REPRESENTANTES DEL MODERNISMO
RUBÉN DARIO (NICARAGUA)
JOSÉ MARTÍ (CUBA)
LEOPOLDO LUGONES (ARGENTINA)
ANTONIO MACHADO (ESPAÑA)
En
el Modernismo venezolano se posee dos tendencias: la primera hacia el
esteticismo puro, esa búsqueda de la belleza a través del lenguaje
preciosista. Se puede observar en los ensayos de Pedro Emilio Coll y en
la narrativa de Manuel Díaz Rodríguez y Pedro César Dominici. La segunda
hacia el nativismo, hacia lo propio, lo vernáculo, presente en los
cuentos u novelas de Luis Manuel Urbaneja Achelpohl y en la poesía de
Francisco Lazo Martí
En poesía se destacaron Rufino Blanco Bombona, Carlos Borges, Arvelo Larriva y José Tadeo Arreaza Calatrava.
LO FATAL
A René Pérez
Dichoso el árbol
que es apenas sensitivo,
y más la
piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay
dolor más grande que el dolor del ser vivo,
ni mayor
pesadumbre que la vida consciente.
Ser, y no
saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de
haber sido y un futuro terror...
Y el espanto
seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por
la vida y por la sombra y por
lo que no
conocemos y apenas sospechamos,
y la carne
que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba
que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber
adonde vamos,
ni de dónde
venimos!....
Rubén Darío
(Los Cisnes y
otros poemas)
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CAUPOLICÁN
A Enrique
Hernández Mirayes
Es algo
formidable que vio la vieja raza:
robusto
tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y
aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el
brazo de Hércules, o el brazo de Sansón.
Por su casco
sus cabellos, su pecho su coraza
pudiera tal
guerrero, de Arauco en la región,
lancero de
los bosques, Nemrod que todo caza,
desjarretar
un toro, o estrangular un león.
Anduvo,
anduvo, anduvo. Le vio la luz
del día,
le vio la
tarde pálida, le vio la noche fría,
y siempre el
tronco de árbol a cuesta del titán.
“¡El
Toqui, el Toqui!” clama la conmovida casta.
Anduvo,
anduvo, anduvo. La aurora
dijo : “Basta”,
e irguiose la
alta frente del gran Caupolicán.
Rubén Darío,
1888.
(Azul)
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BANQUETE DE
TIRANOS
Hay una raza
vil de hombres tenaces,
de si propios
inflados, y hechos Todos,
Todos del
pelo al pie, de gorra y diente;
y hay otros,
como flor, que al viento exhala
en el amor
del hombre su perfume.
Como en el
bosque hay tórtolas y fieras
y plantas
insectívoras y puras
sensitivas y
clavel en los jardines.
De alma de
hombres los unos se alimentan;
los otros su
alma dan a que se nutran
y perfumen su
diente los glotones,
tal como el
hierro frío en las entrañas
de la virgen
que mata se calienta.
A un banquete
se sientan los tiranos
pero cuando
la mano ensangrentada
hunde en el
manjar, del mártir muerto
surge una luz
que les aterra, flores
grandes como
una cruz súbita surgen
y huyen, rojo
el hocico, y pavoridos
a sus negras
entrañas los tiranos.
Los que se
aman a sí, los que augusta
razón a su
avaricia y gula ponen;
los que no
ostentan en la frente honrada
ese cinto de
la luz que en el yugo funde
como el
inmenso sol en ascuas quiebra
los astros
que a su seno se abalanzan;
los que no
llevan del decoro humano
orando el
sano pecho; los menores
y los
segundones de la vida, sólo
a su goce
ruin y medro atentos
y no al
concierto universal.
Danzas,
comidas, músicas, harenes,
jamás la
aprobación de un hombre honrado.
Y si acaso
sin sangre hacerse puede,
hágase...
Clávalos, clávalos
en el horcón
más alto del camino
por la mitad
de la villana frente.
A la
grandiosa humanidad traidores,
como
implacable obrero
que en
féretro de bronce clavetea,
los que
contigo
se parten la
nación a dentelladas.
José Martí
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AL BUEN PEDRO
Dicen, buen
Pedro, que de mí murmuras
porque tras
mis orejas el cabello
en crespas
ondas su caudal levanta:
¡diles,
bribón, que mientras tú en festines,
en rubios
caldos y fragantes pomas,
entre
mancebas del astuto Norte,
de tus
esclavos el sudor sangriento
torcido en
oro, descuidado bebes;
pensativo,
febril, pálido, grave,
mi pan rebano
en solitaria mesa
pidiendo
¡oh
triste! al aire sordo modo
de libertad
de su infortunio al siervo
y de tu
infamia a ti. Y en estos lances,
suéleme,
Pedro, en la apretada bolsa
faltar la
monedilla que reclama
con sus
húmedas manos el barbero.
José Martí.
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A ROOSEVELT
¡Es con voz
de la Biblia, o verso de Walt Whitman,
que habría
de llegar hasta ti, Cazador!
¡Primitivo y
moderno, sencillo y complicado,
con un algo
de Washington y cuatro de Nemrod!
Eres los
Estados Unidos,
eres el
futuro invasor
de la
América ingenua que tiene sangre indígena,
que aún reza
a Jesucristo y aún habla en Español.
Eres soberbio
y fuerte ejemplar de tu raza;
eres culto,
eres hábil; te opones a Tolstoi.
Y domando
caballos, o asesinando tigres,
eres un
Alejandro-Nabucodonosor.
(Eres un
profesor de energía,
como dicen
los locos de hoy)
Crees que la
vida es incendio,
que el
progreso es erupción;
en donde
pones la bala
el porvenir
pones.
No.
Los Estados
Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos
se estremecen hay un hondo temblor
que pasa por
las vértebras enormes de los Andes.
Si clamáis,
se oye como el rugir del león.
Ya Hugo a
Grant lo dijo: "Las estrellas son vuestras"
(Apenas
brilla, alzándose, el argentino sol
y la estrella
chilena se levanta...). Sois ricos.
Juntáis al
culto de Hércules el culto de Mammón;
y alumbrando
el camino de la fácil conquista,
la libertad
levanta su antorcha en Nueva York.
Mas la
América nuestra, que tenía poetas
desde los
viejos tiempos de Netzahualcoyolt,
que ha
guardado las huellas de los pies del gran Baco,
que el
alfabeto pánico en un tiempo aprendió;
que consultó
los astros, que conoció la atlántida.
cuyo nombre
nos llega resonando en Platón,
que desde los
remotos momentos de su vida
vive de luz,
de fuego, de perfume, de amor,
la América
del grande Moctezuma, del Inca,
la América
fragante de Cristóbal Colón,
la América
católica, la América española,
la América
en que dijo el noble Cuatemoc:
"Yo no
estoy en un lecho de rosas", esa América
que tiembla
de huracanes y que vive de amor;
hombres de
ojos sajones y alma bárbara, vive.
Y sueña. Y
ama, y vibra: y es la hija del sol.
Tened
cuidado. ¡Vive la América Española!
¡hay mil
cachorros sueltos del León Español!
Se
necesitaría, Roosevelt, ser por Dios mismo,
el Riflero
Terrible y el fuerte Cazador,
para poder
tenernos en vuestras férreas garras.
Y pues,
contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!
Rubén Darío
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METEMPSICOSIS
*Teoría de
la trasmigración de las almas (reencarnación)
Era un país
de selva y amargura; un país con altísimos abetos,
con abetos
altísimos, en donde
ponía quejas
el temblor del viento.
Tal vez era
la tierra cimeriana
donde estaba
la boca del infierno,
o la isla que
el grado ochenta y siete
de latitud
austral, marca el lindero
de la
líquida mar; sobre las aguas
se levantaba
un promontorio negro,
como el
cuello de un lúgubre caballo,
de un potro
colosal, que hubiera muerto
en su última
postura de combate,
con una
hinchada nariz humeando al viento.
El orto
formidable de una noche
con intenso
borrón manchaba el cielo,
y sobre el
fondo de carbón flotaba
la alta
silueta del peñasco negro.
Una luna
ruinosa se perdía
con su
amarilla cara de esqueleto
en distancias
de ensueño y de problema;
y había un
mar, pero era un mar eterno,
dormido en un
silencio sofocante
como un
fanático animal enfermo.
Sobre el filo
más alto de la roca,
ladrando al
hosco mar estaba un perro.
Sus colmillos
brillaban en la noche
pero sus ojos
no, porque era ciego.
Su boca
abierta relumbraba, roja
como el
vientre caldeado de un brasero;
como la gran
bandera de venganza
que corona
las iras de mis sueños;
como el
hierro de un hacha de verdugo
abrevada en
la sangre de los cuellos.
Y en aquella
honda boca aullaba el hombre,
como el
sonido fúnebre en el hueco
de las
tristes campanas de noviembre.
Vi que mi
alma
con sus
brazos yertos
y en su
frente una luz, hipnotizada
subía hacia
la boca de aquel perro,
y que en sus
manos y sus pies sangraban
como rosas de
luz, cuatro agujeros;
y que en la
hambrienta boca se perdía,
y que el
monstruo sintió en sus ojos secos
encenderse
dos llamas, como lívidos
incendios de
alcohol sobre los miedos.
Entonces
comprendí (¡Santa Miseria!)
el misterioso
amor de los pequeños
y odié la
dicha de las nobles sedas,
y los
prosapios con raíz de hierro;
y hallé en
el lodo gérmenes de lirios,
y puse la
amargura de mis besos
sobre bocas
purpúreas, que eran llagas;
y en las
prostituciones de tu lecho
vi esparcidas
semillas de azucena,
y aprendí a
aborrecer como los siervos;
y mis ojos
miraron en la sombra
una cruz
nueva, con sus clavos nuevos,
que era una
cruz sin víctima, elevada
sobre el
oriente de un incendio,
aquella cruz
sin víctima ofrecida
como un lecho
nupcial. ¡ Y yo era un perro!
Leopoldo
Lugones.
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