Gustavo Adolfo Bécquer
(Gustavo Adolfo Domínguez Bastida; Sevilla, 1836 - Madrid, 1870) Poeta español. Junto con Rosalía de Castro,
es el máximo representante de la poesía posromántica, tendencia que
tuvo como rasgos distintivos la temática intimista y una aparente
sencillez expresiva, alejada de la retórica vehemencia del romanticismo.
La obra de Bécquer ejerció un fuerte influjo en figuras posteriores
como Rubén Darío, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y los poetas de la
generación del 27, y la crítica lo juzga el iniciador de la poesía
española contemporánea. Pero más que un gran nombre de la historia
literaria, Bécquer es sobre todo un poeta vivo, popular en todos los
sentidos de la palabra, cuyos versos, de conmovida voz y alada belleza,
han gozado y siguen gozando de la predilección de millones de lectores.
Gustavo Adolfo Bécquer (detalle de un retrato
realizado por su hermano Valeriano, c. 1862)
Hijo y hermano de pintores, quedó huérfano a los
diez años y vivió su infancia y su adolescencia en Sevilla, donde
estudió humanidades y pintura. En 1854 se trasladó a Madrid, con la
intención de hacer carrera literaria. Sin embargo, el éxito no le
sonrió; su ambicioso proyecto de escribir una Historia de los templos de España
fue un fracaso, y sólo consiguió publicar un tomo, años más tarde. Para
poder vivir hubo de dedicarse al periodismo y hacer adaptaciones de
obras de teatro extranjero, principalmente del francés, en colaboración
con su amigo Luis García Luna, adoptando ambos el seudónimo de «Adolfo
García».
Durante una estancia en Sevilla en 1858, estuvo
nueve meses en cama a causa de una enfermedad; probablemente se trataba
de tuberculosis, aunque algunos biográfos se decantan por la sífilis.
Durante la convalecencia, en la que fue cuidado por su hermano
Valeriano, publicó su primera leyenda, El caudillo de las manos rojas, y conoció a Julia Espín,
según ciertos críticos la musa de algunas de sus Rimas, aunque
durante mucho tiempo se creyó erróneamente que se trataba de Elisa
Guillén, con quien el poeta habría mantenido relaciones hasta que ella
lo abandonó en 1860, y que habría inspirado las composiciones más
amargas del poeta.
En 1861 contrajo matrimonio con Casta Esteban,
hija de un médico, con la que tuvo tres hijos. El matrimonio nunca fue
feliz, y el poeta se refugió en su trabajo o en la compañía de su
hermano Valeriano, en las escapadas de éste a Toledo para pintar.
La etapa más fructífera de su carrera fue de 1861 a 1865, años en los que compuso la mayor parte de sus Leyendas, escribió crónicas periodísticas y redactó las Cartas literarias a una mujer, donde expone sus teorías sobre la poesía y el amor. Una temporada que pasó en el monasterio de Veruela en 1864 le inspiró Cartas desde mi celda, un conjunto de hermosas descripciones paisajísticas.
Económicamente las cosas mejoraron para el poeta
a partir de 1866, año en que obtuvo el empleo de censor oficial de
novelas, lo cual le permitió dejar sus crónicas periodísticas y
concentrarse en sus Leyendas y sus Rimas, publicadas en
parte en El museo universal. Pero con la revolución de 1868, el poeta
perdió su trabajo, y su esposa lo abandonó ese mismo año.
Se trasladó entonces a Toledo con su hermano Valeriano, y allí acabó de reconstruir el manuscrito de las Rimas,
cuyo primer original había desaparecido cuando su casa fue saqueada
durante la revolución septembrina. De nuevo en Madrid, fue nombrado
director de la revista La Ilustración de Madrid, en la que también
trabajó su hermano como dibujante.
El fallecimiento
de éste, en septiembre de 1870, deprimió extraordinariamente al poeta,
quien, presintiendo su propia muerte, entregó a su amigo Narciso
Campillo sus originales para que se hiciese cargo de ellos tras su
óbito, que ocurriría tres meses después del de Valeriano.
La obra de Gustavo Adolfo Bécquer
La inmensa fama literaria de Bécquer se basa en sus Rimas, que iniciaron la corriente romántica de poesía intimista inspirada en Heine
y opuesta a la retórica y ampulosidad de los poetas románticos
anteriores. La crítica literaria del momento, sin embargo, no acogió
bien sus poemas, aunque su fama no dejaría de crecer en los años
siguientes.
Las Rimas, tal y como han llegado hasta
nosotros, suman un total de ochenta y seis composiciones. De ellas,
setenta y seis se publicaron por vez primera en 1871 a cargo de los
amigos del poeta, que introdujeron algunas correcciones en el texto,
suprimieron algunos poemas y alteraron el orden del manuscrito original
(el llamado Libro de los gorriones, hoy custodiado en la Biblioteca Nacional de Madrid).
El contenido de las rimas ha sido dividido en
cuatro grupos: el primero (rimas I a XI) es una reflexión sobre la
poesía y la creación literaria; el segundo (XII a XXIX), trata del amor y
de sus efectos en el alma del poeta; el tercero (XXX a LI) pasa a la
decepción y el desengaño que el amor causa en el alma del poeta; y el
cuarto (LII a LXXXVI) muestra al poeta enfrentado a la muerte,
decepcionado del amor y del mundo. Las Rimas se presentan
habitualmente precedidas de la "Introducción sinfónica" que,
probablemente, Bécquer preparó como prólogo a toda su obra.
Su prosa destaca, al igual que su poesía, por la gran
musicalidad y la sencillez de la expresión, cargada de sensibilidad;
siguiendo los pasos de Hoffmann y Poe, sus Leyendas
recrean ambientes fantásticos y envueltos en una atmósfera sobrenatural
y misteriosa. Destacan por ese ambiente de irrealidad, de misterio,
situado siempre sobre un plano real que deforma y desbarata. Así, en La Corza blanca, donde la protagonista se transforma de noche en el citado animal; o en El monte de las ánimas,
en la que el mismo escenario de un paseo amoroso se transforma en el
campo del horror fantasmal y en la que el terror llega hasta la alcoba
mejor defendida y adornada; o, por fin, en Los ojos verdes y, sobre todo, El rayo de luna,
donde lo irreal, enfrentado a la realidad, hace optar a los
protagonistas por el sueño, por la locura en la que quieren vivir lo que
la realidad les niega. Son logradas las descripciones de ambientes: el
barullo de la entrada en la catedral en Maese Pérez, el organista, el silencio del claustro en El rayo de luna o las procesiones fantasmales de La ajorca de oro y El Miserere.
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