazos himeneo,
do el interés barata,
tirano del deseo,
ajena mano y fe por nombre o plata,
que do conforme gusto, edad conforme,
y elección libre, y mutuo ardor los ata?
Allí también deberes
hay que llenar: cerrad, cerrad las hondas
heridas de la guerra; el fértil suelo,
áspero ahora y bravo,
al desacostumbrado yugo torne
del arte humana, y le tribute esclavo.
Del obstrüido estanque y del molino
recuerden ya las aguas el camino;
el intrincado bosque el hacha rompa,
consuma el fuego; abrid en luengas calles
la oscuridad de su infructuosa pompa.
Abrigo den los valles
a la sedienta caña;
la manzana y la pera
en la fresca montaña
el cielo olviden de su madre España;
adorne la ladera
el cafetal; ampare
a la tierna teobroma en la ribera
la sombra maternal de su bucare ;
aquí el vergel, allá la huerta ría...
¿Es ciego error de ilusa fantasía?
Ya dócil a tu voz, agricultura,
nodriza de las gentes, la caterva
servil armada va de corvas hoces.
Mírola ya que invade la espesura
de la floresta opaca; oigo las voces,
siento el rumor confuso; el hierro suena,
los golpes el lejano
eco redobla; gime el ceibo anciano,
que a numerosa tropa
largo tiempo fatiga;
batido de cien hachas, se estremece,
estalla al fin, y rinde el ancha copa.
Huyó la fiera; deja el caro nido,
deja la prole implume
el ave, y otro bosque no sabido
de los humanos va a buscar doliente...
¿Qué miro? Alto torrente
de sonorosa llama
corre, y sobre las áridas rüinas
de la postrada selva se derrama.
El raudo incendio a gran distancia brama,
y el humo en negro remolino sube,
aglomerando nube sobre nube.
Ya de lo que antes era
verdor hermoso y fresca lozanía,
sólo difuntos troncos,
sólo cenizas quedan; monumento
de la lucha mortal, burla del viento.
Mas al vulgo bravío
de las tupidas plantas montaraces,
sucede ya el fructífero plantío
en muestra ufana de ordenadas haces.
Ya ramo a ramo alcanza,
y a los rollizos tallos hurta el día;
ya la primera flor desvuelve el seno,
bello a la vista, alegre a la esperanza;
a la esperanza, que riendo enjuga.
del fatigado agricultor la frente,
y allá a lo lejos el opimo fruto,
y la cosecha apañadora pinta,
que lleva de los campos el tributo,
colmado el cesto, y con la falda en cinta,
y bajo el peso de los largos bienes
con que al colono acude,
hace crujir los vastos almacenes.
¡Buen Dios! no en vano sude,
mas a merced y a compasión te mueva
la gente agricultora
del ecuador, que del desmayo triste
con renovado aliento vuelve ahora,
y tras tanta zozobra, ansia, tumulto,
tantos años de fiera
devastación y militar insulto,
aún más que tu clemencia antigua implora.
Su rústica piedad, pero sincera,
halle a tus ojos gracia; no el risueño
porvenir que las penas le aligera,
cual de dorado sueño
visión falaz, desvanecido llore;
intempestiva lluvia no maltrate
el delicado embrión; el diente impío
de insecto roedor no lo devore;
sañudo vendaval no lo arrebate,
ni agote al árbol el materno jugo
la calorosa sed de largo estío.
Y pues al fin te plugo,
árbitro de la suerte soberano,
que, suelto el cuello de extranjero yugo,
erguiese al cielo el hombre americano,
bendecida de ti se arraigue y medre
su libertad; en el más hondo encierra
de los abismos la malvada guerra,
y el miedo de la espada asoladora
al suspicaz cultivador no arredre
del arte bienhechora,
que las familias nutre y los estados;
la azorada inquietud deje las almas,
deje la triste herrumbre los arados.
Asaz de nuestros padres malhadados
expiamos la bárbara conquista.
¿Cuántas doquier la vista
no asombran erizadas soledades,
do cultos campos fueron, do ciudades?
De muertes, proscripciones,
suplicios, orfandades,
¿quién contará la pavorosa suma?
Saciadas duermen ya de sangre ibera
las sombras de Atahualpa y Moctezuma.
¡Ah! desde el alto asiento,
en que escabel te son alados coros
que velan en pasmado acatamiento
la faz ante la lumbre de tu frente,
(si merece por dicha una mirada
tuya la sin ventura humana gente),
el ángel nos envía,
el ángel de la paz, que al crudo ibero
haga olvidar la antigua tiranía,
y acatar reverente el que a los hombres
sagrado diste, imprescriptible fuero;
que alargar le haga al injuriado hermano,
(¡ensangrentó la asaz!) la diestra inerme;
y si la innata mansedumbre duerme,
la despierte en el pecho americano.
El corazón lozano
que una feliz oscuridad desdeña,
que en el azar sangriento del combate
alborozado late,
y codicioso de poder o fama,
nobles peligros ama;
baldón estime sólo y vituperio
el prez que de la patria no reciba,
la libertad más dulce que el imperio,
y más hermosa que el laurel la oliva.
Ciudadano el soldado,
deponga de la guerra la librea;
el ramo de victoria
colgado al ara de la patria sea,
y sola adorne al mérito la gloria.
De su trïunfo entonces, Patria mía,
verá la paz el suspirado día;
la paz, a cuya vista el mundo llena
alma, serenidad y regocijo;
vuelve alentado el hombre a la faena,
alza el ancla la nave, a las amigas
auras encomendándose animosa,
enjámbrase el taller, hierve el cortijo,
y no basta la hoz a las espigas.
¡Oh jóvenes naciones, que ceñida
alzáis sobre el atónito occidente
de tempranos laureles la cabeza!
honrad el campo, honrad la simple vida
del labrador, y su frugal llaneza.
Así tendrán en vos perpetuamente
la libertad morada,
y freno la ambición, y la ley templo.
Las gentes a la senda
de la inmortalidad, ardua y fragosa,
se animarán, citando vuestro ejemplo.
Lo emulará celosa
vuestra posteridad; y nuevos nombres
añadiendo la fama
a los que ahora aclama,
«hijos son éstos, hijos,
(pregonará a los hombres)
de los que vencedores superaron
de los Andes la cima;
de los que en Boyacá, los que en la arena
de Maipo, y en Junín, y en la campaña
gloriosa de Apurima,
postrar supieron al león de España».
EDUARDO BLANCO
VENEZUELA HEROICA
CONTEXTO HISTÓRICO - LITERARIO
Eduardo
Blanco fue autor de Venezuela Heroica,
obra con la que sintetizó la epopeya venezolana de siglo XIX y culminó la
historia romántica cuya más alta expresión había sido lograda por Juan Vicente
González en sus obras Páginas de la Historia de Colombia y Venezuela o vidas de
sus hombres ilustres.
Existen
pocos datos biográficos acerca de este escritor. El crítico Pedro Pablo Bartola
señala la inexistencia de "uniformidad entre los historiadores de la
Literatura nacional al señalar su año de nacimiento"; la fecha más
aceptada la acuña el ensayista Santiago Key Ayala y corresponde al 25 de
diciembre de 1.839. Su nacimiento se da cuando el país, después de la cruenta
guerra emancipadora, busca la consolidación de sus instituciones. De esto se
desprende que Eduardo Blanco perteneció a una generación surgida entre
"desordenes civiles y frecuentes guerras".
Una vez
disuelta la Gran Colombia y muerto el Libertador Simón Bolívar, Páez se
convierte en la figura central y caudillo del destino de Venezuela. Con ese
trasfondo histórico, transcurre la infancia de Eduardo Blanco, quien cursó sus
primeros estudios en el Colegio "El Salvador del Mundo" donde conoció
a Juan Vicente González.
La
juventud del escritor corre paralela a un momento de elevados ideales heroicos,
pues están todavía muy recientes las hazañas de los libertadores y muchos de
ellos aún están vivos, convertidos en verdaderos símbolos o rodeados de una
apasionada aureola de leyenda. A menudo Blanco pudo oír la historia contada por
sus propios testigos o por sus descendientes; esto hace que acumule datos para
su futuro ejercicio de escritor.
En cuanto
al aspecto literario del momento, para la época predomina el Romanticismo, y el
autor ha leído a los escritores franceses románticos, más destacados, entre
ellos: Alejandro Dumas, Víctor Hugo, Lamartine y Chateaubriand. Cuando cumple
los 20 años, se incorpora al ejército, justamente cuando se inicia la Guerra
Federal que duraría cinco años. Santiago Key Ayala nos dice que para ese
momento "Blanco era muy valeroso, audaz de gallarda jactancia, de voz
armoniosa, de porte varonil, es mimado de los salones".
En el año
de 1859, regresa el General Páez desde Nueva York, con la firme intención de
pacificar el país y organizar la defensa contra el movimiento federal. El
caudillo selecciona a Eduardo Blanco como Edecán y lo convierte en su asiduo
acompañante. Páez, ante el inminente triunfo federal, realiza una entrevista
con Juan Crisóstomo Falcón, jefe de la Revolución, y escoge como lugar de
encuentro, un lugar cercano al campo de Carabobo; entre los acompañantes está
el joven militar Eduardo Blanco. Este momento es considerado por Santiago Key
Ayala en su obra Bajo el signo del Ávila, como la génesis de Venezuela Heroica,
cuando el viejo guerrero se emociona con sus recuerdos y comienza a referir al
General Falcón los pormenores de la batalla. Lo hizo con tanta emoción y
brillantez que, al concluir, Falcón se dirigió a Blanco y le dijo "esta
Ud. oyendo la Ilíada de los propios labios de Aquiles".
En 1875,
Eduardo Blanco se da a conocer como escritor y en el semanario La Tertulia
publica dos cuentos largos: "Vanitas Vanitatum" y "El Número
Ciento once", con predominio de lo fantástico y poca originalidad. También
publica su novela Una Noche en Ferrara, donde también abunda lo exótico y lo
fantástico. Esta primera etapa de Blanco como escritor lo hace aparecer como un
desarraigado del ambiente nacional.
A partir
del año 1.881, se acerca a lo autónomo con la publicación de Venezuela Heroica
cuya primera edición contenía cinco cuadros: “La Victoria”, “San Mateo”, “Las
Queseras”, “Boyacá” y “Carabobo”. En una edición posterior, de 1883, agrega los
episodios del “Sitio de Valencia”, “Maturín”, “La Invasión de los Seiscientos”,
“La Casa Fuerte”, “San Félix” y “Matasiete”. Al año siguiente, publica Zarate
novela que, según Pedro Pablo Bartola, inicia el Criollismo en la narrativa
venezolana. La obra está recreada en los Valles de Aragua, donde lleva a cabo
sus fechorías el bandido Santos Zárate. Se aprecia en esta obra una Venezuela
convulsionada y caótica, propia del periodo subsiguiente a las guerras de
Independencia.
VENEZUELA HEROICA
Venezuela
Heroica es una novela del escritor venezolano Eduardo Blanco, publicada en
1881, la segunda edición fue publicada en 1883. La obra narra en forma
romántica las batallas más importantes de la Independencia de Venezuela. La
obra, inicialmente, estaba integrada por cinco cuadros: “La Victoria”, “San
Mateo”, “Las Queseras”, “Boyacá” y “Carabobo”. La segunda edición, publicada en
1883, añade seis nuevos cuadros: “El Sitio de Valencia”, “Maturín”, “La
Invasión de los Seiscientos”, “La Casa Fuerte”, “San Félix” y “Matasiete”. Como
se puede observar la materia prima de esta obra la constituyen aquellos sucesos
bélicos que más conmovieron a los venezolanos y en donde se inmortalizaron los
más brillantes héroes de nuestra independencia.
Los
hechos históricos son narrados con tal maestría romántica que el crítico
Santiago Key Ayala ha comentado: "Blanco no inventa, pinta lo que ve; pero
lo que ve al pasar por su alma se incendia de súbito y arde en la pintura como
una antorcha". Para otros escritores, Venezuela Heroica marca una etapa
importante en la literatura de corte histórico, porque con ella culmina esa
época romántica que se había iniciado con Juan Vicente González.
En esta obra
se reflejan los sentimientos de un período histórico muy significativo; en
efecto, Eduardo Blanco publica la primera edición a dos años para la
celebración del Centenario del Natalicio del Libertador. Todos los críticos e
historiadores de la Literatura Venezolana coinciden con clasifican la obra
Venezuela Heroica como una Epopeya Romántica; es la epopeya en prosa de la
gesta emancipadora, en la que el autor hilvana con suma maestría la cruenta
guerra, rindiendo así homenaje a las hazañas de quienes lucharon con valentía y
sin descanso por la libertad venezolana.
GÉNERO: EPOPEYA ROMÁNTICA
La
Epopeya Romántico es un género poético que se caracteriza por la majestuosidad
de su tono y estilo; relata sucesos legendarios o históricos de importancia
nacional o universal y, por lo general, se centran en un individuo, lo que
confiere unidad a la composición. A menudo, introduce la presencia de fuerzas
sobrenaturales en la acción y se describen batallas, tal como lo hiciera Homero
en sus obras. En este tipo de cantos, se invoca a las musas, se toma en cuenta
la participación de un gran número de personajes y abundan los parlamentos en
estilo elevado. En ocasiones, se ofrecen detalles de la vida cotidiana, pero
siempre como telón de fondo de la historia y en el mismo tono elevado del resto
del poema.
La
epopeya romántica que se presenta en Venezuela Heroica se caracteriza por el
uso de epítetos e hipérboles como recursos necesario para la ampliación del
tiempo y el espacio de los acontecimientos. En esta obra, existe una exaltación
de los héroes venezolanos y de sus hazañas en relación con su entorno humano; y
también allí se reflejan hechos importantísimos de la historia venezolana. Las
narraciones de la historia se presentan como un poema épico en prosa, por ejemplo
en el capítulo III del cuadro de "La Victoria" nos encontramos lo
siguientes: "¡¡libertad!! ¡¡Libertad!! Cuánta sangre y cuántas lágrimas se
han vertido por tu causa...! y todavía hay tiranos en el mundo!”
Otro
aspecto importante de señalar es el uso de la hipérbole o exageración, los
acontecimientos son agrandados mediante la comparación con hechos ocurridos en
el pasado y se le da mayor dimensión. En el canto "La Victoria", las
ciudades es comparadas con "Troya"; Boves es comparado con terribles
conquistadores asiáticos; Ribas es un dios Olímpico y el epíteto que lo
caracteriza es: "el Jaguar de las Pampas va a medirse con el León de las
sierras; son dos grandes gigantes que rivalizan en pujanzas y que por primera
vez van a encontrase".
•
Romanticismo. Todos los críticos e historiadores de la literatura venezolana
coinciden al ubicar a Venezuela Heroica como una obra de características
netamente románticas. La manera tan subjetiva como Blanco presenta los
acontecimientos que narra, la inspiración en el mundo de los hechos históricos
venezolanos; el tono declamatorio y emocionado con que se dirige a sus lectores
y hasta los recursos expresivos que utiliza, tendientes a conmover al público,
entre otras cosas, justifican que se le considere una manifestación del
romanticismo literario venezolano.
• Épica.
La tonalidad épica de Venezuela Heroica se logra mediante los recursos de
ampliación en el espacio, en el tiempo y líricamente en base a comparaciones,
epítetos, hipérboles y otros recursos. La ampliación en el espacio persigue
magnificar a los héroes en relación con los hombres que lo rodean. Cada héroe
se destaca en relación con su entorno humano, con los otros héroes. En relación
a la ampliación en el tiempo, a menudo los acontecimientos son agrandados
mediante la comparación con hechos ocurridos en el pasado, ya sea en la
antigüedad o en la Edad Media, lo que contribuye a darle mayor dimensión.
El
profesor Raúl Peña Hurtado, en su texto Lengua y Literatura, muy conocido por
los estudiantes del último año de sus estudios de Bachillerato, aporta las
siguientes líneas para tipificar las características de Venezuela Heroica como
Epopeya Romántica:
•
Venezuela Heroica es una historia cargada del Subjetivismo de Eduardo Blanco,
en ella hay mucho de poesía. Los hechos narrados no guardan una secuencia
cronológica. Se refieren a episodios que, por su mayor relevancia, merecieron
ser contadas a las futuras generaciones, para encender su patriotismo.
• En
cuanto a La Visión Crítica de la Realidad, Eduardo Blanco trata de explicar el
hecho histórico que presenta. Por ejemplo: en el cuadro "La Victoria"
no se limita a describir la batalla, sino que nos la explica como una lucha
fraticida, más que todo entre venezolanos, y plantea los hechos relacionándolos
a su vez con acontecimientos históricos pasados, como una consecuencia de
éstos.
• En
cuanto a La Empatía de la obra, el fenómeno de empatía está presente en
"Venezuela Heroica", Blanco se identifica con los hechos porque,
aunque no los vivió, tuvo oportunidad de oírlos de boca de sus principales
testigos, especialmente del General José Antonio Páez. El autor no se limita a
narra sino que toma partido y justifica las hazañas patriotas mientras censura
las acciones de los realistas
• El
apoyo en Fuentes documentales de esta obra, se ve reflejado en que al escribir
"Venezuela Heroica", Eduardo Blanco no sólo se basó en el testimonio
de personas y héroes que vivieron los hechos narrados. Su condición de militar
le permitió conocer los archivos de la guerra donde pudo revisar documentos y
fuentes directas.
• En
cuanto a la visión subjetiva de hecho histórico "Venezuela Heroica",
es una historia apasionada porque su autor al narrar los hechos no lo hace tal
cual los conoce, sino que todo lo transforma emocionalmente y presenta los
hechos cargados por su propia emoción, característica propia del hombre
romántico.
• El
Estilo Poético hay que tomar en cuenta que esta obra fue escrita para conmover
el ánimo de sus lectores; por eso está presentada en un estilo declamatorio,
con una prosa vibrante, de gran sonoridad, por lo que el crítico Key Ayala,
encuentra en ella la presencia de frecuentes y rotundos endecasílabos que le
dan un ritmo especial. Hay, además una serie de expresiones literarias propias
del romanticismo que complementan y contribuyen a aumentar los aspectos
poéticos. Por ejemplo: el uso de frecuentes exclamaciones e interrogaciones
cargadas de emoción.
VENEZUELA HEROICA
(FRAGMENTOS)
Textos
tomados del blog Las letras que
queremos hoy
La Victoria
(12 de febrero de 1814)
II
¡He aquí
el año terrible! El año de las sangres y de las pruebas en cuyo pórtico aparece
escrito por la espada de Boves, el Lasciate ogni speranza para los republicanos
de Venezuela.
En torno
de aquel feroz caudillo, improvisado por el odio, más que por el fanatismo
realista, las hordas diseminadas en la dilatada región de nuestras pampas,
invaden, como las tumultuosas olas de mar embravecida, las comarcas hasta
entonces vedadas a sus depredaciones.
Mayor
número de jinetes jamás se viera reunido en los campos de Venezuela. De cada
cepa de yerba parecía haber brotado un hombre y un caballo. De cada bosque,
como fieras acosadas por el incendio, surgían legiones armadas, prestas a
combatir. Los ríos, los caños, los torrentes que cruzan las llanuras, aparecen
erizados de lanzas y arrojan a sus riberas tropel innúmero de escuadrones
salvajes, capaces de competir con los antiguos centauros.
Suelta la
rienda, hambrientos de botín y venganzas, impetuosos como una ráfaga de
tempestad, ocho mil llaneros comandados por Boves hacen temblar la tierra bajo
los cascos de sus caballos que galopan veloces hacia el centro del territorio
defendido por el Libertador.
Nube de
polvo, enrojecida por el reflejo de lejanos incendios, se extiende cual
fatídico manto sobre la rica vegetación de nuestros campos. Poblaciones enteras
abandonan sus hogares. Desiertas y silenciosas se exhiben las villas y aldeas
por donde pasa, con la impetuosidad del huracán, la selvática falange, en pos
de aquel demonio que le ofrece hasta la hartura el botín y la sangre, y a quien
ella sigue en infernal tumulto cual séquito de furias al dios del exterminio.
Es la
invasión de la llanura sobre la montaña: el desbordamiento de la barbarie sobre
la República naciente.
Conflictiva
de suyo la situación de los republicanos, se agrava con la aproximación
inesperada del poderoso ejército de Boves.
Bolívar
intenta detener las hordas invasoras, oponiéndoles el vencedor en Mosquiteros”,
con el mayor número de tropas que le es dado presentar en batalla.
Vana
esperanza. Campo Elías es arrollado en “La Puerta”, y sus tres mil soldados
acuchillados sin misericordia.
Tan
funesto desastre amenaza de muerte la existencia de la República.
Campo
Elías vencido, es la base del ejército perdida, es el flaco abierto, la
catástrofe inevitable.
Todos los
sacrificios y prodigios consumados por el ejército patriota para conservar bajo
las armas la parte de territorio tan costosamente adquirida, van a quedar
burlados.
La onda
invasora se adelanta rugiendo: nada le resiste, todo lo aniquila. Detrás de
aquel tropel de indómitos corceles, bajo cuyas pisadas parece sudar sangre la
tierra, los campos quedan yermos, las villas incendiadas sin pan el rico, sin
amparo el indigente: y el pavor, como ave fatídica, cerniéndose sobre familias
abandonadas y grupos despavoridos y hambrientos que recorren las selvas como tribus
errantes.
¡El
nombre de Boves resuena en los oídos americanos como la trompeta apocalíptica!
Cunde el
terror en todos los corazones; mina de desconfianza el entusiasmo del soldado;
Caracas se estremece de espanto, como si ya golpearan a sus puertas las huestes
del feroz asturiano; decae la fe en los más alentados, y una parálisis
violenta, producida por el terror, amenaza anonadar al patriotismo. Cual si uno
de los gigantes de la andina cordillera hubiese vomitado de improviso gran
tempestad de lavas y escorias capaz de soterrar el continente americano, todo
tiembla y toda se derrumba.
Sólo
Bolívar no se conmueve; superior a las veleidades de la fortuna, para su alma
no hay contrariedad, ni sacrificio, ni prueba desastrosa que la avasalle ni la
postre.
Sin
detenerse a deplorar los hechos consumados, alcanza con el relámpago del genio
los horizontes de la patria; pesa la situación extrema que le trae la derrota
de Campo Elías y la doble invasión que practican a la vez Rosete y Boves sobre
la capital y sobre el centro de la República; mide sus propias fuerzas, que
nunca encontró débiles para luchar por la idea que sostuvo, y concibe y pone en
práctica, con enérgica resolución, un nuevo plan de ataque y de defensa.
Seguido
de parte de las tropas con que asedia Puerto Cabello, va a fijar en Valencia su
cuartel general; punto céntrico desde el cual con facilidad puede auxiliar a D’
Eluyar, a quien ha dejado frente a los muros de la plaza sitiada; al ala
izquierda del ejército patriota, que cubre el Occidente; y a atender al
conflicto producido en Aragua con la aproximación de Boves.
A tiempo
que Ribas improvisa en Caracas una división para marchar sobre el enemigo,
Aldao recibe orden de fortificar el estrecho de la Cabrera, donde va a situarse
Campo Elías con los pocos infantes salvados de la matanza de La Puerta.
A
Urdaneta que combate en Occidente, se le exige reforzar con parte de sus tropas
las milicias que se organizan en Valencia. Ínstasele a Mariño a que acuda en
auxilio del Centro. Díctase medidas extremas, pónese a prueba el patriotismo;
al que puede manejar un fusil se le hace soldado; acéptase la lucha, por
desigual que sea; y Mariano Montilla, con algunos jinetes, sale veloz del
cuartel general, se abre paso por entre las guerrillas enemigas que infestan la
comarca, y va a llevar a Ribas las últimas disposiciones del Libertador.
Nada se
omite en tan difíciles circunstancias; lo que está en las facultades del
hombre, se ejecuta, lo demás toca a la suerte decidirlo.
El
conflicto entre tanto, crece con rapidez. Como aquellos terribles
conquistadores asiáticos, ávidos de poder y venganza, Boves se adelanta por
entre un río de sangre, que alimentan sus feroces llaneros al resplandor
siniestro de cien cabañas y aldeas incendiadas, que el invasor va dejando tras
sí convertidas en ceniza.
Apercibido
a la defensa, el Libertador aguarda confiado en su destino la sucesión de los
acontecimientos que van a efectuarse. Al terror general que le circunda, opone,
como fuerza mayor, su carácter tenaz e incontrastable; al huracán que se desata
para aniquilarle, enfrenta en primer término, toda una fortaleza; el corazón de
José Félix Ribas.
El jaguar
de las pampas va a medirse con el león de la sierra; son dos gigantes que rivalizan
en pujanza y que por la primera vez van a encontrarse.
III
Apenas
son siete batallones que no exceden en conjunto de 1.500 plazas, un escuadrón
de dragones y cinco piezas de campaña, Ribas ocupa La Victoria, amenazada a la
sazón por el ejército realista. Escaso es el número de combatientes que el
general republicano va a oponer al enemigo, pero el renombre adquirido por este
jefe afortunado alienta a cuantos le acompañan.
Empero,
¿Sabéis quiénes componen, en más de un tercio, ese grupo de soldados con que
pretende Ribas combatir al victorioso ejército de Boves? ¡Parece inconcebible!.
En tres
años de lucha, Caracas había ofrendado toda la sangre de sus hijos al
insaciable vampiro de la guerra; hallábase extenuada, sin hombres que aportar a
la defensa de su inválido territorio; y al reclamo de la patria en peligro,
sólo había podido ofrecerle sus más caras esperanzas: los alumnos de la
Universidad.
Allí van
a buscarse los nuevos lidiadores que exhibe la República en aquellos días
clásicos de cruentos sacrificios: y una generación, todavía adolescente,
abandona las aulas y el Nebrija para tomar el fusil.
Sobre la
beca del seminarista se ostenta de improviso los arreos del soldado. Y parten
en solicitud del enemigo los imberbes conscriptos, confundidos con las tropas
de línea; y aprenden de camino, el manejo del arma que los abruma con su peso,
así como acostumbran el oído a los toques de guerra, y a las voces de mando de
aquellos nuevos decuriones que se prometen enseñarles a morir por la Patria.
Todos
marchan contentos; diríase que están de vacaciones. ¡Pobres niños! ¿Ligero bozo
sombrea apenas sus labios y ya la pólvora va a enardecerles el corazón; apenas
la sangre generosa de sus padres sienten correr ardiente por las venas, y ya
van a derramarla! ¡La Patria lo reclama!.
¡Libertad!,
¡Libertad!, cuánta sangre y cuántas lágrimas se han vertido por tu causa… ¡y
todavía hay tiranos en el mundo!.
La
situación de La Victoria hasta entonces desguarnecida, y en la expectativa de
ver caer sobre ella el azote del cielo, como a Boves nombraban, expresa
elocuentemente el grado de terror que infundía en nuestras masas populares la
ira, jamás apaciguada, de aquel feroz aliado de la muerte, a quien la vista de
la sangre producía vértigos voluptuosos y fruiciones infernales.
Toda
humana criatura sin distinción de edad, sexo o condición social, trataba de
desaparecer de la presencia de tan funesto aventurero.
Los
bosques se llenaban de amedrentados fugitivos, que preferían confiar la vida de
sus hijos a las fieras de las selvas, antes que a la clemencia de aquel
monstruo de corazón de hierro, que jamás conoció la piedad.
En el
poblado, el silencio lo dominaba todo; nada se movía; casi no se respiraba. Los
niños y las aves domésticas, parecían haber enmudecido; los arroyos callaban;
el viento mismo no producía en los árboles sino oscilaciones sin susurros.
Los que
habían podido huir a las montañas se inclinaban abatidos en el recinto del
hogar, buscaban la oscuridad para ocultarse en ella como en los pliegues de un
manto impenetrable, y a cada instante, sobrecogidos de pavor, creían oír ruidos
siniestros, precursores de la catástrofe que los amenazaba, ruidos que no
deseaban escuchar, pero que el terror sabía fingirles, haciéndoles más larga y
palpitante la zozobra.
Ribas fue
acogido por aquel pueblo agonizante como enviado del cielo.
SAN MATEO
(Febrero y marzo de 1814)
I
Digno del
noble orgullo de una raza viril es el recuerdo de esta jornada insigne, ya que
el alto ejemplo de heroica abnegación que en ella se consagra; ya por la
excelsa manifestación que dio a la América, de lo inflexible de aquella
voluntad que acometía, confiada sólo en su propio valer y su pujanza, la
conquista más noble y más gloriosa a que puede aspirar el amor patrio.
“San Mateo”
no es simplemente una batalla. Entre los episodios más trascendentales de
nuestra guerra de independencia, figura en primer término; simboliza el
heroísmo de la revolución….
II
Un sol
desaparece y otro se levanta.
Entre los
escombros de la revolución, aniquilada hasta en sus fundamentos por el triunfo
inesperado y sorprendente de Monteverde, se eclipsa la histórica figura de
Miranda: alta virtud a quien había confiado sus destinos la naciente República.
Apágase en el polvo, donde cae destrozado el altar de la patria, el fuego sacro
de la idea redentora. Desmaya el sentimiento que provocó a la rebelión. El
cielo de las halagüeñas esperanzas se obscurece de súbito, y las sombras de un
nuevo cautiverio como lóbrega noche, amenazan cubrir la inmensa tumba, donde
parece sepultada para siempre, con el heroico esfuerzo, la más noble aspiración
de todo un pueblo.
Dos años
de lucha, entorpecida por infructuosos ensayos de sistemas políticos mal
aconsejados por la inexperiencia en los negocios públicos, unidos al desaliento
de candorosas esperanzas frustradas, al encono latente de rivalidades
peligrosas, y a la amenaza, jamás bien escondida al egoísmo, de arrostras aún
más serios conflictos y recias tempestades, antes del definitivo afianzamiento
de las nuevas instituciones, habían gastados los resortes políticos de la
revolución, mellado la entereza de sus más esforzados apóstoles, y entibiado
entre la multitud el entusiasmo, de suyo escaso, por una causa, al parecer, de
tan difícil como remota estabilidad.
(...)
…Para
1812, no era ni sombra de aquel risueño arbusto del 19 de abril, coronado de
flores entreabiertas al sol de la esperanza; ni menos se asemejaba al soberbio
gigante del 5 de julio, cargado de abundosos y sazonados frutos: apenas si era
un tronco de solidez dudosa, protegido por escaso ramaje, falto de savia y
amenazado de esterilidad. En tan cortos días los nobles promotores de la
revolución habían envejecido, y sus propósitos heroicos, y sus conquistas, y
los trofeos cuantiosos de sus primeras y ruidosas victorias, desaparecían entre
la sombra de un ayer ya remoto, para las veleidades del presente. Desatinada y
recelosa, avanzaba la revolución con paso incierto hacia el abismo de su
completa ruina. En vano a su cabeza, cual poderoso paladín, ostentaba al
veterano de Nerwide. En vano a prolongarle la existencia concurrían los
esfuerzos de los más abnegados. El cáncer de la anarquía la devoraba, su ruina
era evidente. De pronto, en medio al desconcierto que la guiaba, un obstáculo
fácil de superar en otras condiciones, le cierra audaz el paso. Acometida de
estupor, retrocede, fluctúa, avanza luego poseída de inexplicable vértigo,
tropieza con un guijarro que le arroja el destino, y empujada por la mano
trémula de Monteverde, vacila y cae vencida, cuando con poco esfuerzo habría
podido alzarse victoriosa.
La
capitulación de La Victoria fue la mortaja en que se envolvió para morir. La
perfidia la recibió en su seno y la ahogó entre sus brazos.
Miranda,
la postrera esperanza de los independientes, sucumbe con la revolución y
eclipsado el astro, sobreviene la noche…
III
Postración
dolorosa, que explotaron hasta la saciedad los vencedores confiscando las
riquezas de los vencidos, ultrajando su dignidad, su honra y sus costumbres, y
anegando el país en sangre generosa.
Cumaná,
quizás la más herida de las provincias orientales por la ferocidad de sus
dominadores, es la primera que reacciona, pero su heroico esfuerzo no alcanza a
sacudir la postración de sus hermanas. Sin embargo, aquel nuevo Viriato, como
graciosamente a Monteverde calificaron sus aduladores, se estremece de espanto
ante la ruda obstinación de los patriotas orientales, y poseído de salvaje
furor, oprime entre sus brazos, casi hasta estrangularla, la presa que le diera
la Fortuna y que presume conservar.
¡Ilusoria
esperanza! En medio de tan profunda oscuridad para la sometida Venezuela, un
gran foco de luz aparece de súbito en la empinada cima de los andes. Chispa al
principio, oscilante entre los ventisqueros, acrece rápidamente hasta alcanzar
las proporciones del dilatado incendio. En la inflamada región de los volcanes
brilla radiosa como el ígneo penacho del Pichincha, cuando viste el gigante los
terribles arreos de su imponente majestad; ilumina con resplandores que
deslumbran a la cautiva América; inflama el mar con los reflejos de su fulgente
lumbre, y atónitos y mudos la contemplan, desde el templo del sol hasta las
playas donde Colón dejó caer el ancla de sus naos victoriosas, los
descendientes de los Incas y los hijos sin patria de aquellos mismos héroes que
al cetro de Castilla la dieran cual presea.
Aquella
inmensa lumbre, aquella hoguera amenazante para los exarcados españoles, es el
primer destello del genio de la América: es Bolívar que surge coronado de luz
como los inmortales; es la presencia del adalid apóstol, que de lo alto de su
corcel de guerra, predica la nueva doctrina americana al resplandor fulmíneo de
su espada.
Airado
vuelve los ojos a su patria el futuro Libertador de un mundo, y la contempla de
nuevo esclavizada, moribunda, bajo la férrea planta de sus ensañados opresores.
En las alas del viento que sacude la tricolor bandera sobre las cumbres de los
Andes, llegan a él entre lamentos prolongados, el último estertor de la madre
ultrajada y el chasquido del látigo con que se la flagela, atada al poste
infamador de la ignominia. Justa es la indignación del héroe americano,
profundo su dolor, cuando llama al combate a sus propios hermanos, sin obtener
respuesta. En vano los exhorta a proseguir la ardua cruzada: muéstranse los más
indiferentes. En vano les recuerda la altivez de otros días, los juramentos
espontáneos de morir por la patria, la libertad perdida y todas las miserias a
que somete la tolerada esclavitud: su voz se pierde en el silencio que acrece
el estupor.
Aquel
cuadro doloroso prueba a Bolívar lo que ya sospechaba: que la revolución había
caído para no levantarse sino apoyada en un esfuerzo sobrehumano. La tempestad
revolucionaria detenida de súbito en su rápido curso, había plegado las
podero9sas alas y, constreñida por una fuerza extraña, apenas si podía
estremecer la oculta fibra del amor patrio, latente en el recóndito de pocos
corazones.
Despreciada
por unos, maldecida por otros, por todos relegada al olvido, la revolución era
un cadáver que sólo una voluntad superior podía galvanizar. Bolívar se juzgó
capaz de tanto esfuerzo y lo intentó.
Pero,
¿quién era él?. ¿Quién el atrevido aventurero que osaba acometer tan magna
empresa? Nadie lo conocía; la común desgracia le había hecho extraño a la
memoria de sus propios hermanos. Después de aquella ruina y del estrago de una
catástrofe espantosa ¿a qué volver a provocar las iras del león con el descabellado
intento de arrancarle su presa?. Ni ¿cómo pretender arrebatar con débil brazo
lo que un gigante se empeña en retener? Y en vano aquel sublime enajenado se
esfuerza por alentar a las víctimas que perdona el cuchillo de feroces
verdugos; amenaza, suplica, se inflama al fin en ira, y desnuda el acero. ¡Ay!
Su cólera terrible hará más que sus ruegos; aquélla se desborda, y una ola de
sangre surcada de relámpagos, desciende de las cumbres andinas con la violencia
del alud, con el fragor del trueno.
(...)
La
historia pavorosa de aquel tiempo, escrita al resplandor de una llama infernal
con la sangre inocente de los niños descuartizados por Zuazola, sobre el seno
materno herido y palpitante, recoge, poseída de estupor, las tremendas palabras
de Bolívar estampadas con caracteres de fuego en el Decreto de Trujillo:
decreto aterrador, reto inaudito que le trae con las iras de todas las
pasiones, mortales amenazas e implacables furores.
V
Henos
aquí a las puertas de aquel infierno más espantoso que el infierno de Dante: a
la entrada de aquel periodo pavoroso de nuestra lucha de emancipación, conocido
con el lúgubre nombre de la guerra a muerte.
El
Decreto de Trujillo, espada de dos filos que esgrime audaz la mano de Bolívar
lo tenemos delante, y es forzoso detenernos frente a frente de su satánica
grandeza.
Ahí está,
como siempre, sombrío y amenazante para unos, cual un escollo donde van a
estrellarse nuestras pasadas glorias; para otros, deslumbrador y justiciero,
como la espada a que debió su libertad el pueblo americano. Osar decir si fue
digno de escomió o vituperio, si conducente o pernicioso al término feliz de la
gran lucha, es empresa tan ardua que sólo la imparcial posteridad podrá llevar
a cabo.
VI
El
Decreto de Trujillo es el pavés sobre el cual aparece Bolívar en 1813. Escudo
sangriento levantado al cielo por los mil brazos de la revolución, en que se
exhibe como deidad terrible el egregio caudillo americano.
Precedido
por el espanto que infunde en nuestros enemigos y por el entusiasmo que
despierta entre la multitud, rueda, con pavoroso estrépito, sobre los yermos
campos de Venezuela, el carro de la revolución. Apenas quinientas bayonetas lo
escoltan y protegen; pero con él, desnudo el sable, radiosa la mirada y
atronando el espacio con sus gritos de guerra, van Ribas, y Urdaneta, y
Girardot, y D’ Eluyar, y el inmortal Ricaurte, sedientos de combates y de
gloria. Nada resiste el ímpetu de su heroica bravura. En vano cierra España con
numeroso ejército, la ancha vía que recorren audaces, dejando en cada huella
sembrada una victoria. Allá “Agua-obispos”, la terrible y sangrienta, medio
oculta en un repliegue de los Andes, como en los bordes de un inmenso sepulcro.
Después “Niquitao”, que aun deslumbra en la historia con los reflejos de la
espada de Ribas. Luego “Horcones”, y más tarde “Taguanes” que abre a Bolívar
las puertas de Caracas y cubre con su manto de púrpura aquella campaña
prodigiosa, marcha triunfal del genio sobre los destrozados hierros del
despotismo.
Un grito
inmenso de júbilo y asombro se propaga por toda Venezuela. Revive el amor
patrio, llena los corazones, y del sangriento polvo donde cayera exánime la
naciente República, se alza de nuevo majestuosa y terrible al amparo de Bolívar
y de su incontrastable voluntad.
1813 es
una aurora; aurora de un instante que luego nublan sombras pavorosas, pero que
exhibe en todo su esplendor al hombre extraordinario a quien debió su libertad
el pueblo americano.
Dignidad,
entusiasmo, amor patrio, energía en el propósito de la idea redentora, leyes,
instituciones, fuerza para luchar, y la esperanza del definitivo afianzamiento
de nuestra nacionalidad republicana, todo renace a la presencia de Bolívar.
Venezuela le aclama su libertador; ciñe coronas a su frente inmortal, y de
nuevo se lanza a la enseñada lid donde con suerte varia lucha sin tregua hasta
alcanzar su independencia.
Desvanecido
el estupor que produjera en nuestros enemigos la audaz campaña de Bolívar,
torna España a esgrimir el sanguinoso acero de sus indomables defensores;
reorganiza sus huestes destrozadas; apela una vez más al fanatismo de la masa
inconsciente de nuestro pueblo, su poderoso aliado; provoca la ambición de
obscuros caudillejos con la aprobación tácita de todos los desmanes cometidos
por Monteverde; cobra aliento al pesar la superioridad numérica en que aventaja
a sus contrarios; exalta el odio entre los dos partidos; sopla la hoguera en
que habrán de consumirse vencedores y vencidos, y desata las alas de aquella
tempestad de furiosas pasiones que de nuevo se agitan con estrépito sobre los
yermos campos de la patria.
X
El 23 de
febrero de 1814, diez días después de la heroica defensa de La Victoria por el
General Ribas, acampó Bolívar, con su Estado Mayor y con su guardia, en el
pueblo de San Mateo.
A pesar
del rechazo que habían sufrido los realistas, era en extremo conflictiva la
situación de la comarca. El terror dominaba todos los ánimos. Poblaciones
enteras huían despavoridas a la aproximación de las hordas de Boves, y una
emigración numerosa afluía al cuartel general republicano buscando amparo en el
ejército.
Niños,
mujeres y ancianos sobrecogidos de espanto, enflaquecidos por la miseria,
seguían los cuerpos que velozmente iban reconcentrándose en San Mateo: y en
torno de aquellos bravos que dividían con ellos su escaso pan con mano
generosa, gritaban sin concierto, prorrumpiendo en desgarradores alaridos a la
menor alarma.
Situado
el Libertador en San Mateo, punto escogido como estratégico, para vigilar los
movimientos del poderoso ejército enemigo reconcentrado en la Villa de Cura, y
auxiliar con más facilidad, en caso necesario, una u otra de las dos ciudades
más importantes de la República (Caracas y Valencia), amenazadas a la sazón por
los realistas, se ocupa en reforzar sus posiciones con algunas obras de
defensa, en tanto que la llegada del ejército de Oriente, acaudillado por
Mariño, y esperado con ansiedad creciente durante muchos días, le pone en
capacidad de acometer a Boves y de abrir, con probabilidades de buen éxito, una
nueva campaña.
En la
mañana del 26, se incorporó al Libertador el Mayor general Mariano Montilla,
con la división de los Valles del Tuy, y al día siguiente los cuerpos de Ponce
y de Salcedo y la brigada de Barquisimeto al mando de Villapol. Las fuerzas
todas de los independientes, reunidas en San Mateo, ascienden a 1.500 infantes,
con cuatro piezas de campaña de grueso calibre y 600 jinetes, entre los cuales
figura el brillante escuadrón de Soberbios Dragones, ansioso por vengar la
muerte de su jefe, el bravo Rivas-Dávila.
Repuesto
Boves del descalabro sufrido en La Victoria, e impaciente por medirse con el
Libertador, a quien cree exterminar con el empuje de sus numerosos escuadrones,
se apresura a caer de nuevo sobre los republicanos, mal seguros en sus
posiciones de San Mateo. A la cabeza de ocho mil combatientes sale orgulloso de
la Villa de Cura; ocupa a Cagua, pueblo inmediato al cuartel general de los
independientes; ordena a su vanguardia forzar en el paso del río las avanzadas
a cargo de Montilla, las que le oponen dura resistencia; repliega con la noche;
toma ventajosas posiciones en las alturas que dominan al sur del caserío, y
espera el día para librar una batalla en la que de antemano se adjudica la
victoria.
XXI
Un grito
inmenso de triunfo y de alegría resuena al mismo tiempo en el campo realista;
pero instantáneamente, insólita explosión y aterrador estrépito retumba en todo
el valle, y densa nube de humo y de polvo asciende al cielo entre lenguas de
fuego y cubre la montaña.
¿Qué
pasa? ¿Qué acontece? Todos lo adivinan al disiparse el humo que cual fúnebre
manto se extiende sobre la casa del Ingenio. ¡El antiguo edificio convertido de
súbito en un montón de escombros, pregona el heroísmo de Ricaurte…! ¡Glorioso
sacrificio a que no le induce la desesperación; ni se puede estimar como el
arranque del despecho de una trágica muerte, ni menos como la protesta
insolente del orgullo militar humillado! No; Ricaurte no es Cambrone en el último
cuadro de Waterloo, revolviéndose en su agonía de león, para escupir el rostro,
con frases de desprecio, a su enemigo vencedor. Está más alto. El amor a la
patria es sólo quien le inspira… Una peripecia de la batalla le sirve de
pedestal y sobre ella se empina. Su talla adquiere las proporciones de los
antiguos héroes; su cabeza se pierde entre deslumbradoras claridades; a sus
pies todo lo ve pequeño, menos la huesa que para recibirle cava todo un
ejército. Desde la altura en que se encuentra divisa el campo de batalla; en él
a sus amigos desesperados de vencer; a Boves, soberbio y victorioso; y tanto
esfuerzo inútil y tanta sangre vertida infructuosamente, y la patria humillada,
y su causa perdida: todo lo ve a sus pies, y árbitro se siente y soberano de la
cruenta jornada: Su vida por mil vidas y por el triunfo de los suyos, le
propone el Destino; y convencido acepta el sacrificio, y corre a él; y espanta,
y vence, y desaparece de la tierra para ceñir en la inmortalidad la refulgente
aureola de su gloriosa abnegación.
Ante
aquel extraordinario sacrificio, Boves retrocede aterrado, y de nuevo va a
guarecerse en las alturas.
Bolívar
le persigue hasta sus inexpugnables posiciones; recorre el campo donde yacen
extendidos mil cadáveres, y espera la llegada de Mariño para abrir la campaña.
Tres días
más permanece el terrible asturiano en sus antiguas posiciones; luego cambia de
aviso y se retira al fin de la presencia de Bolívar, noticioso de la proximidad
del esperado ejército de Oriente.
CARABOBO
(24 de junio de 1821)
COLOMBIA,
la aspiración grandiosa del genio de Bolívar, era una realidad.
Hija del
heroísmo, concebida en el seno de las tempestades al eléctrico resonar de los
clarines, entre el fragor de las batallas, los rugidos del león soberbio, dominador
del Nuevo Mundo, y los himnos triunfales de un pueblo fanatizado hasta el
martirio por loa idea redentora de la independencia y libertad, había surgido
altiva como deidad terrible, coronada la frente de sangrientos laureles y
armada de la noble potencia de su virilidad y sus derechos, del surco ardiente
de la guerra en el campo inmortal de “Boyacá”.
Sobre el
rico trofeo de cien victorias, descollaba con proporciones gigantescas, entre
las nacientes Repúblicas americanas. Su porvenir estaba lleno de promesas; su
nombre, al par de sus hazañas, era timbre de orgullo para los pueblos del Nuevo
Continente; y al amparo de su egida, nuevas fuerzas, y brío, y mayor ardimiento
cobraban las aspiraciones y los nobles propósitos de los sostenedores de aquella
cruenta lucha contra el poder dominador de la Metrópoli.
Apenas en
su aurora, la viva luz que difundía aquel astro radiante prometía no eclipsarse
jamás.
No
obstante, la lucha desastrosa empeñada hacía ya tantos años, continuaba con el
mismo calor. Vilipendiada al par que combatida siempre por sus implacables
enemigos. Colombia se ostentaba orgullosa en medio del huracán que se esforzaba
en abatirla. Apenas si podía dar un paseo en el camino de su engrandecimiento,
que no fuera apoyada en su robusta espada, que no hubiera menester abrirse
campo con el fuego de sus cañones. Su imperio se extendía sobre ruinas
humeantes, sobre campos desiertos, sobre doscientos mil cadáveres que clamaban
venganza, sobre un suelo estremecido de continuo por el sacudimiento de las
batallas.
(...)
Empero,
tanta perseverancia y tan costosos sacrificios no habían de ser estériles.;
para teñir de (...)púrpura la aurora del gran día del definitivo afianzamiento
de nuestra independencia, por todos esperada con anhelo tras una noche de tres
siglos, mucha sangre generosa había sido indispensable derramar; pero la aurora
tan deseada iba a lucir al fin en los horizontes de la Patria.
III
A pesar
de los obstáculos de todo linaje, con que el esfuerzo y la tenacidad de los
jefes realistas embarazaban la marcha progresiva de la Revolución y su
creciente desenvolvimiento, nuestras conquistas en 1820 eran trascendentales y
de incontestable valimiento. Venezuela se había unido a su vecina hermana bajo
el fulmíneo casco de Colombia. Nuestra fuerza moral era imponente. Nuestro
ejército probado en cien batallas, aunque escaso en número, era disciplinado y
aguerrido. Nuestros generales, así como nuestros magistrados, habían cobrado
experiencia y alcanzado con la continua rotación de los sucesos, la altura
indispensable al puesto que ocupaba y la prudencia tan necesaria así en la
guerra como en las emergencias de los negocios públicos. La serenidad y el frío
cálculo habían vencido y dominado el atolondramiento, la irreflexiva
impetuosidad y las jactanciosas presunciones que, junto con el antagonismo de
intereses y pasiones, tan funestos resultados dieran más de una vez en los primeros
tiempos de la Revolución. Una sola voz, un solo pensamiento, dirigía aquel
conjunto de homogéneos propósitos, antes de aspiraciones turbulentas y de
intereses encontrados, entonces sometidos a una sola ley, a una sola voluntad:
voluntad por todas acatada y estimada por todos como imprescindible.
Para
1820, España comenzaba a dudar del sometimiento de sus rebeldes colonias, y
nuestro pueblo esquivo largo tiempo al sagrado propósito de sus libertadores,
se inclinaba a creer en las promesas de los nobles apóstoles de la libertad y
del derecho americano… España, en su propósito de someter a la rebelde
Venezuela al yugo colonial, había agotado cuantos medios violentos le había
sugerido la ferocidad de las más exaltadas pasiones: la represión salvaje, el cautiverio
inquisitorial, el hambre, el hierro, el fuego, la perfidia con sus garras
ocultas, el verdugo disfrazado de amigo. Pero el terror y la crueldad habían
sido ineficaces. En vano se condenaban a la mendicidad y al desamparo las
familias de los tachados de rebeldía; en vano se exhibían en las encrucijadas
de los caminos públicos, en las plazas de las aldeas y en las puertas de las
ciudades principales, cabezas cortadas por los verdugos, brazos, piernas y
esqueletos pendientes de los árboles, clavados sobre picas o encerrados en
jaulas para defenderlos de las aves de presa y prolongar el espanto que desean
infundir entre la multitud. La cabeza de Ribas estuvo exhibida por cuatro años
en una de las llamadas puertas de Caracas. Y nada fue bastante a detener el
impulso que impelí9a a Venezuela a su emancipación; las medidas violentas se
desprestigiaron y agostaron, y otros medios más hábiles fueron puestos en
práctica a ver de contener por la conciliación lo que alcanzar no pudo la
violencia, ni menos la crueldad.
IV
… La
libertad proclamada en España, en el seno mismo de los acontecimientos de las
tropas expedicionarias con destino a reforzar en Venezuela el ejército de
Morillo, al par que abate el despotismo y coloca bajo la egida de instituciones
liberales el porvenir político de la Península, favorece a América la
transformación republicana de las colonias españolas.
Fijo, no
obstante, como siempre, el Gobierno de la Metrópoli, en el propósito de
conservar a la Corona sus posesiones de ultramar, se apresura, recién jurada la
Constitución, a restablecer su quebrantada autoridad en las colonias; pero
descaminado respecto al verdadero espíritu de la Revolución americana, cree
allanable por la conciliación lo que vanamente por las armas se había empeñado en
reprimir.
En tal
sentido, la promesa de instituciones liberales y de una amplia amnistía, junto
con el ofrecimiento de dignidades y empleos para los jefes insurgentes que
sostenían la guerra en Nueva Granada y Venezuela, fue el primer paso de las
Cortes en el camino de un avenimiento entre la Madre Patria y sus rebeldes
hijos; y, con tal fin, encárgese a Morillo la pacificación de las provincias
sublevadas por medio de la conciliación de tan encontrados intereses.
La nueva
inesperada de sucesos tan extraordinarios, como los que se efectuaran en
España, produjo en sus colonias una profunda conmoción, no exenta de desaliento
y de despecho, entre los sostenedores del principio monárquico absoluto y de la
integridad del territorio sometido por los conquistadores al cetro de Castilla.
Aquel insigne triunfo de las nuevas ideas sobre el absolutismo, triunfo
reputado por el pueblo español como la más gloriosa de sus victorias cívicas,
desprestigia en América el poderío de la Corona y sus augustos fueros, no solamente
entre las clases inferiores poseídas las más de fanático realismo e incapaces
de suponer nada tan alto y poderoso como la voluntad de sus monarcas, sino aún
entre aquellos mismos más esclarecidos a quienes era fácil concebir la
trascendencia de un cambio tan favorable a sus personales intereses…
IX
Valeroso
y disciplinado era el ejército español, y superior en número al que el
Libertador podía oponerle, a pesar de las favorables circunstancias que
avigoraban la causa republicana, y la popularizaban hasta entre los más
esforzados opositores.
No
obstante las ventajas y desventajas de los opuestos bandos, podían
equilibrarse; si en el realista prevalecía por el momento la fuerza material,
campeaba en su contrario el entusiasmo y la fuerza moral de todo un pueblo
identificado en una misma aspiración. Para cada una de las bayonetas de que LA
Torre disponía, diez corazones resueltos a sacrificarse por la patria podían
oponerle los republicanos.
Con
creciente rapidez acercábase el desenlace de aquel sangriento duelo, reñido con
el mismo furor hacía ya tantos años; y a nadie se ocultaba que había de ser
ruda y decisiva la próxima batalla que se librase en Venezuela.
(...)
En su
larga carrera, Bolívar había pugnado con dos hombres verdaderamente notables por
las condiciones especiales que los distinguieron en aquella guerra desastrosa,
y ambos habían desaparecido del palenque sin haber logrado avasallarlo. En
Boves había combatido al sectario de las propias creencias, al hombre de la
naturaleza, el torbellino de las pasiones de la época, con todas las iras y
arrebatos de una ambición ardiente, con todo el arrojo de un carácter resuelto
y exaltado, y toda la pujanza y valentía del león. En Morillo había luchado
contra el renombre glorioso, la pericia militar, el ardor reflexivo y la
ordenada impetuosidad de un capitán experto y temerario a la vez que prudente.
Sometido a las reglas que prescribe la disciplina hasta encadenar su genial
intrepidez a las severas prescripciones de la táctica; tan rudo como hábil, de
propias ideas, de no escasas aptitudes para el desempeño de la empresa que se
le había confiado, sagaz, cruel, arrebatado, perseverante, sin dotes de
caudillo, pero terrible e indómito.
X
Breves
días duró la suspensión delas hostilidades acordadas en Trujillo, tregua tan
desastrosa para España como benéfica para las armas de Colombia. LA guerra
enciende de nuevo su destructora tea, el rayo vibra y en la vasta extensión de
Venezuela dilata sus fragorosas resonancias.
No
obstante, la súbita ruptura del armisticio, acogida con férvido entusiasmo por
los independientes, fue como el despuntar de una risueña aurora para la causa
americana.
Tras las
espesas nubes que obscurecieron hasta entonces los horizontes de la patria,
aparecen los primeros destellos de un sol resplandeciente que todo lo ilumina,
lo exhibe, y magnifica con sus brillantes resplandores. Los bandos enemigos se
miran sin el pasado enojo y se contemplan con admiración. No ya más lucha entre
tinieblas aglomeradas por el odio; las sombras huyen avergonzadas y con ellas
desaparecen las escenas terribles, el furor fratricida y la saña mortífera que
alimentaran en su seno. La tierra absorbe la sangre derramada y el yermo campo
reverdece y produce laureles. La espada de los héroes luce ante el nuevo sol,
resplandeciente y sin mancilla; y el mismo ronco estrépito del bronce
formidable que truena en las batallas, pierde la lúgubre y aterradora
repercusión de los pasados tiempos. Sólo el acaso es responsable de la sangre
que se derrame en los combates…
XVIII
Al
despuntar la aurora del 24 de junio de 1821, el ejército republicano se pone en
movimiento apresta las armas, deja en el campamento todos los equipajes,
ganados y acémilas que pudieran embarazar su marcha, y, apercibido a la pelea,
recurre lleno de entusiasmo la distancia que media entre las dos llanuras,
testigos de sus pasados triunfos.
Alegre y
bulliciosa era la marcha de nuestros regimientos: más que reñir una batalla,
aquellos bravos, ansiosos por llegar al término deseado, parecían dirigirse a
una feria. Ante la gloria de la Patria, nadie pensaba tristemente arrebatar a
la victoria la mayor cantidad de laureles era la aspiración de todos. En medio
del ruido acompañado de la marcha resonaban estrepitosos vítores fanfarronadas
estrambóticas, gritos preñados de amenazas; y se entonaban coplas de melodioso
ritmo, alusivas a los pasados triunfos, a nuestros héroes muertos, no vencidos:
y corrían chanzonetas sarcásticas sazonadas de gracia y de dichos picantes,
que, unidas al metálico chasquido de las armas, al relincho de los caballos y
al susurro del viento en el ramaje de los árboles, formaban un extraño
concierto, estrepitoso e inarmónico, pero lleno de virilidad y de alegría.
Nuestros soldados, como los antiguos lacedomonios que presidía Tirteo, se
enardecen y con los himnos guerreros de sus bardos salvajes, y cantando sus
pasadas glorias se dirigen a Carabobo.
Empero,
para llegar a la inmortal llanura por el camino que Bolívar seguía, era
necesario superar graves inconvenientes opuestos por la naturaleza; los que,
dado caso que hubiera sabido aprovechar el enemigo, ruda y costosa habría sido,
sin duda la empresa de vencerlos. Después de esguazar el Chirgua y de
internarse en las tortuosas quiebras de la serranía de la Hermanas, había que penetrar
por el desfiladero de Buenavista, posición formidable donde pocos soldados
bastan a contener todo un ejército; marchar luego por un camino lleno de
asperezas, dominado en gran parte por alturas cubiertas de bosques y zarzales,
y atravesar, al fin, una abra estrecha y larga, fácil de defender.
La Torre
desprecio, sin embargo, las ventajas que ofrecía la conformación de aquel
terreno por donde forzosamente nuestro ejército tenía que penetrar. Franca dejó
al Libertador tan peligrosa vía, conformándose sólo con defender la entrada a
la llanura. La pérdida completa del destacamento situado en Tinaquillo, fue
acaso la razón que decidiera al enemigo a reconcentrar todas las fuerzas. Las
avanzadas que tenía en Buenavista replegaron a la aproximación de los independientes;
ocuparon éstos tan inexpugnable posición; y desde allí pudieron ver nuestros
soldados todo el ejército español, desplegado en batalla, en la espaciosa
sabana de Carabobo.
El bélico
alborozo de los primeros Cruzados al divisar los muros de Jerusalén, ansiando
redimir al sepulcro de Cristo, no fue mayor que el júbilo entusiasta que se
produjo en el ejército patriota al contemplar el campo de batalla donde había
de efectuarse la completa redención de Venezuela. Un grito inmenso resonó en
las alturas que dominaran de lejos el campamento de La Torre, grito terrible,
provocación amenazante de seis mil combatientes, resueltos a conquistar aquel
día, la ma´s trascendental de sus victorias o a perecer en la contienda.
XXIII
Con un
frente de cuatrocientos hombres y sin más fondo que dos hileras de soldados.
“Apure”, “Tiradores” y “La Legión Británica” avanzan simultáneamente, con ls
bayonetas asentadas sobre los regimientos españoles con que La Torre riñe la
batalla; carga brillante, a cuyo empuje ceden los realistas, pierden sus
posiciones, y repliegan buscando apoyo en el grueso de su caballería.
Mientras
lucha tan bizarramente nuestra infantería, inferior en mucho a la contraria,
atraviesa la difícil quebrada un grupo de jinetes de la guardia de Páez,
encabezado por el valiente Capitán Ángel Bravo, y parte del escuadrón primero
de “Lanceros”, a las órdenes del Coronel Muñoz; y a tiempo llegan de hacerle
frente a los húsares de “Fernando VII” y a los Dragones y Carabineros de la
“Unión” que en número de quinientos caballos lanza La Torre sobre la extrema
izquierda de nuestra línea de batalla con el objetivo de envolverla…
Páez
reúne, entre tanto, los trozos de su caballería que lentamente salen a la
llanura. Su ansiedad por allegar el mayor número, sin privar de su presencia
alentadora a su diezmada infantería, se descubre en la rapidez vertiginosa con
que lanza su impetuoso caballo para acudir a todas partes: así se ve lucir
entre el revuelto torbellino del combate su rojo penacho, batido por el viento,
cual una llama errante, veloz, inextinguible, alma de la batalla, provocadora
del incendio.
De
pronto, en medio de la inquietante expectativa que sufren los dos bandos, la
llama voladora se detiene; y Páez lleno de asombro, vé salir de la nube de
polvo que oculta los efectos de aquel violento choque, a un jinete bañado en
propia sangre, en quien al punto reconoce al negro más pujante de los llaneros
de su guardia: aquél, a quien todo el ejército distingue con el honroso apodo de
“el primero”( Los llaneros llamaban así al Teniente Camejo, porque su bravura
reconocida lo llevaba a ser siempre el primero que acometía al enemigo en toda
carga.)
XXIV
El
caballo que monta aquel intrépido soldado, galopa sin concierto hacia el lugar donde
se encuentra Páez; pierde en breve la carrera, toma el trote, y después, paso a
paso, las riendas sueltas sobre el vencido cuello, la cabeza abatida y la
abierta nariz rozando el suelo que se enrojece a su contacto, avanza sacudiendo
su pesado jinete, quien parece automáticamente sostenerse en la silla. Sin
ocultar el asombro que le causa aquella inexplicable retirada, Páez le sale al
encuentro, y apostrofando con dureza a su antiguo émulo en bravura, en cien
reñidas lides, le grita amenazándole con un gesto terrible: ¿Tienes miedo?...
¿No quedan ya enemigos?... ¡Vuelve y hazte matar!... Al oir aquella voz que
resuena irritada, caballo y jinete se detienen: el primero, que ya no puede dar
un paso más, dobla las piernas como para abatirse; el segundo abre los ojos que
resplandecen como ascuas y se yergue en la silla; luego arroja por tierra la
poderos lanza, rompe con ambas manos el sangriento dormán, y poniendo a
descubierto el desnudo pecho donde sangran copiosamente dos profundas heridas,
exclama balbuciente: Mi General … Vengo a decirle adiós… porque estoy muerto. Y
aballo y jinete ruedan sin vida sobre el revuelto polvo, a tiempo que la nube
se rasga y deja ver nuestros llaneros vencedores, lanceando por la espalda a
los escuadrones españoles que huyen despavoridos.
Páez
dirige una mirada llena de amargura al fiel amigo, inseparable compañero en
todos sus pasados peligros; y a la cabeza de algunos cuerpos de jinetes que,
vencido el atajo han llegado hasta él, corre a vengar la muerte de aquel bravo
soldado cargando con indecible furia al enemigo…
XXV
Mayor que
la impaciencia que Bolívar había experimentado con el retardo de las dos
divisiones, fue su angustia, cuando al flaquear el enemigo, miró resuelta la
batalla por el heroico empuje de Páez y sus soldados, sin que fuera posible
conseguir que todo el ejército español quedase prisionero. Vencedora, ero
destrozada, no era dable a la 1ª división rendir a sus contrarios. En tal
conflicto, el Libertador ordena a Plaza y a Cedeño prescindir del camino que
llevan y penetrar al campo de batalla rompiendo las tupidas malezas y
trasmontando las colinas como les fuera posible. Y embargada el alma con el
placer de la victoria, el propio tiempo que por el sentimiento de que no
llegara a ser completa, presencia entusiasmado los esfuerzos de Páez por sellar
aquel día la más gloriosa página de su historia inmortal.
Sin el
apoyo de su caballería, La Torre se ve envuelto: los batallones con que hace
frente a la “Legión Británica”, “Apure” y “Tiradores” retroceden con
precipitación. En vano se empeña en detener aquel funesto movimiento precursor
del desastre¸ en vano, con el ejemplo de una entereza singular, estimula a sus
aturdidos camaradas. Inútil es su empeño; su voz se pierde en el estrépito de
la ardorosa lid, su brazo se fatiga. Tenaz soldado insiste, sin embargo, en la
tarea imposible de conjurar los estremecimientos de la catástrofe que amenaza
estallar y que lo arrastra, al fin, con la impetuosidad del huracán
“Hortslrich”, da, el primero, el pernicioso ejemplo; al bote de nuestras
bayonetas rompe las filas, se desbanda y huye produciendo terrible sacudida
entre los otros cuerpos españoles. “Burgos”, fluctúa, no obedece la orden que
le intiman sus jefes, de dar frente a los lanceros reunidos de Silva y de Muñoz;
y cargado de flanco se desordena, gira sin concierto, y sirve de pasto a las
lenguas de acero de nuestros escuadrones…
Ante
aquella furiosa acometida, “Valencey” retrocede y “Babastro” se rinde; mas ¡ah!
su postrera descarga antes de entregarse prisionero, arrebata a Colombia una de
sus más puras y más preclaras glorias: Una bala penetra el corazón del joven
héroe, y Plaza expira entre los vítores del triunfo.
Con la
entrega de “Babastro”, el campo de batalla se siente sacudido por la gran
catástrofe de las legiones españolas; y un grito espantoso, clamor desgarrador,
inmenso último suspenso de agonía de aquel pujante ejército, resuena en la
llanura, y la derrota, contenida un instante, se declara completa.
“Carabobo”
duró lo que el relámpago, puede decirse que para todos fue un deslumbramiento.
Sobre la
frente erguida del vencedor en “Las Queseras” brillaba un laurel más, y de alto
precio.
El
Libertador desciende a la llanura en el momento que se decide la batalla. Su
pronóstico estaba cumplido; el ejército patriota saluda entusiasmado a su
inmortal caudillo.
FUENTE
Biografía y vidas
http://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/blanco_eduardo.htm
Vasquez, M. Las letras que qnálisis de ueremos.
http://mireyavasquez.blogspot.com/2010/12/seleccion-de-capitulos-de-venezuela.html
Wikipedia. La Enciclopedia libre
Zavarce,
J. AVenezuela heroica. Monografias.com
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